Capítulo 26: 10/04/2017

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La misma noche

Alejandro

"Sabía que no la amabas" sus palabras habían penetrado a través de mí, como la gota que colmaba el vaso, no podía tolerar un segundo más de su presencia. Me incorporé, siendo yo una vez más, dando traspiés, con un asco incluso mayor al que había llevado a esa alcoba. ¿Qué demonios estaba haciendo?

―¿Se puede saber qué demonios haces? ―Quiso saber ella también, fúrica. Me observaba desde la cama apoyanda en sus hombros, uno de sus pezones se había asomado desde la seda, no parecía importarle.

―Me marcho, no debí venir en primer lugar, como no debí haber hecho aquella mañana. ―Respondí, acomodando mi corbata y recuperando mi saco.

―Puedo acabar con tu carrera. ―Me amenazó, su voz ya había abandonado ese tono triunfal, adoptando un timbre ahora más bien desesperado.

―Probablemente lo hagas incluso si cedo ante ti, Frida. Si hago esto, ¿qué te impide tenerme bajo tu control cada día de mi vida? ¿Qué evita que vuelvas, en unos meses, con más demandas? La corrupción habrá destruido mi país y corrompido a mi gente, pero no permitiré que también me corrompa a mí.

Ella se había puesto de pie, sus labios se fruncieron convirtiendo su rostro en una mueca, nuevamente, parecía un demonio, de sus ojos brotaban llamas infernales. Caminé hacia la sala, dejándola atrás.

―¿¡Y qué harás!? ¿¡Renunciar a tus sueños!? ¿¡Es eso lo que tu padre habría querido!?

Apreté los dientes, haciendo de mi mano un puño, casi siendo capaz de escuchar el crujir de mis nudillos al apretarse, imaginando como sería acabar con ella, quería golpearla, maldición quería hacerlo, al posar mi vista en ella solo era capaz de apreciar todo lo malo que me había pasado en esta vida, Frida, Grant, niños caprichosos, gente de poder que abusa de aquellos que consideran están por debajo de ellos, que pisotea y juega con la vida de otros, el trato sucio de Frida no era diferente a aquel que le habían ofrecido a mi padre, el marcharse a cambio de dejarme a mí tener una vida, y ella.... Ella de todas las personas se atrevía a usar su nombre para herirme. Quería hacerle daño... pero no lo hice.

―¡Mi padre está muerto, Frida! ¡Mi padre se fue de este mundo hace meses, y no, no cumplí ninguna de las promesas que le hice! ¡Dejé que se fuera sin un maldito adiós, pero sé que donde quiera que esté, desde donde sea que me esté viendo, prefiere mil veces que me niegue a hacer esto a que me rinda ante una perra como tú! Estoy enamorado de Erika, Frida, y lamento si eso es demasiado difícil de aceptar para ti, pero ya no seguiré con esto.

Tiré la puerta tras de mí, produciendo un sonido seco, me iría de los Ángeles, buscaría suerte en cualquier sitio, moriría sin ver la gloria de ser necesario, pero por nada del mundo la dejaría ganar, no le permitiría arrebatarme mi identidad, luchar conmigo mismo ya sería suficiente.

Marqué el número de Erika apenas hube entrado en el taxi, el primero que vi al salir a la carretera, seguro de necesitar que ella supiera, que me escuchara, sobre todo, convencido de querer escuchar su voz.

―Ho-hola. ―contestó, sonaba alterada, aumentando mi sentimiento de culpa a un millón, la estaba haciendo pasar por un infierno, todo por mi indecisión, por haberme visto tentado por la fruta prohibida.

―Perdóname, Erika ―dije, sintiéndome obligado a disculparme, a redimirme de alguna forma, tanto por haberla hecho pasar por esto como por no haberlo llevado hasta las últimas instancias, como ella había pedido―, no pude hacerlo.

―¿Qué? ―preguntó, siendo incapaz de ocultar el alivio en su voz.

―Encontraré otra forma de arreglar esto, yo solo... no puedo hacerlo, no de esta de forma.

―Pero Alejandro... tu carrera...

―Mi carrera no la determinará una mujer con claros problemas mentales ―exhalé, cansado, me costaba respirar, me costaba ser yo mismo, pero no me sentía en posición de dejar de serlo, no con Erika al teléfono―, mira, lo siento, de verdad, pero, no podía seguir con eso, no a costa de perderte.

―No ibas a perderme.

―Sí, iba a hacerlo, y también a mí mismo, te dije muchas veces que no sería el hombre que muchas veces fui, que no sería como aquellos que vinieron antes de mí, mi intención es mantener esa afirmación.

El silencio se extendió lo suficiente para hacerme creer que la llamada había caído, sin embargo justo antes de confirmar esto, Erika volvió a hablar.

―A veces odio lo bueno que eres, me hace difícil odiarte.

Pude escucharla reír entre sollozos, aunque no pudiera verla, conocía tan bien su rostro que era como si lo hiciera, podía verla sonreír, secarse lentamente las lágrimas, tal vez incluso negar con la cabeza, como hacía cada vez que yo hacía un chiste mientras veíamos una película triste.

―¿Por qué quieres odiarme?

―No lo sé, eres un hombre, deberían sobrar las razones para hacerlo, a pesar de eso no parece haber alguna, es frustrante.

―Yo también te amo, Erika. Saldremos de esta, juntos.

―Sí, lo haremos.

Y lo haríamos, sin saber cuánto eso nos destruiría. 

Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora