Capítulo 15: 15/03/2017

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Erika

El romántico empedernido de Alejandro no me había dicho que me amaba bailando en las gradas de 10 Cosas que Odio de Ti, ni había perseguido un taxi como en ¿Cómo Perder a un Hombre en Diez días? Mucho menos me había detenido antes de ser deportada como en La Propuesta, sin embargo había algo en esa confesión de amor, pasando su resaca mientras engullía un tazón de cereal y se hacía el calmado que no dejaba de arrojar un aire a comedia romántica. También había algo en las lágrimas que, cuan leve llovizna, descendían por mis mejillas que convertía a nuestro romance en algo más parecido a la tragedia.

Intenté, por todos los medios posibles, analizando cada respuesta viable, el decirme que no debía llorar y el responderle a él que no sabía por qué lo hacía, más el llanto solo se volvió mayor al verlo levantarse, caminar hacia mí y cubrirme con sus brazos.

―Lo siento, no debes responder ahora ―Susurró, envolviéndome con su calor, con su presencia, con su aroma, natural, limpio, ajeno en su totalidad al de la noche anterior, aunque al inhalarlo el alcohol aparecía en mi mente, propiedades embriagadoras puestas a la orden, haciéndome necesitar perderme en él y dejar de lado cada una de las nociones de la realidad― ¿Quieres otra taza de cereal?

Ese comentario fue tan fuera de lugar que incluso en ese momento, me robó una suave risa.

―Eso estaría bastante bien. ―Accedí.

Alejandro se dirigió a la alacena, tomando una caja de Fruit Loops, vertiendo las hojuelas en mi taza y luego añadiendo la leche.

―Lo estás haciendo mal. ―objeté.

―¿Perdón? ―Quiso saber él.

―La leche va primero. ―dije, tratando de que mis mocos no se convirtieran en materia líquida, sabía que parte de mi llanto se debía a las hormonas que no parecían querer controlarse en lo más mínimo.

―En la taza, como en el sexo, la leche es lo último.

Ahora estaba riendo con fuerza.

―¿Esa línea es de Shakespeare?

―Casi, de Gutiérrez, otro gran dramaturgo.

Lo odiaba, joder, ¡cómo lo odiaba! ¡y lo odiaría mucho más si no amara como me hacía reír! Lo odiaría mucho más si no lo amara tanto.

―Yo también. ―dije finalmente.

―¿Tú también crees que la leche va de último? ―preguntó, sirviéndose él también otra taza de cereal, de nuevo, de forma incorrecta.

―No, idiota... yo... también te amo.

Fijé mi vista en las hojuelas, alejada de su mirada, en mí no yacía la fuerza necesaria para hacerlo, enfrentar sus galaxias, sus estrellas perdidas en la nebulosa de los sentimientos que acababa de admitir en voz alta, perdiendo el control, y sin control yo...

Me besó, sin darme tiempo a respirar o a reaccionar, me besó como una parte de mí sentía nunca había sido besada, con su mano sosteniendo mi cuello, dedos en punta tocando mi nuca debajo de mi cabello. Al separarse el oxígeno volvió a hacerse uno con mis pulmones, dos extraños que volvían a encontrarse.

―Tenías un poco de leche en el labio. ―dijo.

―Sería raro que tú la tuvieras. ―sonrió.

Ya mi mirada no escapaba, tampoco la suya, si acaso sus ojos cuan refugio invitaban mis pensamientos a ser protegidos, mis inseguridades a ser entendidas. Mi mano sostuvo la suya, aún aferrada a un costado de mi cabeza, todavía emitiendo chispas y cosquillas.

―Sigo embarazada Alejandro, y el bebé sigue sin ser tuyo. ―le respondí, manteniendo mi voz firme, aferrándome al beso que acaba de ser dado, en un intento de contener el nudo que amenazaba con volver a formarse en mi garganta.

―Créeme que me consta eso último, lo más cerca que he estado de estar contigo fue anoche cuando me hiciste bañarme en ropa interior.

―Lo que quiero decir es...

―Sé perfectamente lo que quieres decir. Erika, tienes que entender que cuando decidí terminar esto me tomaste con la guardia baja, pero un bebé no es el fin del mundo y no debería ser razón para no estar contigo si así lo deseo, y tampoco para que no estés conmigo si así lo deseas. Si voy a terminar contigo que sea por una infidelidad, porque ya no me ames o porque sigas en tu eterna lucha contra el orden correcto de los procedimientos para hacer cereal, no por esto.

―¿Lo... lo dices en serio? ―pregunté, atónita.

―Anoche volví sin saber qué demonios hacía, esta mañana me quedé porque sabía que no podía irme por esa puerta sin saber que estarías conmigo.

―Oh joder... ¿y si hubiese dicho que no? ―tuve que preguntar.

―Te habrías visto en la forzosa situación de tener que mantenerme por el resto de mis días.

―Vaya, comprendo.

De cualquier forma, ese miércoles no sería el día que Alejandro se iría, de hecho, no se habría marchado hasta el domingo siguiente. Danelly le llevó mudas de ropa (y una caja de condones nada disimulados) para que pudiese permanecer ahí unos días.

―¿De verdad está bien si me quedo? ―preguntaría esa misma noche.

―Danelly irá a visitar a sus padres, no creo que debas estar solo estos días.

Ninguno estuvo solo.

Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora