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Tras intuir mi plan para terminar con el señor Joestar, Jojo impidió que siquiera lo viera. Restringió el paso a su habitación, contrató doctores para que estuvieran con él las veinticuatro horas... Mis planes se desmoronaban frente a mis ojos sin siquiera poder hacer algo.

Jonathan se fue a buscar el origen de la medicina. Quise pensar que moriría en Ogre Street, pero sabía que ese maldito tenía suerte, demasiada para alguien como él. No debía confiar en mis deseos ni subestimar a Jonathan, eso lo tenía muy en claro.

El estrés embargó mi cuerpo, tanto que me incitó a beber. Me di asco, recordándome al imbécil de mi padre.

Esa noche decidí salir con la máscara en mano, pensando que se trataba de un simple artefacto de tortura. Ansiaba probarla con Jojo, colocársela para que las mismas garras le atravesaran el cráneo. Una escena grandiosa en mi mente, aunque de sabor insípido como muerte la de mi padre.

Unos borrachos se atravesaron en mi camino, con los cuales tuve una pelea lo suficientemente fuerte.

Ambos terminaron muertos gracias a mí, probando por segunda vez el sabor de la muerte, añadiendo peso a la balanza entre el bien y el mal.

En uno de los borrachos probé la máscara, creí que no pasaría más que una muerte indolora, pero no fue así, el hombre se levantó con esa insaciable sed de sangre, abalanzándose hacia mí, iniciando otra pelea. Por primera vez agradecí tanto la luz del día, pues el vampiro que había creado se hizo polvo frente a mí mientras me succionaba la sangre con sus dedos.

En ese momento mi mente se iluminó: la máscara era algo más que un instrumento de tortura, era la que me brindaría el poder para deshacerme de Jonathan.

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