8. Leones y Ciervos

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Lord Stark le había pedido a su sobrino que paseara junto a él por las murallas, hace poco había recibido la noticia de la muerte de Jon Arryn, un hombre al que quiso como un padre y que, por desgracia, ya no estaba entre ellos.

Cuando miraba a Artys creía verlo, creía, puesto que a pesar de compartir muchos rasgos, tanto físicos como de carácter, tenían sus más que claras diferencias. 

Padre e hijo eran alegres por naturaleza, Eddard recordaba la sonrisa que solía lucir su fallecido tutor, la cual no sabía si había seguido portando después de convertirse en la Mano del Rey, pero si sabía que había brillado en el pasado y que ahora seguía viva en Artys.

Jon Arryn en muchas ocasiones se reía de la seriedad que tenía el actual señor del Norte. En la carta que escribió a Eddard pidiéndole que se encargara de su hijo dejo como condición una cosa: podía enseñarle a ser un buen hombre, un buen guerrero, un buen Lord, pero no podía inculcarle seriedad, a menos que fuera en situaciones de vital importancia, en pocas palabras le pidió que buscara el término medio entre él y Robert Baratheon.

Otro aspecto común entre los dos halcones era su curiosidad y la manera en la cual observaban lo que les rodeaba, característica que podía ser un arma de doble filo, saber de más podía traer consecuencias.

En aquel momento, de pie sobre la muralla de Invernalia, Lord Stark se dio cuenta del tiempo que había pasado, años desde que había visto a Artys por primera vez, y aún más desde que vio a Jon Arryn.

—Ha llegado un mensaje de la capital. Tu padre ha muerto, unas fiebres se lo llevaron. Lo lamento mucho. —un silencio envolvió a ambos.

Por primera vez en todos los años que habían compartido juntos, Eddard, veía los ojos de su sobrino rojos, a punto de romper en llanto.

Artys se acercó al muro, sus manos se aferraron a la fría piedra a la vez que su vista se perdía en el horizonte y su rostro empezaba a empaparse de lágrimas. Se sentía hueco, como si de golpe todo lo que pensaba, lo que era, se hubiera paralizado, como un baúl que se vacía.

Por algún motivo las palabras no le salían, la garganta se le había secado y no escuchaba nada de lo que había a su alrededor, lo único que tenía en mente era el rostro de su padre, aquel hombre que le dio la vida y al que hacía tanto tiempo que no veía y que  nunca podría volver a ver.

Lord Stark se fijó en las manos de su sobrino, ejercían tal presión sobre la piedra hasta el punto de haberse vuelto rojas, estaba convencido de que tendría raspones en ellas. Se acercó a Artys y colocó una mano en su hombro, pero Artys se deshizo del agarre y se marchó, sin que su tío pudiera decir nada más, necesitaba estar solo y el señor del Norte lo entendía.

Tan rápido como pudo fue a su habitación, allí, se sentó en el suelo, y lloró, sin más compañía que la de Ícaro. Se dedicó a releer las cartas que su padre le había escrito desde su llegada a Invernalia.

Aquella noche decidió no cenar, después de horas en silencio, recordando a su padre, decidió tocar su flauta, era un instrumento del que, poco después de su casi muerte, se había encaprichado. Un músico del sur había llegado a Invernalia junto con otro grupo de intérpretes. A Artys le llamó la atención aquella flauta que se tocaba de lado, pago a aquel músico para que le enseñara, no tocaba brillantes melodías, pero le divertía, y en aquellos momentos una triste le reconfortaba.

Muchas noches iba a su torre, se sentaba bajo las estrellas y mientras las miraba se inventaba canciones, en bastantes ocasiones Sansa se unía a él y se sumaba a la actuación recitando poemas, el resultado era que Ícaro huyera despavorido, eso inició la teoría de Artys de que el pájaro tenía un pésimo gusto musical.

El Halcón Dorado |GoT|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora