Capítulo XXVI

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Te encontrabas en el interior de una habitación de techo alto, decorada con paneles de madera de un amarillo suave y una gran lámpara de araña vestida con centenares de diminutas gotitas de cristal. Las paredes estaban pintadas de un blanco roto, cubiertas por múltiples obras de arte. Estas mostraban el mismo escenario uno y otra vez, y los contemplabas con minuciosa atención a pesar de haber despertado apenas hacía unos escasos minutos. 

Mandíbulas ensangrentadas de rabiosos caninos se ceñían sobre la carne de varios alces desorientados, de ojos abiertos y expresión desencajada, mientras un grupo de tres hombres parecían contemplarlo todo desde la distancia. En otro, esta vez en blanco y negro, un grupo de los mismos caninos devoraba esta vez a un solo e indefenso jabalí, con mirada entrecerrada y lleno de aquel líquido oscuro que manchaba todo su alrededor. 

Tus ojos depararon por el resto de escenarios ficticios llenos de estos enfrentamientos que por algún motivo siempre consistían en perros, sus amos y algún que otro animal que había tenido la mala suerte de toparse con ellos en el bosque. Finalmente tu cabeza volteó en dirección contraria a la pared de pinturas.

Al ver el inmenso ventanal del que procedía la luz que iluminaba el dormitorio. Sobre aquel extraño techo azul en el exterior cubierto con unas pocas manchas blancas que parecían echas de algodón y flotaban en la nada, moviéndose muy lentamente.

Y a pesar de todo, no hubo un solo atisbo de sorpresa o emoción. 

Tus pupilas se posaban inmóviles por primera vez sobre la claridad del cielo como si se tratara del mismo infierno.

El olor a infusión de camamila llegó al dormitorio. En cuanto las puertas se abrieron y una mujer vestida con lo que parecía un uniforme negro de criada te vio despierta, dejó la bandeja que llevaba sobre la mesa y se acercó a ti.

Sin una sola palabra, con la mirada posada sobre sus pies. Avanzó hasta llegar donde estabas y se arrodilló sobre el suelo con las manos reposando sobre este y la frente pegada a ellas.

—Bienvenida, señorita. Le ruego que me permita servirle de hoy en adelante. Mi nombre es Daniela.

La miraste unos segundos y volviste la vista a la ventana.

—¿Dónde estamos?

—En la mansión Jotunheim en el distrito de Orvud.

Distrito de Orvud. Habías escuchado más de un par de veces sobre aquel sitio. La última vez fue reciente,  cuando uno de los hombres más conocidos en la ciudad apodado como el sueña-gigantes, había esta gritando el nombre de aquel distrito una y otra vez por las calles.

<<"El monstruo viene. ¡El monstruo viene! La ciudad tiembla. ¡Corred! ¡Corred! Hacia Orvud, se dirige a allí. ¡Corred! ¡La corona! ¡Ya no es de su tamaño! ¡Ya no puede ponerse en pie! ¡¡Corred!! ¡¡Tenéis que escapar!!">>

Decía una y otra vez, sin cesar, tirado en el suelo con su habitual aspecto delirante.

La gente se reía de él. Diciéndole que aquello era imposible, que estaba loco. ¿Cómo iba a aparecer un titán en aquel distrito situado al norte del muro Sina? Si algo así llegaba a suceder significaría que el muro María, que incluso el muro Rose, habían caído. O dicho de otro modo que ya no habría apenas territorio donde pudiera vivir la humanidad en la superficie.

La superficie...

—Si me disculpa, he de retirarme. He dejado una taza de infusión sobre la mesa, también una pequeña campana que puede hacer sonar cada vez que me necesite. 

Ante tu silencio, viste por el rabillo del ojo como hacia una pequeña reverencia y salía del dormitorio cerrando las dos inmensas puertas con cuidado. De inmediato, apenas capaz de despegar tu mirada de la ventana, trataste de arrastrarte por la cama y notaste un inmenso dolor en la pierna. Al retirar la manta viste como tu muslo estaba envuelto con vendas y apenas podía apreciarse una pequeña mancha rojiza encima.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝐷𝑒𝑙𝑖𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 (𝑳𝒆𝒗𝒊 𝒙 𝑹𝒆𝒂𝒅𝒆𝒓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora