sechs

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Se detuvieron en la mitad de la ciudad, un tanque detrás de otro. El silencio gobernó hasta que Don y los demás comandantes le dieron la orden a los soldados que habían ido sentados fuera del tanque, que fueran a investigar si había algún alemán escondido en alguna casa. 

No tan solo se bajaron los soldados, si no que también sus compañeros de tanque. 

Don lo observó desde fuera del tanque con sus manos en su cintura y le indicó con un movimiento de cabeza que se bajara. Michael, con un poco de dificultad, logró llegar a salvo al suelo, pero no sano. Había caído mal sobre su pie derecho y ahora le dolía, pero era un dolor soportable. Solamente sentía un pequeño desagrado cada vez que pisaba con su pie derecho; pero después de unos minutos ya no lo sentía más. 

Don apareció con dos armas, una ya colgando de su hombro. Le entregó la otra a Michael y con un movimiento de dedos, le indico que lo siguiera. Michael a regañadientes lo hizo. 

Caminaron por las calles de la desconocida ciudad de Alemania. El soldado observaba su alrededor expectante. Sentía como si su corazón estuviera coordinado con sus pisadas. 

Observaba como soldados, comandantes, cabos y sargentos caminaban sin menor preocupación; hasta algunos decían bromas, bebiendo las botellas de alcohol que habían encontrado en algunas casas ya abandonadas. 

Don se detuvo frente a una casa con varias habitaciones, Michael lo supo por las ventanas que daban a la calle. 

Con tan solo girar el pomo, la puerta se abrió. El soldado entró después de su comandante. El arma temblaba en sus manos, haciendo visible lo débil que Michael se encontraba.

El soldado ni siquiera se quería imaginar qué iba a suceder si les aparecía un alemán por el frente. Michael no se veía capaz de jalar el gatillo; menos ahora que todo dependía de él. 

En el tanque, si él no jalaba el gatillo estaba la posibilidad de que lo hiciera Gordo. Pero ahora, en una casa abandonada con solamente Don; no podía depender de alguien más. 

Michael lo sabía, pero no quería aceptarlo.  

Intentaba imitar la postura de su comandante, pero le era difícil. Los nervios simplemente tomaban control de su cuerpo. 

Podía sentir como su corazón latía contra su pecho, las palpitaciones las sentía en sus oídos, en el dedo índice que estaba en el gatillo, en una posición vacilante por disparar. 

Primero inspeccionaron la planta de la casa. Comenzaron con el living, sin conseguir resultado alguno. Pasaron a la cocina; tampoco tuvieron mucha suerte. Don mandó a Michael a revisar el baño; ni siquiera una rata pasaba por allí. 

Salió del baño, dejando la puerta abierta. Al lado del marco de la puerta, en la pared, había un espejo con forma cuadrada, sujeto de unos hilos a los extremos superiores que abrazaban al clavo. Michael ojeó el espejo, esperando que la mitad de su cara fuera reflectada. Pero en realidad, se encontró con un hombre. Un niño, mejor dicho.

Se dio vuelta rápidamente, actuando acorde a sus instintos. Sin siquiera pensarlo, levantó el arma, apuntando al indefenso niño con la boca del arma, directo a su frente. El pequeño gritó y comenzó a hablar en alemán. 

Michael, por supuesto que no le entendía. Las palabras que salían de la boca del chico se sentían raras escucharlas. El soldado no había tenido tiempo de acostumbrarse al español cuando lo sacaron a la fuerza del país. 

Su arma temblaba bajo sus manos. La valentía y seguridad que había sentido segundos antes había desaparecido ante la imagen débil del pequeño. 

1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora