Capítulo 24: 08/04/2017

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La mañana siguiente

Alejandro

El reloj marcaba las nueve de la mañana de un sábado soleado cuando la llamé, me había bañado apenas al despertar, si es que se le podía llamar despertar a una noche donde el sueño nunca se había hecho presente. Posteriormente me había afeitado, ignorando en totalidad los eventos del día anterior, aquellos que estaba a punto de relatarle, si podía mantenerlos al margen el tiempo suficiente, tal vez y solo tal vez, habría de llegar al final de la cita intacto. Lo hice, le dije que la esperaría en Coño 'e la madre, y así lo había hecho, ordené el desayuno; unas tajadas fritas con queso rallado, acompañadas con una taza de café con leche.

Ella llegó cinco minutos después de mí, le ordené lo mismo.

―¿Qué es una tajada? ―Preguntó inicialmente.

―La mejor forma de comer plátano, eso es.

Guardó silencio, en su semblante se reflejaba la preocupación, ni siquiera me había preguntado por qué había pasado de sus llamadas, seguramente consciente de que la entrevista había ido mal, solo no sospechaba cuánto. Su cabello, casi etéreo, reflejaba el sol de una forma más natural que la misma luna, sus ojos, claros, denotaban cierta tristeza, aquella que viene con las malas expectativas, con la antesala de una noticia que no se desea escuchar, pero debe ser escuchada.

―¿Qué sucede, Alejando? ¿Estás bien?

―Es curioso, pensé que primero me discutirías que ignorara tus llamadas.

―Nunca habías hecho algo así, por los momentos elijo pensar que tienes una justificación para actuar de esa manera, y por tu tono de voz, puedo decir que la hay.

"Mi tono de voz", recité en mi mente con cierta gracia ¿lo había cambiado? ¿Cómo sonaba? ¿Cómo yo no lo escuchaba? Tal vez el fracaso tenía un timbre que solo los ganadores podían escuchar, un grado de derrota entre cada sílaba, imperceptible para otros fracasados, como un acento compartido.

―Sí... yo... yo lo hago, quiero decir, sí tuve una razón, no en particular para no hablarte es solo que... ―Mi voz comenzó a quebrarse, cansado.

Maldición no quería llorar, no ahí, había pensado que al forzarme a estar en un lugar público podría controlarme mejor, ¿debía convertirme en alguien más? No, no delante de Erika no cuando...

Me abrazó.

No lo había notado, pero ella se había puesto de pie y rápidamente se había sentado a mi lado, abrazándome, con fuerza, drenando poco a poco mis malestares, ese sería uno de tantos abrazos en los que Erika usaría sus poderes mágicos para curar o al menos aliviar las cicatrices que amenazaban con reventar las suturas que me mantenían entero.

Alcancé a reprimir las lágrimas, aquellas que Erika me susurraría que podía dejar salir, las mismas que mejor yo sabía, no podía.

―Ya estoy mejor... ―le dije, pidiéndole que por favor se sentara de nuevo en su silla frente a mí― te... te contaré lo que ocurre.

Hacía calor, demasiado, o tal vez era solo mi propio nerviosismo distorsionando las leyes de la física, haciéndome sentir cada vez más asfixiado por cada pensamiento sobre cuánto calor hacía, este parecía incrementar incluso más, gotas de sudor descendían por mis pantorrillas, por mi sien, mis axilas oscurecían la camisa.

Le conté a Erika, tal y como le había contado a Danny, a excepción del contexto que mi compañera de habitación no había necesitado, le hablé de mi relación con Frida, de la reunión del día anterior y de su propuesta, mejor dicho, de su amenaza.

Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora