iv ; this is it

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El muchacho no es indiferente a mí. ¿Me reconoce? pues su sorpresa no pasa desapercibida. ¿Por qué se sorprendería si no vinieran recuerdos míos a su mente? ¿Es acaso que en pocos segundos de haberme visto es capaz de generar recuerdos?

Nuestras miradas conectadas ya no se sienten como en esa incómoda primera vez, mas bien hay un mejor panorama de nosotros. Yo lo observo y veo que no es tan delgado como me había parecido, era su padecer que me hacía mirarlo así.

Siento que mi rostro se ha suavizado desde que lo volteé a ver hasta este momento, y sin darme cuenta tan solo han pasado menos segundos que la famosa primera vez.

—¿Qué no haga qué?

Él toma un respiro casi inaudible antes de hablar. Con una ceja un poco más levantada que la otra, el chico intenta expresar que la sorpresa que se dió a penas me vió no fue nada, sino que esta será una sencilla conversación como tienes con cualquier otra persona.

Parece que ha intentado romper el hielo. Ok, para tener esos supuestos 16 años tiene voz gruesa, lista para locutor de radio. Sin embargo, ¿qué fue lo que dijo?

—¿Uh? —a penas me hago oír.
—Ibas a decir «No hagas eso».

¿Me había perdido en mis pensamientos de nuevo? cielos, Mandy, sí que no cambias.

—Sí..., seguro —pronuncio lento gracias a algunos gramos de vergüenza pero más de un no saber que decir enorme.
—Mira, lamento haberte tocado —agrega, un poquito más amistoso—. Era solo que...
—Estaba de espaldas, já, sí, lo sé. Discúlpame tú a mí.

Luego de terminar mi oración, dibujo una última sonrisilla en mi rostro, gracias a mi intento de quebrar este momento incómodo. Y ambos volvemos a callar. A pesar de aumentar la velocidad de mis palabras a un ritmo normal, siento que sigo haciendo estupideces. Lo sé, pues el silencio nos ha cerrado las bocas por unos segundos más.

En un intento de mejorar nuevamente la situación, él hace una muñeca torciendo la boca e impostando una voz, agrega: Yo... quería comprar...

¡Demonios! Él no ha venido por nada, sino a comprar, pues de inmediato mis pupilas enfocan al mostrador y veo en sus manos unos pares de monedas. Debo interrumpir.

—¡Sí, sí! —sostengo su encomienda—. Lo siento.

He actuado de la peor manera. No me concentro mientras busco las fichas adecuadas para la cantidad de dinero que él me brinda. Veamos: cinco monedas de 1 equivalen a esta ficha... dos monedas de 5 son tres fichas... ¡Argh! es tan solo que con él persiguiendo mis manos con la mirada ¿quién podría concentrase?

En este instante no dejo de pensar en realizar una cuenta perfecta, tratando de ignorar el hecho de que tengo al rubio al frente, pero sin poder lograrlo. Quedando pocos momentos para concluir, ahora me propongo a yo ser la que rompa el hielo.

—Son 10 fichas doradas y 3 fichas plateadas —luego de decir el «plateadas» ya he terminado mi veloz trabajo, lo entrego a sus manos y aprovecho para elevar la mirada y esbozar una sonrisilla.
—Eh... —las escanea detenidamente— ¿esas son todas? —añade sin mirarme.
—Es lo que te alcanza con la cantidad que me brindaste.
—¿Cuánto me falta para usar también ese juego? —señala el de al fondo y nuestras miradas se enfocan en el arcade que él desea.

Esa no me la sé. Bueno, recién entro a trabajar, no es que tenga en mente todos los precios. Pero si reviso en la libreta de mi costado sabré que decirle.

—El total sería 5.50 dólares.

Ese «oh, ok» que pronuncia este chiquillo le da pie a él a rebuscar en uno de sus bolsillos el monto requerido y me da pie a mí a observar cautelosamente la mano que no ha hundido en su monedero improvisado. Por alguna razón me parece... atractiva. Al menos un poquito. ¿Será adecuado mirar manos de los hombres para decidir si se te hacen lindos o no?

ese chico malo 一 james hetfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora