Léeme

El amor es una tragedia

[Presente]

—Mírame a los ojos y dime qué sientes— sentenció Beth.

En medio de la montaña, en algún mirador rodeado del color esmeralda, puesto que el invierno y las copiosas lluvias habían generado un intenso verdor alrededor. Sobre todo, en los lugares apartados de la ciudad al teñirse en distintas tonalidades turquesas empujadas por el renacer de la naturaleza. Allí, aquella muchacha rubia, delgada y de rizos, queda viendo fijamente con sus ojos café claro, a un joven que viste de negro, y porta unas gafas de sol al estilo ochentero.

—Vamos, dilo, ¿qué es lo que piensas tanto? Te acabo de decir que eres una persona especial para mí...

«Pero para mí, tú no lo eres...», piensa Ramírez, triste y sintiendo que es ineludiblemente el villano, en esta trágica película sin final feliz. Por unos cortos segundos observa el atardecer desde aquel punto encumbrado, en el que la vista impresiona; la ciudad desde lejos, enormes volcanes aún más distanciados, y el cielo azul. Voltea a ver también hacia abajo y percibe cómo se extienden cientos de árboles y una variopinta vegetación, sobre la que transitan distintos rayos de luz. El celeste del horizonte —casi infinito— es irrumpido en algunas partes por tonalidades escarlatas y anaranjadas.

Hugo Ramírez en diez segundos, que se han sentido como toda una eternidad, ha contemplado la naturaleza y el bello paisaje: «Es un lugar perfecto, me has traído a un mirador muy bonito, Beth, y lo siento tanto». Se quita las gafas y con gesto decidido clava sus ojos —más claros que los de Beth— hacia la rubia y comienza a hablar...

[Dos meses antes]

En el campus universitario, existe una zona específicamente creada para otorgar un respiro a los estudiantes. Se compone de incontables mesas redondas y rectangulares dispuestas en un espacio abierto, rodeado por jardines cubiertos de grama y distintas clases de flores (rosas, tulipanes, y orquídeas) que hacen vibrar la vista con tantos colores juntos. Fácilmente se pueden clasificar diversos tonos de rojo, lila, blanco, amarillo y algunas curiosas mezclas.

En el centro, se impone una bella fuente que, con su sonido discreto, opera como música de fondo para todas las conversaciones e interacciones que ahí se producen. Es en este lugar donde se conocieron, Hugo y Elizabeth, en un encuentro banal e imprevisto.

—Disculpa muchacha, ¿puedo sentarme en esta mesa?

—Sí, está libre— respondió la rubia, quien se encontraba almorzando.

Sostuvieron un pequeño e incómodo silencio, ambos degustando sus respectivos almuerzos, hasta que inevitablemente alguien terminó por romperlo. La rubia contestaba una llamada en la que platicaba con una amiga sobre asuntos académicos que daban a entender que estudiaba en el departamento de Ciencias Jurídicas, el mismo que Ramírez, quien sintió curiosidad por aquella persona, tanto así que decidió llegar al fondo del asunto. Él era inevitablemente curioso.

—¿De casualidad estudias Derecho?

—Sí, ¿por qué?

—Pues... resulta que ambos estudiamos la misma carrera, aunque a decir verdad, a ti nunca te he visto, probablemente seamos de generaciones distintas.

—En eso tienes razón, pero en algo te equivocas —la rubia sonríe— a ti sí que te he visto, tal vez tú no a mí, pero por años te he observado circular por los pasillos de la facultad de humanidades, más precisamente, por las aulas del departamento jurídico.

La conversación prosiguió y en pocos minutos Ramírez tuvo todas las respuestas desplegadas sobre la mesa. Estudiaban la misma carrera sin embargo no se conocían porque ella estaba un año detrás de él, y en todo caso, al menos por parte de la rubia, sí que le había visto en las aulas del departamento. Algunas veces mientras Elizabeth (aunque sus amistades la podían llamar Beth), salía de clases, se cruzaba con Ramírez quien recién estaba entrando, en tanto que los horarios de salida de ella, coincidían con los de entrada de él.