iii ; beast of burden

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Luego de unos pocos días, recuerdo como ese día me aguanté el frío y el aburrimiento de igual manera. Y sí que funcionó eso de la perseverancia, pues la señora Candela llamó a mi madre diciéndole que estoy contratada y que comienzo a trabajar hoy.

Mis padres estaban (y aún están) más que extasiados. Me hicieron una pequeña celebración por la noche. Mi mamá hizo galletas. Mi papá colocó unos temas musicales que tiene guardados y solo coloca en ocasiones especiales. Son unas canciones que marcaron la primera década de mi vida. Tienen un fuerte vínculo emocional con mi familia y yo.

Hoy estuve haciendo un poco de limpieza en mi cuarto, almorcé y acabo de salir de mi casa luego de la despedida más larga de mi vida de parte de mi mamá, pues mi padre está en el trabajo. Me dirijo al nuevo empleo: es un arcade [foto en la multimedia] y yo seré la que está parada en la vitrina esperando a que la gente venga a mí a por unas fichas para los juegos. Gracias al cielo que la tienda está a algunas cuadras de mi casa.

Al pasar cerca de la calle en dónde sucedió mi encuentro, o una clase de encuentro con ese adolescente triste, lo recuerdo. Volteo a la acera en donde caminaba él y, efectivamente, no encuentro nada. Solo veo el flashback de su cuerpo con falta de alimento y su sentir con dolor que me permite apenarme... pero ya pasó. Ya pasó. Tengo que ir a trabajar. Hoy es mi primer día. Sonrío y doy un respiro para llenarme de fuerzas y buenas vibras hoy.

A penas llegué, puedo notar que no hay tanta gente como imaginaba. Tal vez lleguen más tarde, cuando anochezca. Con el debido entusiasmo y unas gotas de temor me dirijo a la pequeña oficina de la señora Candela. Al quedarme en el marco de la puerta abierta, la observo de espaldas arreglando unos papeles.

—¿Mandy? —dice, sin voltear.

¿Qué? ¿Cómo sabe?

—Eh, sí señora —respondo—. Soy yo.
—Bien —por fin, se voltea y enlazamos miradas—. Pero no me digas así, corazón, me haces sentir vieja —bromea—. Dime Candela, a secas. Los otros empleados también me tratan así. Bueno, que agradable que hayas llegado temprano. La antigua cajera se dedicaba a coquetear con los chicos... menos mal que renunció por su cuenta. Sí que no nos llevábamos bien. Sin embargo, ¡ahora estás tú! —exclama, con una sonrisa amical.

Candela me dirige a mi sitio de trabajo. Me explica algunas cosas que en el principio no tomo mucho en cuenta por pensar en situaciones de mi vida. Al terminar, ella se va.

Me apoyo con el codo en el mostrador, preguntándome por qué aún me asusta mi primer día. ¿qué tan difícil puede ser cobrar a la gente y entregarles su mercadería?

Y cuando más quiero descifrar mis temores, un fuerte ¡slap! sobre la mesa me hace sobresaltar. En casi una décima de segundo me reincorporo en una postura recta, con la mirada alta y los ojos casi por salirse de su órbita.

—¿Pensando mucho, niña?

Una mujer en sus cuarenta con un pequeño agarrado de su mano mirándose las uñas, tanto que cualquiera descifra el poco interés que tiene el niño en estar aquí, había aventado unas monedas en mi mostrador. Para nada parece tener ganas de conversar amablemente. Su mentón elevado y expresión de poquísimos amigos me hizo saberlo.

—Hay personas esperando detrás de mí, no todos tenemos tu paciencia, mocosa —remarca la voz en «todos» y «paciencia», haciéndome dar cuenta de que ya había un tanto de gente esperando comprar aquí para luego irse a continuar con su rutina de despilfarro navideño de dinero y lo peor fue que no lo noté por perderme en mi mente.

Sin más, le recibo el dinero y se lo intercambio por unas fichas para estas ser insertadas en algunos juegos. No tengo tiempo para pensar (por lo visto), pues la cola de gente se sigue agrandando.

En este punto ya estoy algo enojada. Sí, enojada. Se acaba de ir la última persona de la cola y ninguno es capaz de tener más de tres gotas de amabilidad. ¿O es que tendré la culpa yo de que hayan pasado un frío y mal día y tampoco me habré dado cuenta?

—Bienvenida al mundo laboral, nueva —a penas habiendo llegado con una sonrisa de lado, anuncia una de las trabajadoras, con trenzas, gafas y aparentemente buena gente, apoyada al otro lado del mostrador.
—¿Qué dices? —le doy la espalda al mostrador, mirándola con curiosidad.
—Es evidente que te quieres ir de aquí. ¡Si apenas llegaste! —bromea, con un puchero de esos que puedes hacer cuando parodias a un bebé—. Trabajaremos en tu paciencia -su mirada busca y encuentra la placa con mi nombre al lado derecho de mi pecho—... ¿Mandy? Mandy, muy lindo, muy lindo.

Ella, mascando un chicle, da media vuelta y se dirige a traer la escoba para deshacerse del polvo que ha entrado al local mientras tararea una canción que no conozco. Qué divertida actitud la suya. Me ha distraído, pero mi ceño sigue fruncido... y se frunce mucho más cuando siento dos golpecitos en mi espalda. ¿¡Es a caso un cliente que no respeta mi espacio personal!? No. Esto no lo planeo soportar.

—¡No hagas...

Y antes de decir el «eso», me quedo perpleja. Como la vez en que el chico de la acera del frente y yo nos miramos. Y no es para menos, porque es él.

Él me había dado los golpecitos en la espalda.

Él está al frente mío.

ese chico malo 一 james hetfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora