Eran las tres de la mañana, con seis minutos, cuando Michelle se despertó, empapada en sudor y respirando irregularmente. Otra vez había sido víctima de sofocantes pesadillas. Dirigió su mirada hacia la pantalla de su celular (a estas horas el dispositivo parecía irrumpir con una violencia descomunal con su haz de luz), y vio que éste indicaba -como siempre- que eran fatídicas horas de la madrugada. La muchacha siempre recordaba que en alguna película había escuchado que las tres de la madrugada era la hora del demonio. Un dato innecesario que retumbaba en su mente, y que no parecía desaparecer, aunque hubieran transcurrido varios años. A veces, el cerebro almacena ideas o datos, que no quisiéramos retener.
Michelle pensó: "Y aquí vamos de nuevo". Era su nueva normalidad, repetidos casos de insomnio y pesadillas la aquejaban, siempre soñando con "eso". Ahora se mantendría despierta hasta que los primeros rayos del día indicasen que debía salir de su cama, donde se arrellanaba en sus sábanas, tratando de invocar alguna protección. A veces, su mente le jugaba pesadas bromas, pues le parecía ver una pezuña en algún rincón del cuarto. Creía ver sombras con formas extrañas que se movían rápidamente por los rincones de su habitación, que le recordaban a "eso".
Alguna vez se había sorprendido, sintiendo algún roce huesudo o peludo, ligero y fantasmal, en alguna de sus manos o pies. Solo para chillar y luego recordar que estaba sola en su apartamento. Totalmente sola, o al menos eso creía.
Al levantarse, tenía una cara de tristeza, que representaba toda la culpa del mundo. La falta de esperanza. Varios compañeros de trabajo lo habían notado. Ya no era la misma. Su rostro estaba dominado por unas profundas ojeras, que le daban un aire a depresión.
Los primeros días, posteriores a los acontecimientos concernientes al "cementerio maldito", Michelle no pudo asistir a la agencia para la que trabajaba. Ahora, cuando tenía recaídas, se permitía quedarse en casa. Era difícil admitirlo, pero le daba miedo salir. Tenía pánico del mundo exterior; de la maldad que abundaba allí afuera.
Por lo menos al ser de día, el pequeño apartamento era como una fortaleza, en la que se olvidaba de las culpas y agravios del pasado, pero nunca lo suficiente. Michelle tenía bajones, era una montaña rusa; tener esperanza solo para luego perderla, en un ciclo infinito de sufrimiento, que administraba venenosamente ilusión en los momentos justos, para que luego la tristeza fuese todavía más amarga. Ganar altura para caer con mayor impacto.
"No es tu culpa, nada de lo que pasó lo es, don Jaime ya está en un lugar mejor", repetía la psicóloga de Michelle, quien en realidad era una estudiante de último año que realizaba sus prácticas. Sospechosamente, el caso había atormentado a más de una persona.
Lucía casi se iba de espaldas cuando el doctor Eugenio Pérez, le había comentado que se sentía perturbado, luego de algunas terapias con Michelle Hernández. Gozando de sus facultades como superior, el doctor Pérez había decidido delegarle el caso, pero bajo ciertas medidas... Entre ellas, nunca abrir un sobre del expediente, cuyo contenido –una foto de "eso"- era ignorado por Lucía. Nadie debía husmear en el sobre; esa era la orden tajante.
Y así, Lucía vivía repitiendo -una y otra vez- a su paciente que dejara atrás su culpa, en una letanía que prometía algún final para el dolor. Michelle nunca terminaba de creer en todo lo que se le inculcaba en la terapia, aunque no se atrevía a expresar que: "Hay dolores tan grandes, que nunca van a sanar... Heridas profundas que generan cicatrices imposibles de desaparecer". Eso era ella, un alma con cicatrices que vagaba en este mundo, donde nadie está a salvo de la maldad.
Michelle reflexionaba acerca de su estado: "Miedo a lo que nos pueda pasar, miedo a ser lastimados, miedo a la oscuridad... Vivir con miedo es una cosa terrible". Ya no lo soportaba, y sus dificultades emocionales le impedían llevar una vida normal. En la agencia, era un trabajo titánico ir a tomar las fotos que le fuesen asignadas. Michelle deseaba permanentemente quedarse en casa. La idea de salir a lugares extraños o sin nadie que la acompañase le causaba pavor, cuando esto se producía al filo de la noche.
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Léeme
Short StoryHistorias cortas interesantes. [Tres chicas y un escritor; Una serie de desafortunados eventos; La chica perfecta; La isla de los recuerdos; El cementerio maldito; El amor es una tragedia; entre otros relatos].