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Michael aún estaba vagabundeando por la base cuando Abby por fin logró salir de la tienda, totalmente agotada. 

Había podido curar un poco de la herida de William, pero como éste continuaba moviéndose, gritando como si lo estuvieran matando los alemanes, sus fieles enemigos; la paciencia de Abigail se fue esfumando con cada segundo a una rapidez impresionante.

Abigail suele ser la enfermera con más paciencia en la tienda. Suele estar hasta el último momento, intentando curar la herida hasta que lo consigue, a pesar de que su paciente no ayude mucho que digamos. 

La chica aún estaría allá dentro, intentando ayudar a William Thompson, si no hubiera sido por Stella, quién prácticamente la echó. Le dijo que ella se iba a encargar desde ahora, que fuera a tomar un descanso. 

Abby no tuvo más opción que hacerle caso. 

Al correr la puerta hecha de tela del mismo color que todas las tiendas que se encuentran en la base, la chica pudo respirar. Por alguna extraña razón, al estar allá adentro, sentía que estaba encerrada, que no iba a poder ver la luz del día nunca más. 

Le dio la vuelta a la tienda y se sentó en unos troncos de madera que habían dispuesto. Se sentó y apoyó su frente en sus rodillas mientras sus brazos abrazaban su abdomen por sobre el uniforme. 

Al estar con William, en el mismo lugar, le trajo malos recuerdos. 

Se quedó sentada, esperando que los malos recuerdos y la mala energía que estaba corriendo por su cuerpo se desvaneciera. No le importaba si le iba a tomar todo el día. Todos, a excepción de los nuevos, saben que Abigail tiene el peor temperamento cuando ya se le acabó la paciencia. Puede convertirse en la peor mujer del mundo.

Mientras Abigail estaba sentada detrás de la tienda en donde trabajaba, Michael estaba cumpliendo las tareas que Don le había dado. Limpiar el interior del tanque. 

Michael no entendía por qué tenia que limpiarlo si cuando salieran nuevamente se iba a ensuciar. No había sentido en limpiarlo. 

Pero de todas formas lo hizo. No quería ver a su comandante enojado nuevamente. No después de lo que pasó en la casa del alemán, en donde murieron tres personas. 

Mientras pasaba el paño mojado con agua caliente por las paredes y cada una de las partes del tanque, intentaba recordar el sueño de la noche anterior. Tenía conciencia de que había sido una pesadilla; se había despertado con esa sensación de tener todos los pelos en punta. Pero no recordaba que hubiera sido exactamente una pesadilla. Recordaba que había estado el niño alemán y el soldado en la cama, pero hasta ahí no más llegaba su memoria. Después de eso todo era negro. 

Suspiró pesadamente cuando una mancha de sangre se negaba a salir porque el agua ya no limpiaba como el principio. En vez de limpiar, ensuciaba más. 

Saliendo con un poco de dificultad, apoyó el balde en una de las partes lisas del tanque para poder salir por el orificio. Esta era la tercera vez que salía del tanque y aún le costaba. Aún no tenía la habilidad de sus compañeros. 

No tan solo su chocó su codo contra el balde, mandando el objeto hacia el suelo; si no que también casi se cae por no haber apoyado bien su mano. 

Si no hubiera sido por sus buenos reflejos, Michael no esta seguro de que parte de su cuerpo se hubiera visto dañada. 

Por supuesto que Grady tuvo que haber estado ahí para presenciarlo todo. Y por supuesto que se tuvo que burlar del chico. 

Michael lo observó por unos segundos antes de bajar y coger el balde entre sus manos. Iba a tomarlo cuando otra persona le ganó. Observó a la persona, encontrándose con unos ojos azules que resaltaban entre toda la suciedad que tenía en su rostro. 

A diferencia de los demás hombres, este no estaba ocupando un casco, dejando a la vista su cabello castaño sucio, con raíces de color rubio. 

¿Se tiñó el pelo? pensó Michael, observando fijamente el cabello del chico. ¿Qué hombre se tiñe el pelo?

Luke le tendió el balde de forma incómoda y Michael lo aceptó, frunciendo sus labios en una sonrisa. 

—¿Eres nuevo? —preguntó directamente Luke, guardando sus manos sin guantes en los bolsillos de la chaqueta, intentando resguardarlas del frío que hacía. 

—Algo por el estilo —murmuró Michael, avergonzado de decir la verdad. —¿Y tú? —lo observó a los ojos, encontrándose con la sorpreda de que ya no resaltaban como antes. Ahora lucían... apagados. Fue como si la mirada anterior hubiera sido una capa para ocultar lo que en realidad sentía. 

—¿Acá? Sí —apuntó al suelo, refiriéndose al lugar. —¿En la guerra? No. 

Michael frunció el ceño, interesado en este nuevo chico. 

En realidad, se interesaba por todas las personas que estaban en la guerra. Quería saber sus experiencias, saber cómo lograron subir las paredes para que ninguna cosa los hiera, cómo han logrado obtener la experiencia que tienen. Pero cada uno de los hombres tiene esa pizca de enojo impregnado en su rostro que hace que las ganas del soldado de saber más, se esfumen. 

—¿Cuánto tiempo llevas? —murmuró, jugando con el balde entre sus manos.

—Dos años. 

Michael rió, elevando sus cejas por un segundo. —Dos años —repitió. —Con suerte llevo dos días —murmuró, riendo nuevamente. Sus ojos estaban en fijos en el metal que conformaba balde.

A diferencia de las demás cosas a su alrededor, el balde resplandecía. 

—Eres nuevo nuevo.

Michael asintió, tragando saliva.

Nunca le ha gustado que se refieran a él como el chico nuevo. Con tantos cambios y mudanzas que ha vivido en su corta vida, ha llegado a desperdiciar tal etiqueta.

—¿Quieres que te ayude a aprender a disparar y toda esas cosas? 

Elevó su rostro sorprendido, encontrándose con una pequeña sonrisa en el rostro de su acompañante. Michael frunció el ceño, sin saber si el chico estaba bromeando o no. ¿Cómo puedo estar seguro que no es amigo de Grady? ¿Cómo puedo saber si esto no es causa de Grady?

—¿Hablas en serio? —preguntó Michael, incrédulo. 

Luke asintió, la sonrisa pequeña aún permanecía en su rostro. —Ojalá alguien se hubiera acercado a mi cuando comencé, así no hubiera tenido todos esos moretones que conseguí por tener muy cerca el arma de mi rostro. Una vez estuve como cinco días con un moretón en mi mejilla —apuntó su mejilla derecha, en donde en este momento no había nada más que tierra, suciedad. 

Michael medio-sonrió, encontrando divertida la situación. 

—Así que, ¿qué dices? —estiró su brazo, esperando que Michael tomara su mano. 

Y el soldado lo hizo. 

—Trato hecho. 

1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora