vii ; wild world

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Dios mío. Es él. El de la acera de al frente, el de el arcade y ahora el de la pelea callejera. Pero sigue siendo él.

Nuestros ojos se han abierto como luna llena y algo en mí ya conoce la rara sensación que dejan nuestras miradas, aún siendo un par de desconocidos.

Yo me escarapelo, entrecierro los ojos y giro un poco la cabeza hacia el lado de la pared. Sé que está a punto de violentar al otro sujeto. Él, luego de recibir tantos gritos por parte del público: «¡Pégale ya!» «¿Qué esperas? ¡golpéalo!», y luego de haberme visto, toma una decisión rápida que deja boquiabiertos a todos... hasta a mí.

«¡No!», «¿Es en serio?», «¡Dale la golpiza que se merece!».

La gente alrededor emplea su voz para hacerle riña ahora al amigo rubio que ha decidido soltar al contrincante. Hasta yo no puedo entender porqué el misterioso muchacho le evitó el golpe al otro.

Sin embargo, todos en este lugar observamos al casi-golpeador exigiendo una explicación.

—¡No vale ensuciarme las manos con imbéciles como este! —señala despectivamente al joven de al frente.

Así es como este chico se logra safar de la malísima opinión que se iban a llevar los espectadores de él. Bueno, a eso le llamo una salida veloz. No obstante, el círculo que rodeaba la discusión se dispersa poco a poco y por distintas direcciones, dejando a los dos tipos en el medio, pues un secreto no es que se querían ir de aquí habiendo visto «la pelea de Navidad», murmurando entre ellos su disgusto.

—¡Esto es una burla! —grita Paula.
—No, amor...
—¡Silencio Scott! He estado en peleas desde antes de conocerte.
—¿¡Cómo te puedes divertir con una pelea callejera!?

Mi amiga y su «bebé» parecen discutir mientras vienen hacia mi lado. Yo, al no prestar atención a lo que se dicen, sigo petrificada sin poder procesar lo que ha sucedido.

Mi mirada se posa en los causantes de este show. Parece que el chico «imbécil» tiene una banda callejera, pues todos estos se retiran juntos, no sin antes escupirle unas sucias palabras que no voy a repetir al muchacho que tanto me encuentro por Downey. Este, al encontrarse sólo y en medio de nadie, me observa de nuevo. No sé qué me intenta dar a entender con sus ojos azules. Desde aquí no puedo ver su color, pero sé que son azules. Los noté en el arcade.

ese chico malo 一 james hetfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora