Capítulo VIII

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Se removió entre las sábanas.

El sueño en el que se encontraba iba desvaneciéndose y el agradable olor a limpio de la tela resguardándole del frío le envolvía, mezclado con otra fragancia.

Una suave y dulce, igual a la de un perfume. Algo familiar incluso. Impregnando su esencia de una forma sutil que no resultaba empalagosa, sino embriagadora. Casi del mismo modo que lo hacia el aroma de las hojas de té cuando se mezclaban con el agua caliente de la tetera y disipaban aquel cálido vapor tan agradable al olfato. Con matices dulces que le recordaban a la miel y al perfume de las velas mientras la cera se derretía bajo la llama.

Inspiró y expiró lentamente.

Su consciencia poco a poco amanecía. Y notó la acogedora calidez que desprendía aquella suave fragancia, protegiéndolo del helado frío que se adentraba en la habitación. Tan agradable que le incitaba a permanecer en aquel estado de trance entre el sueño y la realidad, como unas cadenas imaginarias que trataban de retenerlo ahí inmóvil sobre su lugar.

Tomó aire de nuevo y las yemas de sus dedos acariciaron los pliegues de la sábana donde reposaba su mano. Ahora pudo percatarse de un peso, reposando sobre él,  junto el diminuto movimiento que acariciaba su mejilla rítmicamente, acompañado de unas tranquilas respiraciones y el sonido de latidos.

Los músculos de su rostro se tensaron.

Poco a poco, empezó a abrir los ojos. Confundido por aquel extraño y agradable despertar.

El peso que notaba era el de un brazo, reposando por encima de su cuello. Otro se deslizaba del mismo modo pero por debajo. Envolviéndole en su interior. Frente a él, aquel camisón blanco con un bordado de encaje, dejando al descubierto la piel porcelana de tu cuello, tu clavícula e incluso de tu escote. Mientras varios mechones se deslizaban hacia un lado harmoniosamente.

En ese momento, toda somnolencia desapareció. Percatándose de que el lugar en el que todo el tiempo había estado reposando su rostro era tu pecho.

Alertado, se separó con un brusco movimiento. Empujándote lo más lejos de él posible. Pero la impulsividad del gesto logró que no controlara muy bien la fuerza que debía usar y te arrojo algo más de lo que esperaba. Haciéndote desaparecer del espacio que ocupabas sobre la cama hacia al suelo, junto a un estruendo seco.

Al cabo de unos segundos, escuchó un quejido de dolor.

Poco a poco tu cabellera despeinada se asomó al otro lado de la cama. Una mano sujetaba tu cabeza mientras tu rostro adormecido se dirigió a él con una mueca de dolor.

- Auch... ¿Qué demonios...?

- ¡¿Se puede saber que haces?!- Exclamó tenso. Aquello logró que tus ojos se abrieron del todo, y dirigiste una mirada confusa en su dirección.

- ¿Ah? ¡Eso debería preguntar yo! ¡¿Por qué me empujas de ese modo?!

Chasqueó la lengua irritado y se levantó de la cama.

- A partir de ahora dormiré en el comedor.

- ¿Qué? ¿Por qué?

Sin decir nada más, salió de la habitación con paso decidido. Al escuchar el sonido de la puerta cerrándose detrás de ti, te masajeaste las sienes, y te pusiste en pie también.

¿Qué mosca la había picado de buena mañana?

Finalmente te encaminaste fuera de la habitación para empezar el nuevo día.

Dos meses habían pasado ya desde que el pequeño cliente había accedido a vivir contigo. Y, por algún motivo, cada vez resultaba más difícil recordar como era el no tenerle por ahí.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝐷𝑒𝑙𝑖𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 (𝑳𝒆𝒗𝒊 𝒙 𝑹𝒆𝒂𝒅𝒆𝒓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora