neunzehn

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—¿Te he despertado? —Abigail preguntó, quitando lenta y cuidadosamente la venda del hombro de Michael para poder inspeccionarla. 

Cada vez que el soldado le preguntaba sobre el estado de su hombro (no habían espejos alrededor. No podía inspeccionarla por si mismo. El único espejo que había era la mitad que habían encontrado en la primera casa que habían invadido cuando llegaron. Ese espejo desaparecía y aparecía cada cierto tiempo. Usualmente los hombres lo ocupaban para afeitarse cuando tenían tiempo y no estaban quejándose y maldiciendo a los alemanes), Abigail se veía obligada a mentirle. 

La enfermera había utilizado todas las técnicas que conocía; hasta le había preguntado a sus compañeros qué más podía hacer. Pero ya no había nada más que hacer.

Abigail no sabía cómo, pero la herida se había infectado de una forma horrenda. La chica había visto heridas infectadas en los años que lleva sirviendo como enfermera, pero nunca había visto una como la de Michael. Abby no sabía qué es lo que iba a suceder si la infección continuaba en su cuerpo. 

La chica conocía sobre la medicina, pero no tanto como a ella le gustaría. 

No tenía libros en los que apoyarse como los médicos y enfermeros de todo el mundo. No tuvo años de práctica para poder ser mejor, como todos los médicos y enfermeros. 

Es enfermera porque no le quedó otra opción. O era venir a la base o morirse de hambre en la calle. 

Le gustaría salvar a todo el mundo. Le gustaría salvar a todos los hombres que llegan a estar en su camilla. Pero lamentablemente no es Dios o Jesús para hacerlo. No tiene poderes sobrenaturales para revivir a todos los hombres, niños y mujeres que han muerto por equivocación en esta fatídica guerra. 

Michael siseó sigilosamente, cerrando sus ojos con fuerza cuando Abby llevó a pasar una zona sensible. 

—Lo siento —murmuró rápidamente la rubia, desenvolviendo lo poco que quedaba de la venda. 

—¿Te ha dolido o picado? —le preguntó mientras buscaba más venda y cosas para desinfectar. Pero lamentablemente ya no le quedaba. Con lo único que podía desinfectar era agua limpia que traían de vez en cuando (Abigail tuvo que pelear para salvar por lo menos, dos baldes para la herida de Michael. Los hombres no quería pasárselo, diciendo que estaba mintiendo y que quería tomar el agua ella sola. Menos mal que Don estaba cerca para poder intervenir, diciendo que confiaba plenamente en las acciones de la joven. Abigail se sorprendía en cómo, a pesar de los cuatro años que lleva sirviendo como enfermera, los hombres aún dudaban de ella. Lo entendía al principio, pero ahora ya le parecía una locura. Había salvado tantas veces su pellejo, les había sanado tantas heridas que deberían de sentirse agradecidos, no de tener la necesidad de protegerse porque podía ser una espía de la SS y darles la espalda en cualquier momento). Hasta habían llegado a ocupar el alcohol beben, pero después de escuchar (y de casi quedar sin audición) la forma en que Michael se quejaba por el ardor, decidió no volver a intentarlo.

Michael intentó hacerla cambiar de parecer. Si ocupar ese tipo de alcohol era la única solución que quedaba, iba a tener que aguantarlo. Pero Abigail no lo permitió. 

—Hay veces en que me pica. Si me apoyo en el me duele; lo mismo que los otros días —contestó, inspeccionando atentamente su herida. 

No entendía si el aspecto que tenía era bueno o malo, pero se inclinaba más hacia el lado malo. 

A pesar de todas las veces que la chica le había dicho de que era normal que tuviera ese color, que le doliera de la forma en que lo hacía; Michael no le creía al cien por ciento. Había algo en sus ojos y su voz cuando se lo decía. Quizás era la forma en que lo observaba o en la forma en que colocaba nerviosamente la venda y murmuraba palabras entre dientes que lo alarmaban. 

Intentaba creer en sus palabras, de verdad que lo hacía. Al fin y al cabo, Abigail era la enfermera, ¿no? Ella sabía más de estas cosas que él. 

—Diablos —maldijo, levantándose de manera tan brusca que los huesos de sus rodillas sonaron, estremeciendo a Michael. —Honestamente espero que en la otra base tengan más desinfectantes que nosotros. No entiendo por qué dejaron de traer cuando aún tenemos heridos —Abigail se quejó, agarrando la botella de agua que había traído y ocupando una venda nueva y limpia. Comenzó a mojar la herida, con el fin de desinfectarla aunque fuera un poco. 

No había noche en que Abigail no rezara para que los bichos, las bacterias se fueran del cuerpo de Michael. 

Si Dios realmente existía, ya habría hecho realidad la petición. 

Pero la herida continuaba allí y continuaba expandiéndose día a día.

Pocas veces Michael observaba su herida. Siempre la encontraba igual así que no ayudaba mucho ni tampoco le preocupaba. En cambio, Abigail quien ya tiene ojos de experta, puede ver como hasta la herida crece un milímetro. 

Y no tan solo crece, si no que también cambia de color. 

Michael siseaba cada vez que la venda mojada hacia contacto con su piel. Le provocaba un ardor que no le dolía, pero si le incomodaba. Y ese ardor permanecía hasta minutos después de que la venda estuviera en su hombro, abrazando su piel. 

—¿Y qué se siente estar todo el día acostado? No sabes el lío que hay allá afuera —comentó sentándose su lado, sus rodillas a penas tocándose. 

Michael se rió fríamente, acomodándose en su cama. —No es la gran maravilla como lo haces ver. Honestamente —suspiró luego de una pequeña pausa. —Apesta

Abby se rió, colocando sus manos bajo sus piernas para que adquirieran un poco de calor. A pesar de que estaban en Abril, el clima aún no se estabilizaba del todo. Habían días en que hacía frío, otras en que hacía calor. En las noches sucedía lo mismo. Lo único que la enfermera deseaba era que se estabilizara luego. No le gustaba el otoño ni la primavera. Le gustaban las cosas fijas; invierno o verano. 

—Te prometo que es mejor estar aquí, acostado, relajado que estar allá fuera, volviéndote loco con todo el desorden que hay. 

—Te prometo que es mejor estar allá fuera, moviéndome. Creo que me voy a volver loco algún día si sigo obligado a estar acá. 

Abigail se rió, encontrando divertido como ambos preferían situaciones distintas. 

Cayeron en un silencio cómodo, al igual que habían sido los otros silencios. Tanto Abigail como Michael se preguntaban como no se sentían incómodos en los silencios; si hasta cuando la chica estaba en silencio con Stella se incomodaba. 

Pero había algo en Michael que hacía que todas las cosas fueran de una manera distinta. 

Lo mismo le sucedía a él.

Ambos tenían la teoría de que habían llegado a la vida del otro para marcarla. Claramente, lo habían hecho. Habían provocado un giro de 360° en la vida del otro.

Michael pasó de tener a su vecina en su mente a tener a la chica a su lado, a su enfermera. Mientras que Abigail pasó de preocuparse de solamente ella y Stella, a preocuparse de Michael. 

En tan solo unos pocos días, Michael había llegado a ser una persona importante para su vida. 

No lo conseguía entender. Abigail no lo conocía como le gustaría hacerlo y sabía que no iba a tener la oportunidad. 

Si no fuera por la guerra, no se hubieran conocido. Vivían en los lados extremos de la ciudad. Abigail era del lado oriente, Michael del lado poniente. Sus círculos de amistades eran distintos. Michael se juntaba con los chicos que lo aceptaban por ser el chico americano, el nuevo a la ciudad. Abigail se juntaba con todo el mundo porque todos los niños la adoraban. 

Si no fuera por la guerra, no se hubieran conocido; pero eso no significaba que se arrepentían de haberlo hecho. 

Ambos estaban felices de tener a alguien con quien conversar en esta base. 

1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora