Capítulo XVII

202 21 4
                                    

—¡O-oye!—Exclamó uno de los criminales de la taberna detrás del joven.—¡No corras tanto! ¡Vamos a perderte!

Pero él apenas le escuchó, como si llegar solo a aquel sitio perdiendo a esos dos hombres por el camino fuera la menor de sus preocupaciones.

Lo único que podía pensar en ese momento era en ti.

En tus brazos alrededor de su cuello, la primera vez que le llevaste a tu hogar, mientras sus ojos estaban llenos de lágrimas y reposaba en el interior de la bañera.

En ti bailando junto a él la noche anterior, riendo y tratando de hacer que él también lo hiciera.

En ti contemplándole con aquella aquella mirada de adoración con la que solo tú y su difunta madre le habían mirado alguna vez.

Y luego, en ti abandonando la taberna junto a ese doctor.

Y en las ganas que tenía de acabar con la vida de ese maldito bastardo que había tenido la osadía de acercarse a ti de ese modo solo para que aquellos bandidos pudieran llegar hasta él.

Porque si te había hecho algo aunque fuera la más remota pizca de daño se lo haría pagar de tal modo que tuviera la muerte más dolorosa y lenta que estuviera en su mano.

Porque si algo malo te sucedía nunca se lo podría perdonar.

Y finalmente, frente a él apareció aquella fachada de piedra, similar a la del resto de casas a su alrededor y apenas iluminada por las pocas luces en la calle.

El lugar donde día tras día durante seis años había regresado tras conseguir unas pocas monedas a base de peleas y peligrosas misiones, para encontrarte frente a la cocina usando un viejo delantal y preparando algo de cena para los dos.

Enseguida se percató de que la puerta de entrada en la planta baja estaba abierta. Una patada fue más que suficiente para empujarla al frente, y empezó a subir por las escaleras del interior del edificio corriendo como si su vida dependiera de ello.

Por algún motivo, en ese preciso instante, su cabeza estaba lleno de memorias de ti.

Recordó el modo en que nada más verle tras llegar a casa para la cena, siempre le sonreías con dulzura a pesar de ser incapaz de esconder la manera en que tus párpados se entrecerraban por el cansancio. Te acercabas donde estaba y colocabas una mano sobre su oscura cabellera, alzando la voz con suavidad.

—¿Qué son esos rasguños? ¿Has vuelto a meterte en problemas hoy?

Él desvió la mirada frunciendo el ceño. Tu le contemplaste ahí de pie, y suspiraste, colocando la mano que reposaba en su cabellera sobre su mejilla morada, mientras le acariciabas con el pulgar.

>Me alegro de que estés bien. A veces temo que no vuelvas.

—Si crees que no voy a volver no sé porque preparas cada día la cena—contestó con fingido desinterés.

Tus ojos se abrieron y, al instante, tomaste suavemente su mentón para voltear su rostro en tu dirección. Vuestras miradas se encontraron de nuevo.

—Porque pase lo que pase tengo la certeza de que volverás. Siempre.

En ese preciso instante alcanzó la puerta de entrada del hogar abierta de par en par y nada más ver una figura en medio de las sombras de la estancia iluminando el comedor con una vela, se lanzó en su dirección sin apenas verle colocando un cuchillo sobre su garganta. La vela se cayó al suelo consumiéndose al instante.

—¡¿Qué le habéis hecho?! ¡¿Dónde está?!

—Agh... L-Levi... —Enseguida se percató de que aquella voz le resultaba familiar. Sus ojos se adaptaron a la oscuridad de la habitación y pudo ver aquella cabellera corta y oscura, y aquel uniforme tan familiar— Levi soy yo... Hanna.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝐷𝑒𝑙𝑖𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 (𝑳𝒆𝒗𝒊 𝒙 𝑹𝒆𝒂𝒅𝒆𝒓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora