Parte 3: Capítulo 36: Abril 2014 - Agosto 2017

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Víctor Adamson

Erika

Mi historia con Víctor se remontaba a los últimos días de vida de mi madre, había sido el neumólogo que la había tratado en primera instancia antes de detectar el cáncer en sus pulmones, para su joven edad había demostrado ser un genio, liderando el equipo en el caso de mi madre. A pesar del profundo resentimiento que durante tanto tiempo habría de guardarle a ese hombre, y que le ganaría el ser bautizado como "La Espiral" en mi muy exclusivo círculo cercano, aquel que se componía por mi amiga Mónica y yo, podía dar fe de que había dado todo de sí para salvar a mi padre.

No había sido suficiente.

―Lamento mucho tu pérdida. ―Me diría en el funeral, vestido de negro, sonriendo con pesadez.

Esa vez no sospecharía que intentaría manipularme, ni que se aprovecharía de una pobre chica que acababa de perder a su madre. Víctor, además de ser su médico, se había convertido en un importante apoyo, amigo y confidente tanto para ella como para mí, por lo que no vi mal el que me ofreciera un hombro para llorar, el que me invitara un trago para distraerme, ni que pocas semanas después me tuviese desnuda en su cama.

Al principio sentí que era yo quién lo usaba a él, necesitaba follar, beber, incluso drogarme un poco, cualquier cosa que sirviera para escapar de una realidad que no era habitable por momentos, no sin mi madre, no sin mi padre, quién también ya había muerto muchos años antes en un accidente de tráfico, me hallaba sola y desesperada por compañía, Víctor había estado ahí para aliviar un poco mis malestares, para apaciguar el dolor, me ayudó a levantarme, así me hundiera en paralelo.

Con el tiempo aquello que por instantes llegamos a creer era solo una relación casual terminó siendo más significativo para ambos y con el tiempo, solo para mí.

Quise creer que sus sentimientos por mí eran puros, pero con el paso de los meses terminaría por ver cosas que en primera instancia para mí no habían sido claras, el constante vaivén, los mensajes sin respuesta, la forma en la que mientras más se sumergía en su trabajo más parecía no querer saber de mí me hizo sentir desplazada a un punto en que ya no reconocería a la persona a mi lado.

Comenzaríamos formalmente en la primavera de dos mil catorce, dos meses después de la muerte de mi madre y terminaríamos definitivamente en diciembre de dos mil quince, cuando hallara en su teléfono la evidencia definitiva de su traición.

―¡Podías solo dejarme, no necesitabas hacer esto! ―Había gritado, haciendo el papel de la novia engañada, histérica― ¡Eres un maldito animal! ―Le diría, añadiendo varios adjetivos más a la mezcla.

No me daría excusas, reconociendo lo poco que le importaba, admitiría cada gramo de culpa, diría las típicas líneas que todo hombre no puede evitar decir, aquellas que están programadas en su cerebro aparentemente desde la concepción, "No quería lastimarte", "esperaba que no te enteraras de esta manera" y "mereces algo mejor que yo".

Joder, claro que lo hacía.

Quisiera decir que lo había sacado de nuestro hogar, pero la verdad sería que no había un nuestro, solo un mío, solo un suyo, cada quién en su lugar, en los casi dos años de relación que tuvimos jamás habría de dejar un cepillo de dientes en mi apartamento, ni me otorgaría una gaveta en el suyo, se iría de mi vida sin dejar un rastro, dejándome con la realización de ni siquiera extrañarlo como se suponía que uno extrañaba a alguien que amaba, sino con el vacío de la familiaridad ausente, como cuando una serie que habías seguido por un tiempo, formando parte de tu rutina era cancelada repentinamente.

Mónica había celebrado su ausencia durante los primeros meses en los que había estado sin él, salimos de fiesta cada fin de semana por semanas sin fin, conocimos extraños y coqueteamos con ellos por el simple placer de hacerlo, fuentes inagotables de tragos gratis no podían ser rechazados después de todo.

Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora