Capítulo XXX

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Habían pasado un par de días desde que mantuvisteis vuestra última conversación. 

Durante aquellos silenciosos días no temiste que desapareciera de tu vida de nuevo. Sabías que después de aquella conversación y de confesarle que sin él eras incapaz de seguir adelante, no iba a alejarse de ti y dejarte a tu suerte como si nada. Y aquello en cierto modo era un consuelo pero a la vez te hacía sentir miserable. Como si en el fondo le hubieras dicho lo que sentías para retenerlo a tu lado y evitar que se fuera.

Levi apareció aquella mañana, mientras tomabas el desayuno en el comedor. Nada más ver las sonrisas alegres de las sirvientas al saber de quien se trataba lo supiste.

—Parece que su amigo ha regresado, señorita. Está esperando en el recibidor. ¿Le digo que pase al comedor junto a usted?

Notaste como aquella punzante pizca de nervios se instalaba en tu estómago. Dejaste la taza de café sobre la mesa y asentiste con un simple gesto de cabeza.

La puerta se abrió y apareció siguiendo a la sirvienta. Nada más verle te fijaste en que iba vestido más informal, sin su traje militar. Llevaba una camisa gris y unos pantalones oscuros. Probablemente había aprovechado esos días para comprar algo de ropa en la ciudad. Su cabello también estaba peinado con su habitual escrupulosidad. Te recordó un poco a su simple estilo que habitualmente llevaba en la ciudad subterránea, pero ahora se notaba que la ropa era de más calidad que la de allí.

—¿Interrumpo tu desayuno de alta sociedad? —dijo posando la mirada sobre los abundantes platos frente a ti con huevos duros, pan, frutas y toda clase de manjares. —Parece que has pasado de ser una rata de cloaca como yo a un miembro de la nobleza.

Sonreíste ligeramente.

—Créeme que si fuera por mi no montaría todo este paripé para desayunar si ellas no me obligaran —dijiste en dirección a las dos mujeres que le acompañaban.

—Señorita, ya sabe como funcionan las cosas. El cocinero no va a permitir que un miembro de esta casa sea tratado como un simple plebeyo.

—¿Y qué tiene de simple ser plebeyo?

—Nada, pero ha vivido demasiados años acostumbrada a ello. Debe aprender a pertenecer a su nueva posición social.

Suspiraste, al tiempo que indicabas al soldado que se sentara en la silla a tu lado en esa larga y pesada mesa de madera de roble. El hombre en el interior de la cocina salió en ese momento por la puerta.

—¿Va a querer algo, joven? —pronunció el cocinero.

—No.

Sus ojos azules se abrieron con escándalo.

—¡¿Huh?! ¡¿Acaso ha desayunado ya?! —El negó con un pequeño movimiento de cabeza. —¡¿Qué es eso de saltarse una comida?!

—Con un té estará bien —interviniste en su lugar echándole un cable.

El hombre vestido con su delantal oscuro salió refunfuñando entre dientes y os quedasteis de nuevo solos. Por detrás del invitado viste a las sirvientas saliendo del comedor sonrientes y guiñándote el ojo. Tu solo suspiraste con una media sonrisa y te dirigiste de nuevo al hombre sentado a tu lado.

—¿Qué tal estos días por la capital?

—Bien. Extraños por describirlos de algún modo.

—¿Has encontrado algún sitio en el que hospedarte?

—Si, estoy en un hostal a la vuelta de la esquina.

—¿Y qué tal? ¿Has dormido bien?

—Como siempre.

𝑃𝑒𝑞𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝐷𝑒𝑙𝑖𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 (𝑳𝒆𝒗𝒊 𝒙 𝑹𝒆𝒂𝒅𝒆𝒓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora