Un castillo que era un motel, o un motel que era un castillo

100 0 0
                                    

Totalmente pintado de rojo, majestuoso y orgulloso se alzaba un extraño castillo al interior de un vecindario bastante escondido y apartado de la carretera S. A veces, por mero deleite visual, Hugo Ramírez pedaleaba hasta aquel callejón sin salida y tras deslizarse por una serpenteante curva sobre la grava, llegaba a aquel insólito lugar. En medio de casas residenciales normales, como si fuera un objeto de la segunda guerra mundial colocado erróneamente en un estante de juguetes: aquel extraño edificio. Jamás se imaginó Ramírez que lo terminaría visitando...

Hugo vivía fastidiado, había concluido que era un fracaso en todo el sentido de la palabra; tras obtener una licenciatura en Derecho en un país en el que las leyes cumplían funciones ornamentales, cosméticas o ficticias, sin posibilidades de adquirir un primer empleo digno y a su vez solitario por una terrible pandemia, no sabía adónde se dirigía. Una vez más, su fiel aliada había sido una bicicleta de montaña con la que terapéuticamente recorría veredas de la carretera S con demasiada constancia.

Recorría las mismas calles todas las tardes, con el atardecer batallando sobre el cielo, generando un curioso efecto en el que se contrastaban nubes anaranjadas-doradas con el fulgoroso celeste. La sensación de velocidad, el aire en la cara y una buena aceleración en el corazón le devolvían las ganas de vivir junto con una inyección de "libertad". Probablemente, de no practicar algún deporte, ya hubiera perdido su cordura en algún punto de su grisáceo presente y futuro.

No saber adónde nos dirigimos ni qué será de nuestro destino son ingredientes lúgubres para un joven veinteañero que apenas inicia su camino en el misterioso rumbo de la vida. De tal forma que estas dudas existenciales eran aplacadas con repetitivas sesiones de entrenamiento en las que Hugo se olvidaba de todo, e incluso de sí mismo. Al pasear por la carretera S, repleta de veredas, miradores y desnivel, por unas horas dejaba de exigirse metas, ambiciones y sueños, para regocijarse en el mero hecho de estar vivo, de respirar, de sudar como un animal mientras jadeaba al imponerse un ritmo delirante en las subidas.

En estas aventuras, paseos o terapias, Ramírez disfrutaba de visitar ciertos lugares por sus maravillosas vistas, entre ellos, aquel enigmático castillo que contaba con tres torres las que recordaban a cualquier cuento de la infancia. Un edificio con aspecto medieval, digno de una película de Disney, en el que uno imagina que habita una princesa en la torre más alta.

Siempre llamó la atención de Hugo tan sugestivo lugar: ¿quién viviría allí? ¿Qué clase de personaje desquiciado con suficiente dinero para ordenar la construcción de semejante absurdo sería el que residiese allí? ¿Algún extranjero con gustos arquitectónicos extravagantes?

Aficionado a la fotografía, en una tarde como cualquier otra, el joven decidió aparcar su fiel bicicleta frente al castillo y capturar la escena, lo que le tomó unos minutos puesto que tenía la costumbre de tomar múltiples fotografías para después elegir aquella que hubiese verdaderamente capturado la magia del lugar. En estas tareas se encontraba el joven, visualizando el mejor ángulo y aplicando la regla de los tres tercios cuando del castillo, ¡Oh suceso curioso!, salió un personaje digno de un cuento.

El portón rojo del castillo se abrió un poco al inicio, y luego lentamente se asomó un señor pelón, gordo, vestido de ropa deportiva que marcaba un grave contraste con su condición física más bien rolliza y de modales suaves. Caminó lánguidamente aquel señor e invitó a Hugo a pasar hacia el interior del castillo.

Dos hechos inéditos ocurrían al mismo tiempo, por primera vez Ramírez captaba signos de vida dentro del castillo y alarmantemente, no solo acababa de conocer a aquel individuo que habitaba ese lugar digno de Pablo Picasso, sino que era invitado a su interior. ¿Cómo sería por dentro aquel enorme lugar del que solo se podían observar las torres y ventanas desde fuera? ¿Qué secretos escondería?

LéemeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora