Cuando Marinette llegó finalmente a su pequeño y cálido apartamento, estaba molida. No, en realidad molida no era la palabra adecuada. Sus huesos se sentían aún más finos y débiles que la propia harina. Sería más lógico pensar que se había convertido en una enorme masa gelatinosa incapaz de mantenerse erguida y sin temblar estando de pie.
Detestaba los vuelos largos, pero odiaba muchísimo más los vuelos largos con escalas. Cerró la puerta con el talón y dejó la maleta en la misma entrada. Fue como un zombie hasta su sofá y se sentó soltando un quejido de cansancio y confort.
Se quitó la pulsera de la muñeca y la dejó suavemente sobre el sofá. La caja de prodigios recuperó su tamaño normal mientras ella se quitaba las deportivas. Inspiró hondo, sintiendo toda la energía mágica regresar a ella. Estiró las manos y las piernas haciendo crujir sus articulaciones antes de dejarse caer nuevamente entre los mullidos y coloridos cojines. Tener que estar pendiente todo el tiempo de que el hechizo de camuflaje de la caja se mantuviera activo también era un terrible dolor de cabeza. Pero era un sacrificio que, como guardiana, debía tomar. Por muy agotador o pesado que fuera, no podía pedirle ayuda a nadie más.
Tikki salió volando del bolso que aún cargaba, sabiendo que ya no había peligro de ser descubierta. Admiró a Marinette con pena, pero no dijo nada.
Dudaba mucho que pudiera moverse de aquel sofá esa noche. Le importó muy poco la ropa, las trenzas o que necesitaba urgentemente una ducha y cepillarse los dientes para quitarse la peste del avión y la comida rápida del aeropuerto. Le pesaban demasiado los ojos para pensar en nada más que dormir.
Tikki tiró de la manta de ganchillo que había en el respaldo del sofá y observó a Marinette acurrucarse bajo su cálido peso. Iba a volar a la cocina en busca que una de sus galletas porque, a diferencia de Marinette, ella sí estaba lo suficientemente despierta para tener hambre, cuando un estrépito contra la ventana del pequeño balcón las sobresaltó.
— Tikki, ¿qué...? —murmuró Marinette, soñolienta.
—Espera, voy a ver —dijo Tikki, volando hacia la puerta de cristal.
El aporreo era constante y frenético, aterrorizado. Marinette se irguió en el sofá, quitándose la manta de encima, con todos los sentidos alerta. Pero fue Tikki la primera que habló al reconocer al causante.
—¿¡Plagg!?
Ladybug recorrió los tejados de París a toda velocidad. La cuerda de su yoyó ardía contra su piel, aún con el traje de por medio, pero era imposible que redujera la velocidad. Plagg volaba a su lado como un cometa en llamas, demasiado atraído por la gravedad como para detener su impulso. Y era imposible no imitarle, no con el mismo miedo atenazándoles las entrañas.
—¡CHAT! ¡CHAT ESTÁ HERIDO! —había gritado Plagg al borde de las lágrimas, apenas con el dominio suficiente sobre sí mismo para guiarla a salvar a su amigo.
Jamás se le había hecho París tan interminable, tan laberíntico ni tan complicado. En realidad quién se sabía siempre los mejores atajos era Chat. Marinette hizo el esfuerzo por tragarse las lágrimas, o al menos de ocultarlas. No podía dejar que los ciudadanos vieran a Ladybug llorar. Se asustarían, temiendo lo peor. Aunque ese fue apenas una reflexión fugaz en su cabeza llena de responsabilidad. Todos sus pensamientos estaban en su compañero.
Cuando encontró su edificio casi gruñó de impaciencia, pero logró aterrizar sigilosamente en su enorme balcón. Plagg entró a toda velocidad en el apartamento, guiándole por donde ir mientras gritaba el nombre de su compañero.
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Los secretos de Marinette
FanfictionMarinette era un libro abierto. Siempre cercana, siempre empática, siempre con el rostro lleno de tantas emociones. Pero en realidad, Marinette estaba plagada de secretos. Algunos ni ella misma los conocía. Fic del reto #marinettemarch2021.