acht

302 38 3
                                    

—¿Cómo estás? —le preguntó Abby, con sus manos entre sus piernas, imitando la postura del soldado. 

La chica había estado preocupada por él durante todo el día. Su corazón saltaba cada vez que veía que una hora había pasado y aún no había regresado.

Esperaba que se encontrara bien. Que ojalá no hubiera tenido que ver algo más desagradable que ver un montón de gente muerta en su primer día. 

Abigail sentía compasión por el chico. Había visto el mismo miedo en sus ojos que ella había sentido en su primer día en la base. A pesar de que había sido hace cuatro años, recordaba perfectamente los escalofríos que le recorrían el cuerpo cuando estaba ayudando a los heridos. Recordaba esa sensación nerviosa que te da repente, completamente de la nada. Recuerda las miles de veces que vomitó porque la herida sobrepasaba su límite. 

Nadie se merecía estar en una guerra. Pero ahí estaban todos, sin escapatoria.

Abigail no sabía cuándo la guerra iba a terminar finalmente. ¿Cuántas personas más tenian que morir para que este enfrentamiento se termine?

Michael se encogió de hombros, inseguro de como responder su pregunta. 

¿Se sentía bien? Claramente no. Estaba lejos de su familia y ya los extrañaba. Estaba lejos de ellos en un lugar que nunca quiso estar. Estaba en alguna parte de Alemania, ¿pero dónde exactamente? ¿Estaban cerca de la capital, cerca de Berlín? ¿Estaban al sur o norte del país? 

¿Se sentía mal? Esa parecía ser la respuesta correcta, pero no la era al mismo tiempo. Estaba feliz por haber sobrevivido a su primer día. Estaba feliz de no haber sido asesinado (aunque puede haber sido lo mejor, así Don no se tendría que preocupar de un simple soldado que ni siquiera le podía disparar a una pared). Estaba feliz de poder seguir respirando.

Finalmente respondió con un simple: —No lo sé.

Por lo menos contestó honestamente y no mintió diciendo "Oh sí, estoy bien. Maté a un alemán y vi cómo morían dos frente a mis ojos. Estoy bien. Sin ningún tipo de remordimiento."

Pero Abigail sabía que estaba mintiendo. Podía ver claramente a través de él.

Los hombres solían mentir para parecer más rudos. Supuestamente ellos no debían llorar o sentir la menor pizca de tristeza. Debían aparentar ser los machos alfa de la casa, el pilar fundamental de la familia. 

La chica pensaba así de ellos, hasta que vio a su padre llorar momentos antes del bombardeo. Su padre había llorado porque no sabía si iban a salir de esto vivos. Lloraba porque el pánico finalmente lo invadió, haciéndolo perder sus estribos. Toda la seguridad que había sentido los años y meses previos, habían desvanecido en un par de segundos. 

Acá, en la base en donde se presencia tanta muerte; ya es común que los hombres lloren de vez en cuando. Es obvio que si estás encerrado en un lugar por meses vas a formar relaciones. Cuando un compañero muere, los demás lloran por su pérdida, como va a suceder en cualquier parte del mundo.

Fue lo que le sucedió a los compañeros de tanque de Michael, pero el nuevo soldado no lo sabía. Michael solamente conocía el lado rudo de ellos y el lado chistoso que había visto cuando iban camino a la ciudad.

Pero Abby si conocía el lado sensible de ellos, hasta el de Don. Había visto como lloraban cuando llegaron, como Don se había alejado para derramar un par de lágrimas por su compañero. 

Llorar es normal. Sentirse sensible es normal. Sentirse débil, indefenso es normal. Somos seres humanos, tenemos que demostrar las distintas emociones en las distintas situaciones que enfrentamos. 

Después de la respuesta de Michael, vino un silencio. Ambos se quedaron observando nuevamente la fogata. 

Abigail comenzó a mover su pierna. Sus dedos estaban apoyados en el suelo. Su pierna se movía arriba abajo, arriba abajo. 

El solado la observó, sin saber qué preguntar o qué decir. 

Reparó en sus características. Sin el casco con el que la había visto anteriormente, podía ver su cabello rubio por completo. Estaba suelto, pero con algunas ondas que la trenza había dejado por la fuerza con la que había sido amarrada. Su iris era de un color claro, pero Michael no estaba seguro de que color era exactamente. Podían ser azules, avellana o hasta verdes, como los de él. 

—¿Cuántos años tienes? —preguntó finalmente. 

—Diecinueve, ¿qué hay de ti? —preguntó de vuelta, observando al chico. 

—Veinte —Michael murmuró. —¿Hace cuánto que estás acá? 

Abigail suspiró antes de responder. —Se van a cumplir cuatro años. 

El chico se atraganto con su propia saliva. Abigail, preocupada, se sentó al lado de él y le palmeó la espalda, esperando aliviarlo del sufrimiento.  

—¿Cuatro años? —preguntó sorprendido. 

La rubia se rió, masajeando la espalda del chico en forma circular, como tantas veces había hecho su madre antes de morir. 

—O sea, que llegaste a los quince años... —murmuró incrédulo.

—Así es —Abigail quitó su mano y la escondió entre sus piernas junto a la otra, extrañando el calor que su cuerpo emanaba. 

—¿Por qué? —preguntó vagamente.

Abby suspiró, enfocando sus ojos en la fogata.

Han pasado cuatro años y la rubia aún no puede superar la muerte de su familia. ¿Quién lo iba a hacer cuando la muerte estaba a su lado, tomando la vidas de sus pacientes? Con tanta muerte que ha presenciado, ha llegado a pensar que la muerte está a su espalda. A salvado a pocos hombres; a la mayoría le quedan minutos de vida cuando llegan a su camilla. 

A pesar de las miles de veces que Stella le ha dicho que no es su culpa, que no pudo haber hecho nada más para salvarlos; la chica se siente culpable por cada uno de los hombres que mueren bajo sus manos. Quizás si se hubiera desocupado más rápido con el soldado que antes estaba viendo, podría haberle salvado la vida. Quizás si hubiera actuado con más rapidez, lo hubiera salvado. 

Abigail siente la muerte de cada uno de ellos como si se tratase de su propia familia. 

—En el bombardeo... —comenzó a contar sin antes suspirar temerosamente. En los cuatro años que han pasado, Abigail no ha hablado con nadie sobre el tema, ni siquiera con Stella, que había pasado por lo mismo. La muerte de su familia simplemente la supera. —En el bombardeo murió toda mi familia. Mis padres, mis hermanos... No sé cómo fui la única que sobrevivió, pero lo hice. Estaba sola y no tenía a nadie más en Londres así que... 

—Comenzaste a ayudar a los demás... —Michael terminó por ella, deduciendo la historia.

Abigail asintió, batallando con las lágrimas que amenazaban por salir. Observó el cielo estrellado para que las lágrimas no corrieran por sus mejillas. 

Pero las ganas de llorar eran tantas, que era abrumador

Antes de salir corriendo hacia su tienda, se disculpó con el chico. 

Michael se levantó e intentó agarrar su brazo, pero Abby había sido mucho más rápida. 

Así que Michael se quedó allí, sin saber que decir ni que hacer, al lado de la fogata, viendo como la chica desaparecía en la tienda. 

1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora