Capítulo 8: 11/11/2015 - 03/04/2016

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"Frida"

Alejandro

Las pelirrojas eran el diablo, pero por suerte yo mismo nunca había sido un santo, cada noche estaba dispuesto a pagar por cada uno de mis crímenes, mil y una veces de ser necesario y con una sonrisa galante de por medio, al menos al comienzo de la aventura.

Frida había sido un viaje sin retorno al infierno, y aunque los demonios definitivamente saben la mejor manera de divertirse, jamás se debe perder de vista que su verdadero objetivo siempre será consumirte en cuerpo y alma.

Los primeros meses habían sido una montaña rusa de emociones, brillante, preciosa, decidida, sin miedo a la iniciativa, una mujer creada de una lágrima de Afrodita, o tal vez de un cabello de Lilith por su propia capacidad de tentación y de seducción, un encuentro de una noche en medio de una pista de baile, había dejado a mi cita abandonada, una llamada que ignoraría más tarde, pues la llamada más impetuosa era la de sus ojos que resplandecían como llamas entre las luces intermitentes del club.

Un mero intercambio de palabras había sido suficiente para entender que ese lugar ya había culminado su propósito, y que la privacidad nos atraía con urgencia. Follamos como animales hasta el amanecer, mi cuerpo se había convertido en un lienzo de cortes rojos y salvajes, el suyo una aurora boreal de hematomas dejados sin cuidado, yo no solía repetir comidas, pero a la mañana siguiente habría de volver a servirme una probada de su cuerpo, dos más en la tarde, y así seguiríamos durante semanas, adictos, débiles, dependientes.

En noviembre se encendería la llama, en enero ya el arcoíris le hubo dado paso a las banderas rojas de alerta que me decían básicamente que Frida estaba... bueno, loca pal coño. No habíamos formalizado una relación, no íbamos con prisa o eso llegué a creer, pero ella comenzó a ver de reojo mis mensajes, a seguirme a mis audiciones, a cenar en el restaurante los días que cubría algún turno en busca de un poco de dinero extra y a preguntar dónde estaba a cada instante, además de que mantenía un secretismo casi alarmante con su vida.

En ese momento no había estado con nadie más, a decir verdad, Frida me había despojado del tiempo para siquiera hacerlo, porque como la propia ninfómana aprovechaba cada momento libre para atarme a la cama y volverme cada vez más necesitado de ella.

Llegó el tres de abril, había dejado a Frida durmiendo en el apartamento mientras salía a correr, y a Danny comiendo cereal mientras veía Juego de Tronos, llevaba cuatro bolsas con comida cuando abrí la puerta, no me tomó mucho entender que las cosas estaban por cambiar.

―¿Qué coño pasa aquí? ―Pregunté, dejando caer las bolsas a un lado de la entrada.

Frida y Danny se encaraban la una a la otra, rubia contra pelirroja, la fantasía de cualquier virgen amante del porno que no sabía ni tocarse su propio miembro, pero esa escena estaba lejos de ser sexual o atrevida, al contrario, parecía la tensión podía pincharse con un alfiler, una mecha encendida que amenazaba con mandarnos a volar por las nubes.

―Tú novia, o lo que sea que la consideres, piensa que tú y yo nos acostamos cuando ella no está, y está amenazándome con... realmente no sé con qué me está amenazando pero parecía ir muy en serio.

Mis ojos fueron hacia Frida por instinto, y luego hacia el mesón que yacía tras de ella donde un cuchillo descansaba sospechosamente cerca de su mano, ella levantó un escudo con su mirada, excusándose, pero yo ya estaba cansado, solo por ser latino no iba a soportar esa novela, había intentado cambiar y creer en ella, pero ni todo el sexo del mundo podía obstruir la demencia con la que operaba.

―Danny, ¿podrías darnos un momento a solas, por favor? ―pedí.

―Claro. ―asintió y se dirigió a su habitación, no al estilo de adolescente regañada, si acaso, sentía como su energía me regañaba a mí, me decía "has dejado que llegue demasiado lejos". Lo sabía.

Una vez solos, la pelirroja intentó abrazarme, pero la aparté de un empujón suave, el rechazo se reflejó en la tensión de su cuerpo, cuando levantó su mirada, ya el escudo había caído, pequeñas lágrimas descendían por sus mejillas sin que yo hubiese siquiera dicho una palabra.

―Esto no funciona. ―exclamé.

―No sabes lo que estás diciendo, Alejandro.

―Lo que no sé es qué estuve haciendo estos últimos meses.

Su seño tomó un tono oscuro, diferente, que opacaba su belleza por momentos, como las sombras que, al caer sobre tu ropa a media noche les otorgaba un aspecto siniestro, inhumano.

―Eres un infeliz, Alejandro, ¡lo eres! ¿De verdad me estás cambiando por esa niña? ¿De verdad la prefieres a ella antes que a mí? ¿No te he dado suficiente? ¿No soy la perra que querías después de todo?

―No, no eras lo que quería en absoluto, y yo tampoco soy lo que tú quieres que sea, así que lo mejor es que te vayas ahora.

Lo hizo, y quisiera poder decir que me había dolido, pero no fue el caso, en su lugar una sensación de alivio demasiado fuerte se había hecho conmigo sin permitirme lamentarme. Danny me encontró sentado en la mesa que me había separado de mi... ¿ex novia? Tan solo media hora antes. Tomó asiento a mi lado, seria, solo portaba su pijama, la cual era azul, como sus paredes, como su edredón, como sus ojos, como su aura misma.

―¿Fue malo? ―preguntó.

―Fue horrible. ―respondí.

―¿Te sientes mal? ―volvió a preguntar.

―Ni un poco. ―volví a responder, esta vez sin intentar esconder mi evidente sonrisa.

Danny se rió conmigo, antes de preguntarme si había comprado helado. Había pensado que nunca volvería a ver a Frida después de eso, lamentablemente las cosas rara vez son como pensamos.

Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora