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El maltrato hacia mi persona se hizo más frecuente desde la ausencia de mi progenitora: los hematomas aparecían por todo mi cuerpo, las humillaciones eran mi pan de cada día y el alimento faltaba con más frecuencia a diferencia del alcohol.

Mi padre bebía más de lo normal gracias a mi esfuerzo de conseguir dinero para ello. Decidí usar lo poco que ganaba en complacer su vicio a tener una comida digna, pues de esa manera cesaba su actitud agresiva hacia mí por la falta de licor. Cada que llegaba al límite, caía dormido donde sea.

Fue tanto su vicio que vendió el viejo vestido de mi madre, el cual guardé con tanto cuidado hasta ese día. Ese vestido no tenía ningún otro valor más que sentimental, pero él le encontró el suficiente para su embriaguez.

Me enojé cuando pasó, sin embargo, me mantuve en silencio, observando con molestia al padre que la vida me otorgó.

No tenía opción. Él me estorbaba.

Decidí deshacerme del parásito cuanto antes.

Diario de DIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora