xxxvi ; one day in your life

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—James —le llamo, pronunciando el nombre con miedo, pues sé que toda la responsabilidad de la situación recae sobre mí. Él, al parecer habiendo reconocido mi voz, se queda quieto durante un instante, pero de pronto voltea.

Nos quedamos mirando. Durante varios segundos, conectamos. Yo, triste, observo sus ojos tan azules como una laguna, aunque nos separen dos metros. Él apenas realiza una casi invisible sonrisa de lado, para agachar la cabeza.

Debo tomar el primer paso, como lo hice la primera vez que hablamos en el parque. No puedo dejar que esto, sea lo que sea, se eche a perder.

—Perdón —le hago saber, con voz lo suficientemente audible.

Él vuelve a verme. Le oigo tragar saliva. Así, viene a mí y se acerca.

Yo solo le alzo la mirada, no el rostro. Con las cejas arqueadas, puedo verle directo a los ojos. Él se atreve a colocar sus manos sobre mis hombros y puedo sentir una pequeña caricia de su parte. Yo cierro los párpados. Debo ser sincera: siento paz al tenerle aquí conmigo.

—Soy yo el que te debo pedir perdón —casi susurra y se toma una pausa. Luego, quita sus brazos de mí—. ¿Sabes? te vi ese día en el parque, cuando estaba con Clarabella.

Yo, ahora, me sobresalto. Le observo de inmediato. Confundida, claro. ¿cómo que me vio?

Con su mano, me sostiene del brazo para llevarme a sentarnos al sillón. Debo aceptarlo: es un placer volver a sentir su tacto sobre mí. Sin embargo, no me inmuto.

Estoy a punto de preguntarle cómo ocurrió, cuando él intervino explicándome hasta lo que no tenía duda.

—Luego de... ese beso, volteé. No sé por qué, algo me llamó a hacerlo. Ahí pude observarte de espaldas, yendo del lugar. Sin embargo, no estaba seguro de si verdaderamente eras tú. Lo pude comprobar al ir a verte a casa al día siguiente.

Yo me siento apenada, confundida... pero más, susceptible. Bajo la mirada. No tengo ganas de llorar, tan solo de quedarme en silencio.

—Eh, Mandy —prosigue y yo alzo la mirada de nuevo—... hay muchas cosas que tengo que decir ahora. Pero primero debo comenzar por pedirte perdón porque —suspira— en realidad lo siento mucho.
—Acabas de hacerlo hace un rato —le hago recordar.
—Y lo tengo que hacer de nuevo: perdón.

Me coloca un rostro muy sincero; lo puedo notar. Sus cejas se han arqueado y él no suele hacer eso.

Le miro y le hago una sonrisa diminuta. Me sostengo las manos porque están un poco sudadas y no quiero que él lo note. Ocurre que ya sé lo que va a decir ahora.

—Pude saber de que sientes algo por mí —toma un respiro—. De misma forma me sucede. Es tan solo que no logro descifrar que es y tampoco creo que tú sí lo sepas: somos muy jóvenes como para estar seguros de lo que sentimos. Es por lo que, cuando me fui de Downey, el año pasado, además de enviarte una carta a ti, también se la envié a Clarabella.

Yo me sobresalto. Le observo, yo girando la cabeza un poco. Definitivamente no me esperaba esa confesión. Aun así: no me molesta. Sabía con certeza de que a mi amiga le gustaba (o gusta) James, y era natural de que ese sentimiento pueda ser recíproco.

Él me mira, como leyendo mi rostro para saber si estoy enojada y al darse cuenta de que no, continúa con su relato.

—Su dirección me la dio el día en que salimos contigo, y me confesó que... le parecía un chico interesante—anuncia con algo de incomodidad, pues creo que le es difícil aceptar que él puede ser gustado por una chica—. Como sea: respecto a la carta, únicamente le agradecí por servirme de compañía. No esperaba una respuesta de su parte, pero la recibí tan solo unos días después. Luego de aquello, no hablamos más hasta que vine a Downey el sábado... y la busqué.

James hace silencio. Se acaricia las manos. Yo comienzo a comprender muchas cosas: Puedo suponer a estas alturas que James se sintió muy alagado por Clarabella, pero debo ser sincera y aceptar que aún me causa dolor el hecho de que la interacción de mis amigos haya llegado hasta un beso y sabe Dios qué cosas más. No tengo idea de los sentimientos de él hacia ella y espero que me los aclare.

Alzo mi mirada y le observo. Él hace lo mismo. Quiero saber si tiene algo más que decirme o ya ha terminado.

—Antes de venir a visitarte el sábado, fui a casa de Clarabella —como leyendo mi mente, continúa con el relato—. Hablamos y ella me invitó a salir para el lunes.

Vuelve a detenerse. Esta vez, sin razón aparente. Yo no sé cómo actuar. Ni siquiera sé si quiero seguir hablando con él o pedirle que se vaya de mi casa y no vernos nunca más. Sí, le quiero, y mucho, pero ¿qué siente él? Y por cada minuto que pasa en que no conozco esa información, mi susceptibilidad se eleva mucho más. Incluso siento un nudo formándose en mi garganta.

Creo que ya fue suficiente.

—¿Dirás algo más, James? —le consulto, sin ser agresiva, tan solo cansada de todo.
—¡Sí! —pronuncia de inmediato, cruzamos miradas de nuevo—. Sí.

Empiezo a creer que quiere decirme mucho, pero algo no le deja. La intriga crece y el nudo en la garganta también.

—¿Entonces? —pido explicaciones, con una voz cada vez menos audible—, ¿por qué callas?

Él intenta murmurar, pero luego de unos segundos, suspira y calla. Deja de observarme y yo no entiendo nada.

Estoy muy triste como para jugar a este juego.

—Creo que es mejor de que me marche a mi habitación, James —cabizbaja, le aviso mi plan.

Él levanta las cejas con sorpresa.

—Mandy, no, no, perdona...
—¡Es que quiero oír lo que tienes que decir pero no me dices nada! —hago una pausa para mirarle a los ojos—, tal vez mañana, cuando las cosas se hayan tranquilizado...
—¡No puedo evitar sentirme culpable, Mandy! —alza la voz, y la noto algo quebradiza.

Es tan difícil conversar con James cuando no sabemos qué decirnos.

—Ya me pediste perdón —susurro.
—Pero sé que aún te duele —me hace recordar.

Mis ojos se empiezan a cristalizar, lo cuál no deseo que suceda. A penas lo percibo, seco las lágrimas que aún no salen para evitar que esto pueda acabar en llanto. James me nota.

—Me dejé llevar, Mandy —con una voz leve, pero con certeza, anuncia—. Ella me llenaba de atención con sus alagos y... ¿sabes? ni siquiera estoy enamorado de ella, ni me gusta un poco.

De pronto, mi llanto cesa por completo. Espero haber oído bien: James acaba de admitir que no siente nada significativo por Clarabella. No Mandy, no me parece que te has confundido.

Una sonrisa es apenas esbozada por mí, pero al estar cabizbaja, James no sabrá que ocurrió.

Sin embargo, esto me ha caído a pelo.

—Ese día —James sigue—, ella me besó. Yo no me moría por hacerlo, pero si esa era la condición para seguir sintiendo que yo era importante para alguien... pues así ocurrió. Incluso me estoy empezando a sentir mal con ella, por no haberle sido sincero.

Yo volteo. Él me mira con los ojos caídos. Por fin, dejó salir una empática sonrisa. Este gesto le ha calmado de inmediato y toma aliento. Así, él se atreve a colocar una sonrisa notable.

Él quiere decir algo, pero yo al notarlo, me tomo la libertad de colocar mi mano sobre la suya. Como lo pensé hace tan solo unos minisegundos: queda pasmado.

—No digas nada ya, James —le hago saber—. Solo... abrázame, por favor.

Así, se concluye un día duro, lleno de emociones al límite y sentimientos inexplicables. James decide sonreír de vuelta y abrazarme, de la manera más inocente que pueda existir. Al parecer me agrada sentir sus brazos como una zona de confort que acabo de descubrir y no me gustaría salir, pero sé que los buenos momentos no son para siempre.

Vivir la adolescencia es complicada: jamás entiendes lo que te pasa y la embarras muchas veces, pero vale la pena, y yo misma me lo acabo de demostrar.

ese chico malo 一 james hetfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora