Capítulo XXII

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Sus dedos se deshicieron de la última correa que te ataba a la estructura de metal.

—Arriba.

Los brazos de aquel individuo sostuvieron tu cuerpo y con poco esfuerzo te alzaron fuera de la cama. Dio varios pasos y con cuidado te colocó sobre una vieja silla de madera, dejándote sentada. Con mirada perdida y apenas presente.

Tu cuerpo apenas era capaz de sostenerse por su cuenta en aquella postura. Cada uno de tus huesos se clavaba sobre la piel, provocándote una clase de dolor que nunca habías sido capaz de experimentar.

Podías notar como cada uno de los gestos, por pequeños y débiles que fueran, suponían un inmenso esfuerzo y energía de la que no disponías. Incluso en los músculos de tu rostro, que apenas habían cambiado de aquella expresión inexpresiva e incluso fantasmal que habías adoptado en aquel par de semanas en el interior de esas cuatro paredes.

—Hoy ha empezado el día con buen pie. Parece ser que el buen tiempo en la superficie ha traído muy buenas cosechas. La gente ha salido de sus casas en masa como hacía tiempo que no veía, y el mercado estaba a rebosar de comida. ¡Además a muy buen precio! —pronunció el joven que aún seguía allí por algún motivo.

Alzaste un poco la mirada, sin prestar demasiada atención. Él te daba la espalda mientras cambiaba la sábanas como ya había hecho en más de una ocasión. Con calma las colocaba mientras seguía hablando.

> He comprado de todo. Patatas, cebollas, pan, un par de peras... —Pronunció sonriente acabando de colocar la tela que cubría el colchón.

Volteó para tomar la sábana y con un gesto de brazo la extendió en el aire haciendo que esta reposara sobre la superficie de la cama. Se acercó y trató de extenderla con las manos para quitar cada una de las arrugas.

> ¡Incluso huevos! ¡Hacia tanto que no comíamos huevos! No puedo esperar a esta noche para cocinarlos.

Solo llegaste a escuchar la palabra de aquel alimento, como un eco lejano, pero fue suficiente para que sintieses náuseas. La simple mención de comida te removió el estómago a pesar de que permanecieras quieta y en silencio, sin expresarlo físicamente.

Podías notar cada una de tus costillas luchando por cubrirse con la poca carne que las rodeaba. Notabas como tu estómago estaba tan vacío que se hundía hacia dentro de un modo enfermizo. Pero eras incapaz de sentir hambre, todo lo contrario. Nunca habías sentido tan poco deseo por comer en toda tu vida. Aunque si no fuese así lo ignorarías de todas formas.

Tu mirada ojerosa se deslizó a aquella ventana en la pared, ahora tapiada con varias planchas de madera de tal modo que era imposible destruirla. Ya no había modo alguno de escapar de allí. Lo único que podías hacer era permanecer sin apenas beber o probar bocado.

Hasta que tu cuerpo pereciera.

Sin ni siquiera percatarte de donde venía, volviste a notar aquellos brazos alzándote en el aire y volviendo a dejarte con suavidad sobre la cama recién hecha.

—Ahí lo tienes. Sábanas recién lavadas. ¿Huelen bien verdad?

El joven te cubrió con las mantas, sin esperar respuesta alguna. Como si te trataras de una muñeca dejó tu cabeza reposando sobre la almohada y sacó tus brazos por encima de la tela para dejarlos reposando sutilmente sobre ti. Su mirada se posó sobre tus muñecas, que aún tenías marcadas las correas que te ataban unos minutos antes.

—¿Las he apretado demasiado antes? —pronunció con genuina preocupación.— Cuánto lo lamento. Aunque sea por tu propio bien debe ser horrible estar aquí dentro y ni siquiera poder moverte libremente. Me quedaré un rato contigo, para que no tengas que volver a usarlas de inmediato.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝐷𝑒𝑙𝑖𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 (𝑳𝒆𝒗𝒊 𝒙 𝑹𝒆𝒂𝒅𝒆𝒓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora