Capítulo 34: 24/06/2017

20 13 0
                                    

Tres semanas después de la boda

Alejandro

Yacía en la cama, debajo de mí, su cuerpo desnudo, sin dobles, mis labios recorrieron su pecho, mis manos, firmes, subieron por sus muslos, la temperatura subía denotando pequeñas gotas de sudor que caían perezosamente en contraste con nuestros pulsos acelerados. El peor de los pecados recaía en que, aunque odiara admitirlo, mi cuerpo respondía al de ella, como tantos meses antes lo había hecho, como un viejo rompecabezas que todavía encajaba. No habría penetración, no sería necesario, las cámaras no lo verían, pero poco separaba mi sexo del suyo, un pedazo de tela y un juego de ángulos, Frida gemía, y mi cuerpo se tensaba, deseando que la escena terminara de grabarse, y de forma mucho más culpable, deseando que no lo hiciera.

Era mi trabajo, lo sabía, si mi carrera despegaba tendría muchas escenas como esa, con varias actrices distintas, Erika lo aceptaba, lo reconocía como un gaje del oficio, solo el hecho de que la mujer con la que tuviese que fingir intimidad fuese Frida nos hacía mirar ese acto con repulsión.

―¡Corte! ―Gritaría Holt, desde su silla― No quiero decir que estuvo mal, pero... bueno, estoy bastante seguro de que puede hacerse mejor, ¡Por todos los cielos Holmes, que parezca que lo disfrutas, estás en la cama con una mujer hermosa y por momentos pareciera que es un castigo! ¡Tócala, bésala, es una escena romántica por el amor de Dios!

Suspiré desde la cama, asintiendo con la cabeza. Más realista, anotado.

―Si te hace sentir mejor, a mí me pareció que lo estabas disfrutando bastante ―agregó Frida, acomodándose sobre las sábanas para la nueva toma―, casi no podía decir que estabas actuando.

La escena se repetiría dos veces más antes de que el director estuviese satisfecho con el resultado, prolongando mi sensación de culpa junto con mis pecados justificados. Apenas se hubiese terminado de rodar, tomé la ropa que me trajo el asistente de utilería y me apresuré a cubrir mi cuerpo.

―¿Seguro que no quieres hacer otra toma? ―Ofreció Frida, quién sin pudor alguno se vestía lentamente, dejando su piel visible para todo el set, girando cada cabeza masculina e incluso varias femeninas.

―Holt está satisfecho.

―¿Y tú? ¿Estás satisfecho?

―Estoy harto de esto.

El ambiente en el set se había vuelto pesado, casi intolerable. Desde me negué a fingir una relación con Frida varios productores, en especial el principal, Max Martinez, me veían con recelo, tachándome como alguien no comprometido con la causa, particularmente insistentes en que debía ser ella quién me acompañara a la premier. Solo había podido calmarlos bajo la promesa de que no anunciaría públicamente mi relación con Erika, promesa que se rompería al ser capturado bailando con ella en la boda Sasha y Mónica, mi recién ganada y modesta fama me había también ganado más de un par de menciones en programas de farándula e hilos de Twitter; ¿Engañaba a Frida con la rubia? ¿Engañaba a la rubia con Frida? El más audaz de los artículos liberaba rumores tan graves como que había llegado a la boda con Frida, pero a media ceremonia había decidido escaparme con otra dama de honor, cuyo nombre aún no habían identificado. Llegué a concluir que solo debido a esa inevitable cobertura de los medios Frida se había mantenido al margen de nosotros durante la noche, no tendría que hacer nada para joderlo todo.

Samuel seguía pidiéndome que volviera el guión más puertorriqueño a pesar de mi constante aclaratoria de no provenir de Puerto Rico, la mitad de las veces alababa mis ideas, la otra mitad terminaba frustrado y culpándome por sus errores en dirección.

Ron se había distanciado paulatinamente desde los eventos de hacía unas semanas, sintiéndose traicionado por la forma en la que había apartado a Alex de él esa noche. Motivado por el morbo hacia la rubia, a la cual había jurado llevar a la cama antes del final del rodaje, me había declarado una persona no digna de confianza, hasta que todo hubiese escalado a puntos más allá de un posible arreglo, cuando decidí confrontarlo por ello.

―¡Ella lo quería! ―Había exclamado, unos días después de la boda, al llevarme aparte, luego de semanas de guardar silencio― ¿No lo notabas? Ella me deseaba, por eso fue con nosotros, ¡y tú, estúpido, cabeza de mierda, la convenciste de que algo malo estaba pasando!

Lo confronté con voz firme, explicándole que la coacción no es una técnica de ligue y que la rubia me había dado las gracias por haber ido esa noche, por haberla cuidado.

―Joder, se nota que aún eres un crío ―se burló, con una risa de indignación, mostrando sus dientes, al abrir la boca pude percibir su aliento, nuevamente alcoholizado, nuevamente en horas de trabajo―. Las mujeres nunca admitirán que quieren un pedazo de nosotros abiertamente, ¡no quieren que sepamos lo putas que son! Solo necesitan unos tragos para mostrar su verdadera naturaleza, ¡tú deberías saber de eso de todas las personas aquí!

Fruncí mi ceño con confusión, entrecerrando mis ojos. Articulé muy bien cada palabra que diría a continuación.

―¿Perdón? ¿Por qué yo sobre todas las personas aquí?

―¡JA! ¿Ahora vas a actuar todo inocente? ¡Es obvio que te estás follando a la pelirroja además de a esa puta embaraza...!

Ron no había terminado de formular la oración cuando mi puño ya había sido encajado en su mandíbula, el personal había logrado separarnos antes de que le dislocara el resto de los dientes. Ambos fuimos amonestados, pero de nuevo, una leyenda de Hollywood siempre tendría las de ganar ante un desconocido que debería estar agradecido solo por estar en su presencia, eso no me detuvo de hacer una última declaración.

―¡Vuelve a hablar así de mi novia y te mato!

Desde ese día Ron Coulson y yo no nos habíamos vuelto a dirigir la palabra fuera de las escenas que compartíamos delante de la cámara. Haciendo honor al refrán de "nunca conozcan a sus héroes". Los primeros días de conocerlo había llegado a creer que los testimonios de sus coestrellas sobre lo conflictivo del hombre eran mentiras, llegados a ese día sabía lo real de sus acusaciones.

Mis escenas sexuales con Frida habían serían casi las últimas en ser grabadas, pronto todo terminaría y podría seguir hacia un nuevo proyecto, si los fantasmas de este no me perseguían.

Esa noche llegaría al apartamento trazando una línea recta hacia la ducha, en la que pasaría dos horas intentando limpiar los restos de Frida, y a su vez la culpa por lo humano de mis deseos carnales, preguntándome si a este punto, de no haber estado con Erika, e incluso con mi disgusto por la pelirroja, habría sucumbido a mi libido, cada vez se volvía más difícil mantener relaciones sexuales con mi novia debido al embarazo.

Terminaría la noche contemplando mis últimos meses, los meses en los que por primera vez se me daría la oportunidad de de hecho luchar por mis sueños, y como estos no habrían resultado ser aquello que yo tanto había añorado. Acostado boca arriba, solo iluminado por la radiación de la pantalla de mi teléfono, buscaría el número de la doctora Reynolds, no había vuelto a verla desde nuestra segunda sesión, gracias a esto también había ignorado cada llamada proveniente de su recepción, pensando que más allá de mi disputa con Ron, aquella por la que no me arrepentía, había logrado mantener el control, había logrado ser yo. Dejé su contacto presionado desplegando las opciones y marcando el botón de eliminar.

Mejoraría por mi cuenta, la terapia había demostrado no ser para mí; jamás me sentiría en paz en un lugar donde hicieran tantas preguntas, donde despertaran tantos de mis demonios.

Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora