Las mujeres fuertes y guerreras,
nacen de niñas rotas y olvidadas.
Mis uñas pintadas en rojo, jugaban entre los cabellos rubios de mi muñeca.
Mis primos corrían por los salones de la casa.
El sol entraba soberbio por los ventanales de la sala. Eloy, el mayor, era temerario. Con sus 17 años imponía bravura. Tenía 10 años más que yo.
Se paró a mi lado, observando cómo jugaba. Le sonreí. Inocente, miraba su mueca torcida. Sus ojos oscuros revelaban un brillo desconocido... en él había algo desconocido.
—Ven, vamos a jugar a la terraza. — Me dijo extendiendo su mano.
Confié. Dejé mi muñeca, sentada en el gran sofá marrón de cuero.
Con ella, sin saberlo, dejé el último resquicio de mi inocencia.
No lo sabría hasta mucho tiempo después... ya cuando la madurez tocara mi puerta.
Subimos las escaleras lentamente. Los rayos del sol pasaban por los agujeros de la chapa del techo y caían en forma de polvillo hasta el piso.
Desde la puerta mi madre nos gritó:
—Tengan cuidado. No se lastimen.
Antes de llegar a la terraza. Se detuvo. Su inmensa espalda parecía ensancharse. Su cuerpo espartano parecía inmenso delante de mis ojos.
La luz que entraba por la puerta de la terraza, que estaba abierta, chocaba contra él, proyectando una sombra mayor, que me cubría totalmente. Levanté mi mirada y ya no veía sus ojos... sólo su sonrisa torcida.
Apoyó su mano sobre el cierre de su pantalón.
Parado dos escalones arriba de mí, bajó el cierre y su miembro apareció.
Mi mente no entendía aquello.
Una mezcla de vergüenza y se apoderaron de mi.
—Ven, acércate. Dale un beso— me dijo, señalando aquel miembro que no entendía qué era.
Algo dentro de mi se disparó. Era miedo. Duda. Algo estaba mal pero no sabía qué.
Pasó su inmensa mano sobre mi cuello, diminuto se perdía entre sus gruesos dedos.
Empujándome por mi nuca, me acerco violentamente a él. Los nervios de mi cuerpo se tensaron y me resistí.
Sus dedos se cerraron alrededor de mi cuello.
Tuve miedo.
Un terror desconocido helaba mi sangre.
—Abrí la boca— me susurró molesto, mientras apretaba peligrosamente mi cuello.
Con violencia, perforó mi garganta, asfixiada, lloraba, mientras con su mano sujetaba mi cuello empujándome contra él. Mis lagrimas comenzaron a caer en un torrente silencioso; no podía respirar y en la violencia de su acto, continuaba presionando.
El olor rancio se impregnó en mi nariz, mientras escuchaba sus jadeos y palabras llenas de un falso cariño: "Así vas a aprender a ser buena de grande", "es normal es cariño de primos", " deja de llorar, no puedo concentrarme".
Han pasado años. Aún recuerdo esa tarde.
El aroma mezquino de su piel, sus letanías intentando convencerme de lo bueno de sus actos, su agresividad tan confiante se vanaglorian de sus dominios, cuando en mi cama intentaba aparecer el amor, durante años, apareció entre los susurros de mis parejas y doblegó mis noches con pesadillas. Me sentía sucia, inmunda, un ser imposible de ser amado.
Cuando acabó, no soltó mi cabeza, insistía en acallar mis gritos y arcadas sujetándome con más fuerza. Asfixiada y asqueada intentaba, respirar mientras vomitaba a un costado de la pared, manchando mis zapatillas rosas.
A esa altura mi alma había viajado a otro lugar. Un lugar oscuro, frío, sin paz.
Orgulloso de su hecho, lanzó un suspiro, mientras me apartó bruscamente, caí contra la pared mientras vomitaba, mientras mi mano limpiaba mis labios y mis lágrimas.
Su voz, sonó amenazante:
—No le cuentes a nadie. Esto es para lo único que vas a servir de ahora en más. Si le cuentas a alguien, te juro, voy a matarte.
Lloraba sin entender lo que pasó. Solo sentía miedo, y me sentía sucia, con culpa. Estaba sucia y no sabía por qué. Mi remera con un diseño de unicornio que saltaba feliz entre unas nubes, estaba manchado de mis lágrimas.
Sujetó mi mano. Bajamos las escaleras como si fuéramos grandes amigos.
Mi mamá nos vió entrar pero no reparó en mí.
Corrí hasta el baño y cepille mis dientes, degustando el sabor a frutillas de mi crema dental.
En el desespero, lavé mi rostro con la misma crema dental, luego con jabón, mientras con mis uñas intentaba desprender la piel.
El olor y el sabor del ultraje no desaparecían; sólo hasta años después, cuando me convertí en una adulta derrotada.
La puerta del baño, tembló bajos los golpes de mi mamá.
—¿Estas bien, hija?— me preguntó del otro lado.
Me quedé quieta sujetándome del lavabo.
—Si má. Me estoy lavando la cara— le dije, recordando las palabras de Eloy.
Salí del baño. Camine el largo pasillo oscuro de la casa para llegar al comedor.
Ví a Eloy sentado grotescamente en el sofá, entre sus manos estaba mi muñeca.
Lo miré aterrorizada. Temía que le hiciera lo mismo que a mí.
Se levantó dejándola sobre el sillón.
Desvestida, con las piernas abiertas, y su pelo despeinado. Cruzó por mi lado y pasando su mano por mi cabeza, me dijo:
—Portate bien.
Mi muñeca seguía allí, tirada. De nada sirvió tanto tiempo de peinarla, de arreglar sus vestidos, de embellecerla; cinco minutos en sus manos, destruyeron todo.
La dejé, y me escondí tras el sofá.
Acurruqué mis piernas y oculté mi cabeza entre las manos.
Ya no era yo.
Nunca más volvería a ser yo.
Nunca más volví a ser yo.
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TAB: Todo Antes Brillaba
KurzgeschichtenLa mente no se enferma. Pero el cerebro, sí. Y cuando éste adolece, la mente crea laberintos entre la genialidad y la depresión. Una paciente bipolar decide narrar en micro-cuentos musicalizados sus paseos en el parque inestable de las emociones...