Capítulo III

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Ya había pasado un mes desde el torneo. El singular dúo parecía haber tomado la costumbre de pasarse todos los fines de semana por la taberna, y tú usualmente eras la encargada de servirles, como si tus compañeras te hubieran atribuido automáticamente el rol de atender a esos dos. Por ese motivo, nada más verles entrar por la puerta aquel día y que Hanna se acercara lentamente hacia donde estabas, supiste que quería intercambiar puestos para que fueras tu allí. Sin decir nada, te secaste las manos y tomaste la bandeja para hacer eso.

La pequeña mesa para dos al fondo de la sala se había convertido en un sitio donde la clientela habitual del negocio no osaba sentarse, como si la zona hubiera pasado a tener propietario. Por esa razón, ahora ni siquiera necesitabas guiarles hasta el lugar, Kenny entraba seguido de su pequeño aprendiz y enseguida tomaban asiento donde siempre.

Mientras llegabas a la mesa donde ellos dos ya estaban sentados, tus ojos se posaron disimuladamente sobre el pequeño cliente. Enseguida detectaste los nuevos moratones en sus brazos y algún que otro arañazo en su rostro. Cada vez que venía, sus anteriores rasguños apenas habían sanado y ya traía otros nuevos, lo que te daba entender que no había semana en la que no se metiera en problemas. Nada más detectar tu presencia, su rostro se volteó hacia ti e hicisteis contacto visual. No pudiste contener la pequeña sonrisa que se asomó en tus labios.

No es que fuera un joven muy hablador, ni siquiera podía considerarse demasiado simpático. Pero a su modo, siempre tenías pequeños gestos con los que no podías evitar reparar. 

Dejarte la taza vacía sobre la barra antes de irse cuando estabas muy atareada, o quedarse un rato más fuera, en la entrada, cuando llevaba los zapatos embarrados para limpiarlos y no ensuciar el suelo, a pesar de que todos lo demás clientes entraban sin apenas reparar en ello. Incluso el haberle visto antes de irse dejando disimuladamente alguna que otra moneda de más de su propio bolsillo sobre la mesa, junto a las de Kenny. 

Quizás aquellos actos podían pasar desapercibidos de tus compañeras y todo el mundo en la taberna, pero no escapaban de ti. Y es que estabas segura de que muchos de esos hombretones de los que estaba el bar repleto y que tanto fardaban de ellos mismos, deberían aprender un par de cosas de aquel niño.

Por eso, no podías evitar encariñarte cada vez más y más con él. Y, el pensar que por lo menos el poco rato que pasaba en aquel lugar, podías prepararle uno de esos tés que parecían gustarle tanto y alejarlo por lo menos unos instantes de toda aquella violencia con la que convivía en su día a día junto aquel asesino, te hacía sentir que tu trabajo valía la pena.

- Buenas noches- pronunciaste afectuosamente en su dirección.- Lo de siempre, ¿verdad?

El niño, sin mostrar mucha reacción al respecto, se limitó a asentir con un sonido nasal y desviar su atención a otro lugar. Apenas volteabas hacia el aclamado asesino al otro lado de la mesa cuando este levantó la voz.

- ¿Otra vez tú por aquí? ¿Acaso eres nuestra camarera personal?

- Hola, señor.- Respondiste pero esta vez en un tono normal, como el que usabas con el resto de clientes. Habías escuchado bien su pregunta y supiste que él también debía haber notado como tú eras siempre la única que aparecía para atenderles, pero preferiste hacer como si no te hubieras percatado al respecto.  -¿Usted también querrá lo de siempre?

Él hombre arrugó un poco la frente y por unos segundos parecía querer insistir más en aquello. Por suerte, terminó por suspirar con desgana dejándose caer sobre el respaldo y colocar el codo encima de este.

-Uh, que remedio... - Empezó a decir con poco entusiasmo.- Esta bien lo de los torneos, pero por lo que veo es tan solo algo ocasional. Hubiera preferido ir a otro lugar, pero por algún motivo al estúpido mocoso le ha dado con encapricharse en que solo quiere venir aquí.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝐷𝑒𝑙𝑖𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 (𝑳𝒆𝒗𝒊 𝒙 𝑹𝒆𝒂𝒅𝒆𝒓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora