Capítulo 29: 17/05/2017

32 11 0
                                    


Alejandro

―Así que decidiste acudir a terapia porque perdiste el control frente a Frida y temiste hacerle daño ―presumió la doctora Reynolds, Penny―. Es una decisión muy valiente de tu parte.

―Sí, por eso estoy aquí ―Mentí a velocidad, intentando esconder mi nerviosismo, incapaz de decir la verdadera razón, que el ataque que había tenido frente a Frida sería uno de dos y que el segundo había sido diferente, pero mucho peor―, tengo que aprender a controlarme, de alguna manera.

Había decidido no mentir, pero mi opinión cambiaría con una velocidad alarmante, sintiéndome mal conmigo, con mis decisiones, sintiendo la hipocresía que convenientemente me ayudaba a defenderme.

Ella frunció sus labios, analizando la idea, su pierna izquierda yacía apoyada sobre la derecha, intercambiaron posiciones al mejor estilo de Basic Instinct, pero con un pantalón oscuro no muy ceñido, sin pizca de seducción.

―¿Cuándo comenzaron estos ataques? ¿Crees poder rastrear el inicio a algún evento específico, tu infancia tal vez?

Quise responder que sí, mientras las fotografías aparecían en mi mente, como las de una vieja película, corriendo a una velocidad en la que poco a poco las divisiones dejaban de ser perceptibles al ojo humano, creando una imagen fluida, viva, mi padre me hablaba, al otro lado del cristal de la prisión, vestido con un traje naranja, sin perder su optimista sonrisa.

Grant me había llevado, y ofrecido quedarme con él un tiempo, poco antes de que sus padres murieran en un incendio accidental.

―Sé que ya lo he dicho, pero lo lamento muchísimo hermano.

Me había llenado de ira, pensando en que por más que fuera mi amigo o de que eso pretendiera ser, todo era culpa de sus padres, de su maldita compañía, Grant lo sabía tanto como yo, pero se mantenía al margen, no hacía comentario alguno, siempre disperso, siempre alejado de la realidad, ante él tenía la verdad y decidía ignorarla, con el pasar de los años entendería que esa misma actitud lo convertiría en un gran escritor, al mismo tiempo que en un terrible ser humano.

―No lamentas nada ―lo acusé―, tus padres ocasionaron esto, mi papá es inocente, los tuyos probablemente estén bañados en suciedad y corrupción.

El crepitar de la chimenea iluminaba parcialmente su rostro, volviéndolo más denso, serio, y de cierta manera, tenebroso. Apreté los puños al igual que los dientes, sintiendo una profunda sed de venganza apoderarse de mí, tal vez si le hacía daño a Grant, los Rowling entenderían mi sufrimiento, mi dolor, tal vez eso les enseñaría.

―Tienes razón ―admitió tranquilamente―, mis padres son las peores personas que alguna vez he conocido, posiblemente que alguna vez he de conocer, pero son intocables, y tratar de llevarles la contraria es como pedirle a una hoja que se enfrente al viento, terminará siendo llevada contra su voluntad ―había algo en su voz, tan sumisa, tan fría, que me hizo temblar, no sonaba como Grant, sino como su padre, o como un adulto cualquiera que ha perdido la fe en el mañana, que se han rendido ante las imposibilidades de la realidad. Solté mis puños, sintiendo repentinamente una enorme lástima por ese chico―, no tengo forma de expiar los pecados de mis padres, pero sé lo que pasa por tu mente ahora mismo y si quieres hacerme daño, hazlo, no le contaré a nadie, desahógate.

Sus ojos eran oscuridad absoluta y su voz una melodía triste, su uniforme de escuela privada permanecía inmaculado, pero sus nudillos estaban rojos, en mi creció la sospecha de que si elevara sus mangas, aquellas que terminaban en broches, vería cicatrices.

―No quiero hacerte daño. ―Le respondí, temblando, mi cabello rizado había caído sobre mis ojos, veía a Grant a través de las hebras, convirtiendo mi realidad en una suerte de selva visible― ¿Por qué dices eso?

Dio otro paso adelante, escaso metro y medio nos separaba, la luz de luna descendía desde una ventana alta, el plateado de esta convertía su rostro en una presencia angelical, pero aquella que reflejaba el fuego de la chimenea poseía un aire más bien demoniaco, furioso. Ante mí existían dos personas diferentes atrapadas en el mismo cuerpo de un chico adolescente y al menos una de ellas me prometía impunidad si sucumbía ante mis impulsos.

―Tus ojos, los he visto antes, son iguales a los míos, Al, ojos que ven todo porque no pueden depender de sus oídos, porque no pueden escuchar, porque están perdidos en el eco. Solo golpéame, mis padres se llevaron al tuyo, te quitaron todo. ¡Golpéame!

Las sombras de la pared se movieron con aire fantasmal, mientras la mía repetía de forma mecánica la acción, puñetazo tras puñetazo, Grant no se quejó en ningún momento, incluso cuando empezara a escupir sangre.

―No ―le respondí finalmente a la doctora Reynolds, volviendo de golpe al presente y mintiendo una vez más―, no creo que pueda rastrear estos ataques a algún momento en especial, ¿tal vez desde que mi padre fue deportado? Me sentí un poco solo, desprotegido, sin control.

No era una mentira, no del todo al menos, quizá omitía la parte en la que estuve a punto de enviar al que en algún momento fuese mi mejor amigo al hospital, pero esas eran cosas que solo podía reservar para la parte más profunda de mi mente, eventos que ni siquiera sabría si podría compartir con Erika, especialmente después de lo que había pasado entre nosotros, aquella noche, la misma de la audición en la que obtendría mi primer protagónico, de esa serie de eventos que me llevarían a estar tendido frente a esa mujer que dibujaba a velocidad mientras trataba de desentrañar la maraña que envolvía mi mente, aquella que yo cubría con mentiras y verdades a medias, como mi misma razón para estar ahí.

―¿Eras muy cercano a tu padre, Alejandro? ―preguntó.

―Sí. ―Respondí sin pensar.

―Entiendo que él está muerto, ¿o me equivoco?

Le indiqué con la cabeza que estaba en lo correcto.

―Su pérdida debe haberte golpeado con mucha fuerza, no todos los días se pierde a alguien tan significativo.

No, cada día no se perdía a la única persona que siempre había estado para ti, que te había cuidado, protegido, que cuando el mundo te había abandonado, se había parado a tu lado para decirte que todo estaría bien, que nunca estarías solo. No, no todos los días despertabas sintiéndote más solo que nunca en tu vida, con la realización de haberle fallado a la única persona que nunca lo había hecho.

―Sí, fue algo duro.

―¿Solo duro?

―Devastador tal vez sería un adjetivo más adecuado.

Podía sentirlo, una pared comenzaba a levantarse entre la doctora y yo, otras tres rodeaban mi camilla, me cerraría, no quería hablar de eso, ese tema, no, de todos, todos menos ese.

―¿Te sientes bien, Alejandro? ―preguntó con una voz un poco más tranquilizadora, alzando su vista, apartándola de la libreta y de sus trazos― Te ves un poco pálido de pronto.

―No mucho, ¿sería posible terminar la sesión antes?

Arqueó una ceja.

―¿Crees que sería lo mejor? Siento que estamos llegando a un punto de sensibilidad que tal vez necesitas explorar, al menos un poco más.

―Creo que estoy llegando a un punto que no puedo explorar.

―No pienso invadir ni pasar por encima de tus decisiones, pero debes tomar en cuenta que las personas que sufren de ataques de ansiedad, de pánico, y de episodios como los que vives constantemente buscan establecer barreras que los separan de otros para evitar la intimidad y de esta manera el sentirse vulnerables.

Tal vez tenía razón, joder, no era un tal vez, la tenía, y yo era consciente de ello, pero no podía luchar contra la sensación de claustrofobia; las paredes se cerraban a mi alrededor, estrechándose, haciéndome más difícil respirar, como las paredes del centro de reclusión en el que habían encerrado a mi padre, su nombre, Gabriel Gutiérrez, apareció frente a mí, flotando en el desierto naranja de su overol.

―He de irme, doctora, no me siento bien.

―Como desees, yo cobro por hora.

Me despedí, preguntándome si algún día volvería a esa habitación, dos sesiones habían sido suficientes para sentirme expuesto aún sin haber dicho una palabra.

Estrellas Perdidas [Antología Perdidos en el Eco #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora