Sinonimia

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Tenía los ojos cansados. La veía sonreír y luchar desganadamente.

Concienzuda se dispuso a ayudarla, sabía que el tiempo se escurría. Así, se propuso seguir, ya que no podía hacer mucho más.

Cuando entró en coma, Elena sintió que parte de ella murió y en su lugar nacía la mujer acorazada que hoy es.

La sala era fría, enfermeros pasaban sigilosos entre tantos tubos, máquinas, gasas, algodones... Se acercó a ella... Su aire somnoliento pasaba desapercibido entre los rostros de otros durmientes que la acompañaban.

Estaba sujeta por las muñecas a las barandas de la cama, su piel traslúcida por tantos meses de encierro, mostraba la lozana juventud que en algún momento habrá tenido.

Parecía pernoctar, descansar. Acarició su mano y nada le dijo. No sabía qué hacer, ni qué decir.

Eran solo quince minutos de visita, todos los mediodías; esperando que de la nada despertase, que de la nada sus ojos volvieran a brillar. ¿Qué podía decir en 15 minutos cuando la vida le tenía secretos que ella misma desconocía? Nada. Solo acariciarla. Y bañar con lágrimas, sus fabulosas manos de repostera.

—Háblale. — Le dijo la enfermera con ternura. —Te escucha, aunque no responda.

Y habló; habló todo. Desahogó en una despedida obligada todo el dolor de los últimos meses, de las soledades acumuladas en los últimos años. Recordó el tiempo perdido que ya no volvería, dijo lo que no sabía del futuro. De sus miedos como madre. De todo lo que ya no podía, ni volvería a hacer.

Elena le dijo que si deseaba partir, ella no lloraría. Una mentira burda en situaciones extremas, como las mentiras piadosas a niños contra sus miedos desconocidos. Le prometió no llorar hasta que realmente haya sentido que cumplió con ella.

Solo después dejaría que la tristeza la absorbiera con la intensidad propias de las catástrofes, para finalmente sanar.

Se despidió con dos promesas.

Liberó los amarres y sus manos comenzaron a temblar en espasmos involuntarios.

El doctor explicó que la infección había tomado el sistema nervioso y la sujetaban para evitar que se fracturara entre tantos espasmos.

Elena tomó las vendas y la volvió a sujetar, mientras veía cómo las lágrimas caían silenciosas del rostro dormido de su madre.

Al día siguiente, Elena recibió "la llamada" donde le avisaron que murió.

Fué a verla minutos después que falleció.

 Como prometió, no lloró.

Tomó sus manos frías y las sujetó contra su pecho. Depositó un último beso sobre la mejilla que mostraba las venas entalladas por el infarto.

Los días siguientes, corrió buscando un cajón, el traslado del cuerpo; porque el dinero escaseaba. Recorrió oficinas del estado buscando asistencia. Se hizo de hierro, se volvió burócrata, altanera, tenaz y se olvidó de llorar. 

Una ceremonia íntima, repleta de flores y afonías la despidió.

El servicio incluía un sacerdote al cual, Elena, exigió abriera el cajón.

Entonces la vió descansar tranquila. La hija de Elena, Celeste, pequeña y dulce, dijo:

— ¡Mira! ¡La Nonni está durmiendo, parece Blancanieves!

Le pidió que así la recordara, hermosa, como la Bella Durmiente.

Entonces salió. Acompañaba a su padre- flamante viudo que ya contemplaba el reemplazo en los brazos de su amante de turno- y su hermana.

Elena caminaba serena sujetando la mano de su hija; entre las lápidas y los mausoleos, quedaban una parte de ella.

Se giró para observar por última vez el edificio. Vio las torres de los hornos manchar el frío y soleado día de agosto con el humo de lo que despedimos.

Ya había cumplido. 

Solo entonces,se apoyó contra la pared de una cripta y de sus ojos crecieron manantiales.

Comenzó el lamento y los dolores de un parto: estaba naciendo en su interior la templanza y belleza de los sobrevivientes; pero antes debía llenarse de la oscuridad del aprendizaje. 

TAB: Todo Antes BrillabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora