Capítulo 30: 18/05/2017

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Un día después

Erika

Frida me había advertido que Alejandro poseía un lado oscuro, yo me había negado a verlo, como los posteriores meses, como el resto de nuestra relación me negaría a hacerlo, sin importar cuántas veces él lo demostrara, seguiría creyendo en el hombre de los ojos brillantes, de las galaxias que me habían enamorado, que no me había juzgado cuando había vomitado sobre él en nuestra primera cita, y que había vuelto a mí a pesar de la carga que llevaba en mi vientre, sin importarle que no fuese suya.

Mas, a veces al caer el sol volvía a esa noche en particular, en mi apartamento, el mismo en el que yo he de hallarme al relatar estas acciones, luego de la audición, después de que él me contara que había obtenido el papel, seguido de su conversación con Frida, y de cada evento tanto bueno como malo que tomaría lugar en la mañana, incluidos los golpes a las paredes, las amenazas a Frida, a ese momento en el que le advertí lo peligroso de su condición, lo volátil de su estado.

Mis memorias viajaban en especial a ese instante en el que, como el mago que al cerrar el pergamino su travesura da por terminada, habría de confesar mi involucramiento en el cambio de parecer con Frida, revelación que lo hizo perder el control una vez, volviéndolo errático, más inconsciente que la noche en la que su padre había muerto.

No podía entender a la perfección lo que era tener una mente y espíritu como los suyos puestos al límite, pero desde mi ojo de psicóloga-escritora-cliché barata, las actitudes de Alejandro parecían el lento, o tal vez no tan lento, descenso de un personaje a la locura.

La muerte de su padre, el descubrimiento de su fracaso, el haberme elegido sobre sí mismo, que no había sido menos que caminar por una cuerda floja que te lleva de la espada a la pared, el mismo sable que habría de alcanzarte eventualmente, como lo era Frida, como ya lo había alcanzado al revelarle que sería su coprotagonista. Mis manos temblaron al pensar en el dolor por el que debía estar pasando, haciéndome preguntar solo por un segundo, como un pensamiento fugaz, si no temblaba tal vez por una pizca de miedo.

Conocía los relatos, los novios que poco a poco muestran su naturaleza violenta y las mujeres que buscaban justificarlos debido a la ceguera producida por la pasión, ¿estaba ignorando las banderas rojas? ¿Me entregaba voluntariamente al peor de los males que conocería? La idea me petrificó.

Caminé por la cocina, donde él había arrojado un plato aquella noche, diciendo que solo lo había dejado caer, mientras a la vez yo elegía creerle, elegía creer en él, y rogaba a Dios no estarme equivocando.

―Está yendo a terapia ―me dije, tratando de convencerme―; está intentando ser mejor, de verdad lo está haciendo.

Alejandro estaba en rodajes en ese momento, le dediqué una mirada al teléfono, esperando ver algún mensaje suyo, sabía que no hallaría nada, probablemente estaría demasiado inmerso en su experiencia, quizás ni siquiera le permitirían usar dispositivos móviles hasta terminar de grabar las escenas del día, conocía lo estrictos que por momentos podían ser.

"Está con ella" pensé repentinamente, grabando escenas donde se confiesan amor, o expresan emociones más complejas, compartiendo su mundo, su talento, ¡por supuesto que Frida sabía actuar! ¿Qué sociópata no lo hace? Llevé las manos a mi cabeza, sosteniendo mi sien, presionándola con mis dedos intentando desesperadamente mantener mis emociones al margen. Había sido tan estúpida al caer en el juego de esa maldita perra, le había entregado a Alejandro en una bandeja de plata, y si Alejandro caía, incluso cuando yo lo odiaría por ello, también me odiaría a mí misma.

Miré la televisión por horas hasta entrada la noche, llegando a la hora en que mis ojos no podían enfocar el reloj, no sin antes haberle dedicado un par a esa gastada máquina de escribir, a aquella que no consentía errores, la que en sus ranuras contenía las hojas blancas en las que escribiría eternamente esa novela que probablemente nunca publicaría.

Me iría a dormir alrededor de lo que por la programación calcularía como las tres de la mañana, viendo una foto nuestra, con un solo pensamiento que permanecía como mosca revoloteando entre mis ideas.

"Por favor no permitas que me arrepienta de amarte".


Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora