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Mientras las personas lloraban, rezaban por sus seres queridos en las ciudades; los hombres tenían el trabajo de enfrentarse a sus supuestos enemigos sin mostrar algún signo de miedo, de no querer estar ahí. Tenían que ser fuertes y valientes

Algunos lo lograban y al final del día podían disparar su arma las veces que fuera necesaria sin sentir siquiera una puntada de piedad. A otros no; a ellos los que le faltaba era que su sargento los obligara a disparar. 

Dispararle a las personas, ver como caen al suelo como si se tratasen de sacos de papas era una cosa del día a día. 

Miles de personas murieron en los seis años y un día que duró la Segunda Guerra Mundial. 

Mientras los hombres combatían, habían unas pocas mujeres en el campo de batalla. Algunos las usaban para defenderse, como rehenes. Mientras que otros las tenían en las bases, por darles un nombre. Las bases era en donde los hombres se reunían para discutir tácticas de batalla. Era un lugar en donde descansaban, fumaban un cigarrillo, bebían algo. Y por último, pero no lo menos importante, es en donde estaba la Cruz Roja que los curaba y los acompañaban hasta que daban su último respiro. 

En la Cruz Roja de Inglaterra se encontraba la señorita Abigail Anderson, mejor conocida por su apodo; Abby. La señorita había preferido mantener su nombre oculto. 

En el bombardeo de Londres provocado por los alemanes, sus padres y sus hermanos murieron. Abby fue la única sobreviviente gracias a que su padre se colocó encima de ella para protegerla. Tuvo algunas heridas que no fueron difíciles de curar pero la experiencia, la sensación de la bomba chocar contra todo lo que estaba su alrededor, el hecho de ver a su familia morir frente a sus ojos; estará siempre en su vida.

Estuvo viviendo con personas que ni siquiera conocía pero que fueron igual de afectadas que ella. Compartió con ellos por meses. Varias veces su estomago gruñía y tenía que aguantarse las ganas de comer algo porque simplemente no había.

Los alemanes lo habían destruido todo, habían matado a miles de personas, ganándose el odio de Abby. ¿Por qué tenían que pagar ellos cuando prácticamente no estaban haciendo daño? Eran unos simples civiles, unos simples ciudadanos que lamentablemente se vieron involucrado en una guerra que será recordada por todos los ciudadanos del mundo y por las próximas generaciones. Una guerra que quedará plasmada en los libros de Historia. 

A los que en realidad deberían de estar bombardeando son las bases ubicadas en distintas partes del país; a los hombres que se desplazan por las naciones, preparados para utilizar sus armas. No a las ciudades en donde hay personas inocentes. Personas que ni siquiera saben defenderse con sus propias manos. 

Abby estuvo dos años en la ciudad después del bombardeo. Ayudaba a los más heridos, les daba de comer a los bebés, ayudaba a los ancianos; era un ángel, como la llamaban algunos. Podía estar muriéndose de hambre, pero si notaba que un niño no dejaba de mirar el pedazo de pan que tenía en sus manos, se lo regalaba. 

Puedo pasar unos días más sin comer, solía pensar Abigail Anderson, mientras que ellos no. Son pequeños para saber qué es la fuerza de voluntad. 

Cuando personas del ejército fueron a Londres a buscar gente que se enrolara para curar a los heridos (cada día el número aumentaba de manera alarmante y se necesitaban manos), Abby fue una de las pocas personas que se ofrecieron. La mayoría fueron hombres, ella y una señora de cuarenta años que también lo había perdido todo, eran las únicas mujeres. 

Al principio le fue difícil que la aceptaran. Era una pequeña adolescente, de tan solo quince años. Las heridas con las que suelen llegar los hombres son más fuertes, más profundas que un simple corte. Pero Abigail quería ir. Lo había perdido todo, no le quedaba familia, ¿qué más podía perder?

Meses después, llegó a la base británica. Al hacerlo, le entregaron un traje de color verde con una cruz roja en un fondo blanco en uno de los brazos y espalda. El mismo signo se repetía en el casco que estaba obligada a usar, hasta cuando estaba durmiendo. 

Cuando se dio cuenta de que estaba en la misma base que Stella, la otra mujer que se había ofrecido, no se separó de su lado, haciéndolas parecer hija y madre, a pesar de que no tenían ni un solo parecido. 

Todos los hombres se referían a ella como la dupla familiar.

Más de alguna vez, tanto Abigail como Stella habían intentado que dejaran de referirse a ellas de esa forma; pero a través de los años terminaron acostumbrándose. Ahora, cada vez que alguien las llama de esa forma, una pequeña sonrisa se coloca en sus labios, haciéndoles gracia. 

Los Sargentos y las personas importantes del ejército les dijeron estrictamente a los hombres que no podían tocar a las mujeres, pero eso no evitaba que las mirasen de una forma no muy amorosa ni amistosa. Además era comprensible; estaban en un lugar lleno de testosterona. El simple hecho de que hubiera una mujer, les revolvía las hormonas como si se tratasen de niños puberes.  

Pero el que fuera comprensible, no elimina el hecho de que a Abigail le da asco. Simplemente le repugna que hombres que fácilmente pueden ser su padre, la estén observando como si fuera carne recién sacada del horno, y ellos un lobo hambriento. 

Los Sargentos, los Oficiales, los Soldados; todos estaban esperando el momento en que Abby se rindiera. Esperaban ansiosamente el momento en que la adolescente dijera ya no puedo más, me quiero ir

Pero han pasado cuatro años y aún sigue ofreciendo su ayuda. 

Cuatro años y Abby ya no es una adolescente en pleno crecimiento. Abigail Johnson ya es una mujer de diecinueve años. Ha tenido que defenderse de los hombres borrachos que se atreven a quebrantar la ley de no tocar a las mujeres de la Cruz Roja. Ha tenido que, literalmente, tragarse las ganas de vomitar cuando llega alguien gravemente herido (varias veces habían llegado hombres con la mayor parte de sus piernas cortadas, sin brazos, con una herida de bala ya infectada y sin solución). Ha tenido que aguantar las ganas de llorar cuando un hombre muere con cada segundo mientras está tomado de su mano y le pide que recen con ellos. 

Cuando llegó, Abigail era una de las pocas persona escépticas que habían en la base. 

Sus padres eran una de las pocas personas de la época que no estaban interesadas en la religión y tampoco sentían que fuera muy significante en sus vidas. Por eso Abigail no sabía nada sobre la religión Católica, Cristiana, Musulmana, Evangélica, Islámica, Budista... Pero después de una semana comenzó a aprender. Comenzó a saber quién era Dios, Jesús, María, Buda, qué era el Corán.

Y era una cuestión que simplemente la asombraba y la intrigaba. 

Semanas más tardes, en su tiempo libre, podías encontrarla con su rostro enterrado en un libro acerca de una religión. Libros que difícilmente logró conseguir, pero lo consiguió. 

A pesar de todo, Abigail no pertenece a alguna religión pero por respeto a sus pacientes, por respeto a sus religiones, se aprendió las frases más conocidas y las más fáciles de recitar para hacerlo cuando estén en el lecho de la muerte. 

De a poco, Abigail pasó a ser una chica que todos deseaban sexualmente a ser una mujer que todos le tenían respeto. 

Cuatro años ha sido no solo un infierno para Abigail, sino que para todo el mundo. Para los hombres que tienen que arriesgar sus vidas por una guerra sin sentido, para los sargentos que tienen que ser valientes para continuar batallando cuando sus soldados ya han muerto. Para los familiares de los hombres que los esperan en sus ciudades. Para esas familias que no tienen ni la menor idea si su esposo o hijo aún está vivo o si ya murió. 

Una guerra que en cualquier momento se va a acabar, pero para que eso ocurra varias personas tienen que morir en el progreso. 

1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora