Capítulo XXVII

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El día era soleado.

Aquellas características aves de pecho blanco y alas oscuras volaban por el firmamento azul.

En el distrito de Orvud los mercaderes como siempre se agrupaban en paradas en la plaza principal junto a todos sus clientes. El barullo de voces y risas era alegre hasta que aquel niño que hacía de pregonero, apareció sobre su bicicleta de madera. Como era habitual llevaba un manojo de diarios en la espalda y su voz de alto timbre se escuchaba más fuerte que la del resto mientras relataba en orden los sucesos más destacados de aquella semana en el reino.

Una mujer con silla de ruedas, sentada junto a la fuente esperaba junto a la fuente del centro de la plaza principal. Su cabello, cubierto por un pañuelo oscuro del que se escapaban los mechones que se posaban por delante de sus ojos. El niño, saliendo de la multitud, se encontró  con ella de frente y frenó en seco antes de que chocaran.

—Perdone.

—Tranquilo. Es difícil no impactar con nadie con toda esta multitud. Te lo dice una que también va sobre ruedas —dijiste en dirección al chico.

Él sonrió y sin pedirte nada a cambio te lanzó uno de los diarios.

—Tome esto como disculpa —dijo con un pequeño gesto de cabeza para luego salir de allí a la misma velocidad de antes.

 El diario sobre tus muslos tenía una título en negrita y grande resaltado en la portada que no eras capaz de entender. Lo contemplaste unos segundos y nada más ver el símbolo dibujado con cuatro garabatos rápidos de uno de los cuerpos de soldados tus ojos se abrieron.

Se trataba del símbolo de las alas de la libertad del cuerpo de exploración.

Sin pensarlo dos veces, tus manos tomaron con fuerza las ruedas y empezaste a dirigirte hacia la multitud. Nada más ver en la cola para comprar verduras aquella mujer bajita y delgada vestida con el uniforme oscuro, empezaste a apartar a la gente a tu alrededor con disculpas y empujones.

—¡Daniela!

Al escuchar su nombre, rápidamente se dirigió a ti. Sus ojos abiertos como platos al verte yendo hacia ella a toda velocidad.

—¡Señorita Reader!

Te detuviste en seco frente a la cola de gente, llamando la atención incluso del mercador que estaba atendiendo a uno de sus clientes.

—¡Lee esto, por favor! —dijiste con los nervios a flor de piel entregándole aquel diario.

Ella lo tomó, examinándolo con suma atención. 

—¿Qué pone?

—Parece que han vuelto antes de lo previsto. La expedición a cesado debido a... Un imprevisto.

—¿Un imprevisto? ¿El qué?

—Al parecer hubo una gran tormenta y apareció un titán excéntrico de la nada —respondió la mujer mientras seguía leyendo el texto.

—¿Murieron muchos?

 —Aquí pone que se llevó consigo un escuadrón completo del cuerpo de exploración. El resto de los soldados del cuerpo regresaron al campamento hace dos días. 

Al instante, los rostros de aquellos tres regresaron a tu memoria. Furlan el chico de voz dulce, peinándote cada mañana con sumo cuidado. Isabel, la chica de coletas escarlata, con sus mirada verde como los prados, inmovilizándote sobre la cama para que no atacaras a su querido hermano. Y... Él.

Aquella presión en tu pecho, se acentuó más de lo habitual.

—Debemos irnos. ¡Ahora!

Su rostro alargado y seco, que acostumbraba a vislumbrar las líneas que con el paso de los años habían quedado marcadas en la piel por la ansiedad, se tornó más nervioso de lo habitual ante tu evidente tensión.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝐷𝑒𝑙𝑖𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 (𝑳𝒆𝒗𝒊 𝒙 𝑹𝒆𝒂𝒅𝒆𝒓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora