Capítulo XXIX

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El profundo sueño del que eras presa se desvaneció con el impertinente traqueteo de aquel carruaje.

Abriste los ojos lentamente. Tumbada sobre los cojines forrados del interior del carruaje, tu rostro reposaba sobre las piernas de aquel hombre. Deslizaste la mirada en dirección a su rostro y le viste ahí sentado, con su habitual expresión fría y la cabeza apoyada sobre el reverso de su mano, con el codo sobre la ventanilla. 

A pesar de que no hubieras hecho ni el más ínfimo gesto, él deslizó la atención a ti en ese preciso instante, como si hubiera notado tu mirada.

Su orbes cansados se abrieron algo más de lo habitual.

Poco a poco, alzaste la cabeza y te reincorporaste sobre tu lugar. Aún algo desorientada, miraste a tu alrededor, tratando de recordar cuando habías llegado allí.

—Estamos en el carruaje de tu... Conductor. De camino a Orvud.

Tus ojos se posaron sobre el espléndido día soleado que se vislumbraba a través de la ventana. Un prado verde se extendía hasta el horizonte, y pequeñas manchitas blancas de lo que parecían ovejas se apreciaban a la lejanía.

—¿Cómo he...? La cueva... Estábamos en esa cueva, llovía.

—Te he sacado de allí esta mañana. Dormías tan profundamente que no te has enterado de nada. Al llegar al pueblo me he encontrado con ese hombre, que te ha reconocido al instante, y hemos acabado aquí.

 La chaqueta oscura que cubría tu cuerpo mientras dormías ahora se deslizó un poco por tus hombros, y te percataste que llevabas una camisa ancha que no era tuya.

—¿Y mi ropa?

—No dejabas de temblar y fuimos a comprar algo de ropa seca. No he tenido otro remedio que cambiarte.

En otras condiciones apenas te hubiera importado algo así, pero ahora que habías vuelto a comer y estabas en tu peso normal sentías de nuevo algo de pudor. Sin embargo, no lo reflejaste en tu expresión adormecida.

—¿Vas a venir conmigo?

Viste al instante como aquella pregunta le dejaba quieto y en silencio, como si necesitara meditar su respuesta.

—Solo sigo órdenes. Pero, si lo prefieres puedo bajarme al siguiente pueblo.

Parpadeaste un par de veces ante su fría respuesta. Por algún motivo, en ese momento recordaste entonces el modo en el que te estrechaba entre sus brazos la noche anterior. Lo analizaste unos segundos, y retomaste la atención hacia la ventana, dejando que el silencio decidiera por ti. Él tampoco añadió nada más. Y, a pesar de que hubieran tantas cosas por decir, no os dignasteis a hablar durante el resto del trayecto. Mientras el paisaje a través de la ventana iba cambiando a medida que avanzabais, y el sol se deslizaba por el firmamento.

El carruaje paró abruptamente en cuanto llegasteis a Ehrmich. En medio del camino principal que llevaba a la capital del distrito. Vuestras miradas se encontraron de nuevo al escuchar la voz del conductor, fuera del cubículo, hablando con alguien.

El soldado, con desconfianza, acercó la mano al cuchillo que reposaba envainado en su cintura. En cuanto se levantó del asiento, para abrir la puerta, un agarre le detuvo.

Envolviendo una parte de su muñeca con tu palma, alzaste la voz demandante.

—Yo también voy.

Iba a negar tu petición, pero algo le detuvo.

Al oír aquel primer disparo. Su cuerpo se abalanzó sobre el tuyo, echándoos a los dos al suelo del pequeño cubículo. 

—Mierda —susurró tensando la mandíbula. —Hay que salir de aquí.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝐷𝑒𝑙𝑖𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 (𝑳𝒆𝒗𝒊 𝒙 𝑹𝒆𝒂𝒅𝒆𝒓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora