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—¡Abby! —gritó Stella, sus ojos moviéndose frenéticamente por su alrededor al igual que sus manos, intentando encontrar las herramientas correctas para detener la hemorragia que se encontraba frente suyo.

El hombre al que estaba atendiendo no dejaba de gritar y de agarrar su pierna, expresando su dolor con la poca fuerza que le quedaba. El casco que todos estaban obligados a usar ya no se encontraba sobre su cabeza, dejando a vista la forma despeinada en que se encontraba su pelo. Su rostro estaba sucio. No se salvaba ni un centímetro de el. Y por último, tenía sus ojos cerrados fuertemente, líneas formándose alrededor de sus ojos.  

Una vez que llegaban los hombres de una batalla, era todo un frenesí. 

La chica se despertó abruptamente y en menos de tres segundos, ya estaba al lado de Stella, preparada para ayudar a los hombres que regresaban de una batalla. 

Abigail no había podido dormir ni media hora pero, ¿cuándo lo ha hecho? Estaba constantemente en estado de vigilia, sin poder descansar como se debía. Los simples y más inocentes ruidos a su alrededor la despertaban.

No importaba si eran las tres de la madrugada o las cinco de la tarde; hombres llegaban a la base en busca del esperado descanso, en busca de quién fuera que los pudiera curar. 

Quedó un poco confundida al darse cuenta que no reconocía rostro alguno. 

Tenía más que claro que los hombres, una vez que ponen un pie fuera de la base británica, estaban ante la posibilidad de que morir en el intento. La amenaza próxima de los alemanes estaba siempre presente. No dejaba descansar a nadie. 

Observó a Stella, quién se movía de un lado a otro y gruñía entre dientes, intentando detener la hemorragia lo más antes posible y, por consiguiente, los gritos del hombre.

Abby cerró los ojos, los gritos del soldado hacía eco en su cabeza.  

Al abrirlos, echó un vistazo rápido antes de decidir qué hacer. 

No podía demorarse mucho. Sus acciones eran vitales. Los demás dependían de ella y de los otros que conformaban la Cruz Roja. 

Suspiró antes de acercarse a un soldado que venía cargando a un chico. El soldado lo dejó en una camilla y le asintió a Abigail antes de irse.  

Se amarró el pelo en una cola de caballo antes de poner sus manos a la obra. El chico se apoyó, sosteniendo su peso en sus codos en la camilla mientras la observaba. Un poco intimidada, Abigail trató de encontrar en qué parte estaba herido. Lo encontró a los segundos. 

La rutina era simple. Comenzaba por las piernas y luego iba subiendo, intentando buscar lo más rápido posible la herida. 

Más de alguna vez la había pasado por alto, teniendo que buscar nuevamente. 

Había un orificio del tamaño de una bala en su muslo. 

—Es tu día de suerte —comentó Abigail, agarrando los elementos necesarios. 

En ese instante, objetos metálicos resonaron por la carpa al mismo tiempo que el soldado volvía a gritar. 

—¡Deja de gritar! —Stella finalmente gritó, la desesperación sonando claramente en su tono de voz. 

Abigail miró sobre su hombro, encontrando a la mujer observando al soldado con fiereza, con odio. Un poco más y sus órbitas eran capaces de salir de sus cuencos. 

El chico se rió, cambiando de posición. Ahora eran sus manos las que se apoyaban en la camilla mientras estaba sentado. 

—Dos años en la guerra, segunda vez que recibo una bala —comentó el chico, con un tono de gracia. 

1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora