No lo soportó más. La imagen de la cabeza del alemán perforada por la bala estaba impregnada en su mente junto a los multiples balazos que Don le había propinado al alemán en el living de la casa. Hasta con los ojos cerrados la podía ver y escuchar.
Por suerte había un baño cerca y la puerta se encontraba abierta. Pero no había tanta suerte como se había anticipado. Michael no pudo ni llegar al váter, teniendo que vomitar en el lavamanos.
Luego de limpiarse la boca con el papel higiénico, abrió la llave para limpiar la cerámica del lavamanos. Pero como dije, la suerte no estaba de su lado. No había agua. Ni una sola gota salió de la llave.
El soldado observó alarmado su alrededor, en busca de algo con lo que pudiera limpiar. Pero no había nada. Finalmente, cuando comenzaba a asquearse del olor, cuando volvía a sentir la bilis en su boca, tomó una toalla y la dejó sobre el lavamanos, tapando su vómito.
Pero el sabor agrio le quedó en la boca. Bajó hasta la primera planta y fue hacia el pequeño bar que habían instalado los dueños. Intentaba buscar algo que no fuera alcohol, pero fue lo único que encontró. Sabia que no debía beber, su estómago estaba sensible (o por lo menos eso pensaba) pero no quería ir a la cocina y encontrarse con el cuerpo inerte del pequeño. Supuso que en el suelo había una poza de sangre que se expandía con cada segundo.
De tan solo pensarlo le daba escalofríos.
Sin demorarse un segundo más, tomó las botellas de alcohol que pudo y salió, sintiéndose aliviado cuando la fría brisa golpeó su rostro, congelándolo de inmediato.
Se sintió libre, como si hubiera estado años encadenado, sin poder ver la luz del sol.
Con el corazón prácticamente en la boca, se quedó parado al medio de la calle, sin saber que hacer ni hacia dónde dirigirse. Habían varias personas de su ejército divirtiéndose con la comida y el alcohol que habían encontrado en las casas abandonadas. Otros se divertían con los objetos que habían descubierto. Otros ya se estaban besando a las pobres alemanas.
¿Esto es lo que sucedía en todas partes? ¿Se destruyen ciudades y después se les roba la comida, el alcohol y las mujeres?
Con mayor razón los alemanes nos bombardearon, pensó.
Pasaron unos soldado ante él y le pidieron las botellas. Michael les entregó dos y se quedó con una.
Aún estaba vacilante. No sabía si beber o no. Pero el sabor agrio, ácido y asqueroso en la boca era mayor. Destapó la botella y bebió un largo sorbo para después hacer muecas de dolor. La sensación quemante bajaba por su garganta, pero al mismo tiempo era una sensación agradable.
—Vamos, no hay nada más que hacer aquí —escuchó a Don hablar.
El trayecto de vuelta a la base fue en silencio, en tranquilidad. El tanque de Michael fue el único que volvió a la base, los demás recibieron ordenes de ir a otros lugares a investigar si habían amenazas.
Era de noche cuando Michael finalmente salió del tanque, ya en la base. Habían varias fogatas iluminando el lugar y también brindándole calor a los pobres hombres. A pesar de que la primavera había comenzado hacia más de una semana, el ambiente aún no era lo suficientemente cálido por las noches.
Los hombres, alrededor de la fogata, hablaban y bromeaban como si no se encontrasen en una guerra. Como si se encontrasen en la mitad de un camping. Como si se hubieran conocido porque sus esposas eran amigas.
A pesar de que su estómago gruñía, Michael dedujo que no podía pedir comida alguna. Ningún otro hombre estaba comiendo, pero si estaban bebiendo. Era como si el alcohol fuera lo único que podía aparecer como por arte de magia. Al lugar que iba, había alcohol.
Lo entendía. Los efectos que tiene el alcohol en el cuerpo ayuda a que te olvides por lo que estás pasando, lo que estas viviendo. Por unos momentos te olvidas del odio que sientes hacia los alemanes. Te olvidas del cansancio que sientes día a día, esperando el momento en que la guerra termine.
Su compañeros de tanque se sentaron en la fogata más cercana y comenzaron a hablar con sus compañeros.
Michael analizó la posibilidad de sentarse con ellos. Pero al final dedujo no iba a encajar. Se podía ver desde la distancia que era el único de veinte años, los demás sobrepasaban los treinta, algunos hasta los cincuenta años. Él era prácticamente un niño metido en un juego de adultos.
Buscando una parte en donde sentarse, divisó la figura de la chica que se había acercado cuando estaba vomitando. Observó como hablaba con una mujer. Hablaban como si fueran amigas de toda la vida; claro, Michael no tenía ni la menor idea de cuanto tiempo Abby ha estado ayudando a los hombres.
Mientras hablaba pudo ver que había comida en sus manos.
Michael no supo si el hambre o la desesperación de estar con alguien lo llevó a sentarse junto a las mujeres. Quizás fueron ambas combinadas.
Stella y Abby le sonrieron calidamente al notar su presencia. —Hola —dijeron al unísono, haciéndolas reír.
—Hola —respondió tímidamente, escondiendo sus manos entre sus piernas para conseguir calentarlas.
El calor que emanaba la fogata era el suficiente para poder sentir su rostro cálido. Poco a poco, sentía como su nariz comenzaba a calentarse. Comenzaba a sentirla nuevamente. Cada vez que respiraba, ya no le dolía.
—¿Cómo te llamas? —Michael observó a la mujer que le hablaba y reparó en sus características. Tenía el cabello oscuro al igual que sus ojos, debajo de estos habían unas bolsas dejando en evidencia las miles de noches que había pasado desvelada, tratando de mantener la vida de una persona.
Stella tenía treinta y tres años, pero aparentaba más. El rostro se le había envejecido de tal manera que era impresionante, pero es el efecto que tiene la guerra en una persona como ella. Stella siempre ha envidiado a Abby, porque refleja la edad que realmente tiene. Aún sigue deslumbrando como lo ha hecho desde que la mujer la vio por primera vez.
—Michael Clifford —respondió, centrando su atención en los pedazos de madera que se quemaban, provocando fuego.
—Bueno Michael, yo soy Stella. Y ella es Abby —apuntó a la chica con su dedo pulgar.
Michael asintió, sonriéndoles levemente.
Las chicas siguieron hablando como si Michael no se encontrase allí. El chico intentó concentrarse en el fuego que estaba frente a él, concentrarse en hacer que su cuerpo captara la mayor cantidad de calor que pudiera para pasar su primera noche. Además, se concentraba en hacer eso para no escuchar la conversación que estaba al lado de él, pero le era imposible. Sentía una necesidad de hablar con alguien. La misma necesidad que tenía por comer algo.
De repente Stella se levantó y se despidió de ambos jóvenes adultos.
Abby y Michael se quedaron en silencio, observando la fogata.
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1945
Fanfictionmil novecientos cuarenta y cinco, también conocido como el último año de la segunda guerra mundial.