"Mi Caramelo"

76 11 6
                                    

Desde sus líneas volví a renacer.

Después de años sin leernos.

Durante el almuerzo en la oficina, me escapé sigilosamente.

El doctor ya me esperaba, sabiendo que mi tiempo era limitado. Mi agenda organizada y mi cerebro estructurado necesitaban tiempo y espacio.

Si bien era el jefe de Alicia me sentía responsable por su talento. Por su capacidad como escritora, editora, columnista; como la mujer pensante que es.

Cuando entré a la sala de espera, Daniela me hizo una seña hacia un rincón.

Verla estrujó mi corazón. Altiva, soberbia, y analítica; todo eso contrastaba con su hermoso vestido ajustado al cuerpo de color rojo y beige, sus caderas y senos firmes siempre me dejaban alterado. Miraba a través de la ventana, mientras con una mano, acariciaba unas hojas de una planta que descansaba en una gran maceta. Se giró para verme y me sentí morir. Sus 21 años desbordaban entre sus cabellos largos ondulados y su piel tan blanca.

Siempre amé su nariz desproporcionada como si fuera una Barbra Streisand latina de un país tercermundista.

- Hola Carlos- me dijo con su sonrisa de siempre.

Recuperé la compostura y le hice una seña para que me siguiera.

Entramos al consultorio del doctor quien ya nos esperaba.

Alicia parecía no estar interesada en la charla que comenzamos a desarrollar el profesional y yo. Ella simplemente comenzó a curiosear entre los libros de medicina de la biblioteca que compartia espacio, mientras miraba de reojo al doctor.

El galeno le pide que se siente.

- ¿Sabes por qué estás aquí?- Le preguntó mientras extraía unos folletos del cajón de su escritorio.

-Sí. Creen que una mujer no puede tener un cerebro pensante-dijo mientras cruzaba sus piernas y acomodó su bolso colorido sobre el regazo.

- Ya sabes tu diagnóstico, Alicia- la miró el doctor, por encima de sus anteojos- deberías ser más abierta a entender, ya que analizas tanto.

-Por actitudes como estas es que muchas mujeres deciden quedarse a lavar platos en sus casas, antes que escribir columnas para periodistas reconocidos...- dijo mirando hacia mi lado con desdén.

Estaba molesta. Pero sus cuadros depresivos estaban aumentando y había días que pasaba encerrada en su minúsculo apartamento sin comer, sólo escribiendo poemas y bebiendo sin parar. Las paredes estaban repletas de bocetos de dibujos y escritos.

Había conseguido un prestigioso puesto laboral, siendo asistente de la propietaria de una importadora y su capacidad de trabajo y organización, la hizo en cuestión de meses llegar al puesto más alto. Reunía todos los requisitos para ser la más odiada. Atractiva, encantadora, inteligente; todo en una sincronía exacta.

Hasta que su pasión por la vida la desbordó.

La descubrí por casualidad en una librería. Nos miramos en la misma sección de Historia. No podía entender qué hacía una chica de pantalones años 70' y remera psicodélica como una hippie perdida en el tiempo, en una librería con referencias en materiales de historia en lugar de alguna plaza, vendiendo... no sé... verduras orgánicas.

Me miraba de soslayo y sonreía.

Me sentía ridículo siendo coqueteado por una jovencita a mis 46 años.

Escogió un libro y salió del corredor pasando por detrás de mí. Pude sentir su perfume de flores y café fugazmente.

Cuando salí de la librería, fui al Café Literario de la ciudad. Me gustaba sentarme a mirar las personas pasar a través de los grandes ventanales del caserón antiguo.

Fui al piso superior y cuando me dispuse a curiosear a través de los ventanales desde la altura, la vi.

Estaba sentada justo al lado de la ventana. Un café pomposo con un copete de crema estaba sobre la mesa. Concentrada en un libro, que no conseguía distinguir cuál era.

De repente levantó la vista y miró hacia donde me encontraba.

Otra vez esa sonrisa.

No sé por qué pero me sentía embelesado. Ridículamente atraído. Estaba casado, con hijos grandes... ¿Qué pasó por mi mente, en ese instante, para decidir acompañarla en su mesa?

Esa tarde charlamos sobre libros, ideales, política, feminismo, machismo; me sentía joven a su lado. Saqué un libro de mi bolso y se lo obsequie con una dedicatoria.

Recuerdo su risa fantástica cuando leyó la portada del libro: "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos" de Cesare Pavese

-¿ No es un poco fúnebre para una primera cita?- me dijo sonriendo, mientras sacudía sus hermosos rulos castaños.

Intercambiamos números e intelectualizamos el sexo.

Me enamore perdidamente de ella.

Durante 3 años trabajó para mí. Cada día toda esa belleza explosiva de su intelecto ingresaba un poco más en mi corazón. Nos acariciamos hasta hartarnos en la oscuridad de la oficina, evitando hacer ruido, la suavidad de su piel me enloquecía; todo en ella era intenso y real. De fondo "Mi caramelo" de la Bersuit Vergarabat nos acompañaba cuando todos se habían ido de los cubículos de redacción en el diario. Pero no pasaba de más.

Exhaustos de placer, pero sin atravesar la moral.

Un día me llamó alterada por la madrugada. Intenté tranquilizar a mi esposa diciéndole que un colega del diario tuvo un accidente y salí a la carrera.

Ebria, adolorida y abandonada a su mente... estaba en el hospital.

Sus padres no sabían cómo manejar su trastorno. Ella sólo sabía escribir y beber. Los mejores artículos del diario salían de su mano. Los periodistas le pagaban bien por sus trabajos. Por sus ideas, por toda la información que podía procesar. Ella no tenía ego para poner precio; sólo leía y escribía.

Decía que me amaba y eso la hacía sufrir, porque sabía que jamás estaríamos juntos.

Sabíamos que lo nuestro era imposible. No por ella; sino por mí. Mi posición, mi esposa, mi mundo. La vida nos cruzó en tiempos diferentes... si sólo pudiera cambiar eso...

-Lo indicado Alicia, es que te rodees de los afectos precisos. Y Carlos no es eso, exactamente- dijo imperante el doctor. Sabía que tenía razón.

Alicia desdobló las piernas y sacó su tarjeta de presentación.

-Lo sé, doctor. Aquí está mi número. Cuando tenga la medicación empezaré el tratamiento. Mi madre me acompañará. Mis emociones podrán desbordarse, pero, mi razón sabe cómo cuidarme. Buenas tardes.- Dijo alejándose sin mirarme.

Ese día encontré su renuncia en mi oficina y no volví a verla hasta años venideros...

Tenía los ojos sin brillo. Estaba casada y con una hija. Nos vimos pero nos ignoramos mutuamente. Su piel aún seguía blanca y su belleza exótica con ese lunar travieso en su mentón continuaban como señal de lo que nunca dejará de ser... una mujer capaz de enamorar con sólo escribir poesía.

TAB: Todo Antes BrillabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora