Capítulo 16: 01/05/2018

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Un mes antes del asalto

Alejandro

No estaba bien y Erika lo sabía, entonces, ¿por qué me obligaba a hacer esto? Joder, es que en cada ocasión que una idea atravesaba su mente era atrapada como una mosca en el pegamento, no sabía forma de sacarla, si acaso, se pudría ahí, una necesidad establecida de forma perpetua hasta que era satisfecha.

"Es por tu bien" me decía, pero no se sentía de esa manera. ¿Volver a Nueva York? ¿Con la reciente ola de asesinatos? ¿Retornar a la casa que en algún momento mi padre y yo habíamos compartido y llamado hogar, aquella que Erika había rastreado sin consultarme? No, no me odiaba tanto para hacerlo.

Me sentía frustrado, en más de un sentido, Erika vivía presa de un secretismo abrumador, uno que negaba hasta los límites de lo coherente. Había desaparecido hacía unas noches, y cuando había vuelto se negó a dar una respuesta convincente.

―Tú mente te está jugando juegos de nuevo, eso pasa cuando dejas de ir a terapia.

Golpe bajo, de nuevo, "terapia" siete letras de un tabú absoluto, un tema que había ya establecido no quería que se tocara más, no había logrado nada conmigo, solo distintos tipos de frustración que erosionaban en ataques aún peores que antes de haber pisado ese maldito consultorio. Sin embargo, ante cada discusión, después de cada pequeño conflicto Erika no hacía más que recordarme mi propio fracaso, como si yo quisiera sentirme de esa manera, de la misma forma que me hacía recaer en mi propia mente y aislarme en ella.

La noche anterior, abrazados nos acostamos esperando al sueño, pero despojados de todo tipo de calor yacimos, hacía semanas que nuestros cuerpos no eran uno y la perspectiva no era mejor. Gabriel había despertado en la noche, como hacía días ya no lo hacía, ya no recordábamos de quién era el turno, pero me ofrecí solo por poner un poco de distancia entre nosotros, necesitaba alejarme de ella, por un instante por lo menos.

―Amo a tu mamá, ¿lo sabes no?

Gabriel me miraba sin ver, nueve meses de perfección absoluta, lo amaba tanto como a Erika, si acaso no incluso más, ella solía decir que había heredados mis ojos y aunque no hubiese rastro de mi código en su ADN una pequeña parte de mí lo creía, pues en los ojos de mi hijo, porque lo era, sin importar qué, lo era, podía detectar aquellas galaxias que Erika solía asociar con mis pupilas.

―Awawosaj ―dijo él, galante.

Me senté en la mecedora que había armado en su habitación, la misma que había tapizado con motivos de superhéroes, mi mente flotaba entre las gemas del infinito, mientras poco a poco permití que el suave movimiento nos sumergiera a ambos en el sueño.

"Recuérdate por qué la amas" dijo una voz lejana, la mía. El año anterior había obtenido mi primer papel importante, aquel que me había hecho perderme el nacimiento del niño que reposaba en mis brazos.

Mi nombre ya no era Alejandro Gutiérrez, ni tampoco Alejandro Holmes, era Daniel Nava (porque Dios prohíba que alguna vez pueda escapar del estigma que nos persigue a los actores latinos, nuestra eterna condena a representar con casi absoluta exclusividad papeles de la misma etnia, inclusión necesaria y si acaso un tanto forzada para los estándares de nuestra sociedad moderna) y le hablaba a mi padre, un hombre que había perdido todo, incluso a mí, pero que aún luchaba por el amor de mi madre.

―Recuérdate por qué la amas ―dije nuevamente―, y tal vez recuerdes por qué ella debería amarte a ti.

La escena era oscura, compartíamos un trago en un balcón, las cámaras se acercaban desde distintos ángulos, haciendo ligeramente más incómoda la labor de ignorarlas. El actor que fungía de mi padre, un señor que en algún momento había aspirado a la fama pero que luego de una serie de malas decisiones había sido relegado a papeles de bajo presupuesto, me miró con reconocimiento.

―¿Y si no puedo recordar por qué la amo? ―me respondió― ¿y si el tiempo ha sustituido a la pasión y ya solo persigo la vaga sensación de lo que creo que debo sentir?

―Entonces... ―comencé a decir, ignorando las cámaras nuevamente, como el guión lo indicaba; una pequeña pausa, Daniel sopesa la decisión y con un movimiento vacilante de sus labios a modo de mueca dice: ― entonces aléjate de nosotros, papá, no enamores a mamá solo para irte, no finjas amor donde ya se ha acabado, pero tampoco te rindas si es el miedo el que te hace creer que ya no hay nada por lo que luchar.

Las escenas de Memorias de un Fracaso volvieron a mi mente durante toda la noche, haciéndome sentir cada vez más compenetrado con los personajes, especialmente al despertar, creando dudas en mí mientras ponía a Gabriel de vuelta en su cuna.

¿Me había convertido acaso en el padre? ¿Atrapado en una relación donde el amor había palidecido, buscando una leve imitación del mismo? Me negaba a creerlo, a aceptarlo, quería seguir amando a Erika, pues porque sin ella, ¿siquiera sería capaz de amar?

Tal vez si era mi mente la que jugaba conmigo, me estaba enfocando en cada fallo de Erika para atacarla con ellos, pero, ¿por qué lo hacía? Caminé hasta la puerta de nuestra alcoba, viéndola reposar sobre nuestra cama, cubierta con nuestro edredón con un rostro plácido.

|―La estoy cagando, papá, ¿no es así? ―Dije para mí, procurando no hacer ruido para no despertarla.

Esa mañana, al volver a la cama, decidí seguir el consejo de mi ficticia persona al recordarme todas las razones por las que la amaba, y a su vez decidí escucharla, cuando ella despertara, le diría que aceptaba viajar a Nueva York.

Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora