Usé un vestido rojo.
Y un Hombre me deseó.
No tenía mucho tiempo escuchando su voz.
El sonido de su risa era una especie de extraño canto.
La música taladraba mis oídos, pero supuse que sería normal al estar en una discoteca.
Al azar buscaba a la joven que por sus señas era anglosajona, tierna y hasta bonita.
A mi edad, ya no estaba para estos trotes, pero supuse que mi reciente separación debía ser una nueva etapa para redescubrir "algo" que no sabía qué era.
Por la tarde había visitado una tienda de ropa moderna. Si bien a mis 40 años, aún no era viejo, mi guardarropa se reducía a la ropa de la oficina. Y nada más.
El joven de la tienda repleto de tatuajes y piercings en diferentes partes del rostro me miró escéptico mientras recorría los percheros.
—¿Busca algo, señor? ¿Para su hijo?— me preguntó sin dejar de mirarme.
El "señor" me dejó un poco desconcertado... Aun sin tener canas y yendo habitualmente al gimnasio no me consideraba un hombre de mi tiempo.
Le comenté que esa noche salía y buscaba algo más informal... de "boliche"*.
El joven sonrió y me mostró algunas prendas.
Escogí algunas adecuadas, según lo que el espejo me respondía favorablemente... ni tan informal, ni tan corriente. Una de las vendedoras se asomó amablemente para ayudarme, vió mi reflejo y dejó escapar un silbido.
—Ojalá mi novio llegara a su edad con esa cola ...— me elogió sin pudor alguno.
Me sonrojé porque hacía tiempo nadie elogia algo en mi. Ni siquiera las amantes ocasionales a lo largo de mis 20 años de matrimonio.
Con el disfraz listo para la noche me dirigí a casa, o al monoambiente que ahora era mi casa.
Dormí una larga siesta, supuse que una trasnochada no sería fácil.
Y ahí me encontraba yo, parado en una multitud de jóvenes, y no tan jóvenes, bailando a la par de luces, papelitos, y cuanta fruslería uno se pueda imaginar.
Saqué la foto de Milena de mi bolsillo, quizás conseguía distinguirla entre tanto caos. Su sonrisa blanca, sus ojos brillantes y sinceros, convidaba a la esperanza... Me cautivaba desde sus letras, su juventud, su frescura... todo eso que yo tenía perdida hace tiempo.
Me acerqué a la barra y sin saber qué pedir para no desentonar... observé que los jóvenes bebían cervezas en grandes vasos de plástico descartable.
—¿No tienes un vaso de vidrio?— le dije al barman que me entregaba un vaso descartable tan grande y desproporcionado.
El sujeto me miro desdeñoso y me contestó con un : "Don... vaya a un lugar elegante si quiere vaso de vidrio, acá los 'pibes'* se matan con el vidrio".
"Será que mis hijos vienen a bailar a lugares así" me pregunté preocupado.
Una caricia al hombro me sacó de mi soliloquio.
Me gire y pude ver mi búsqueda.
Su pronunciado escote entretenía mi mirada, mientras trataba de concentrarme en su rostro. Saltó a mi cuello dándome un beso descontrolado, dejándome un sabor agridulce en mis labios.
No sabía cómo reaccionar. Extendí mis brazos y recorrí su espalda para cercarla en un abrazo.
Su cuerpo firme y esbelto desconcentraba mis pensamientos. Sin dudar me arrastró a bailar a la pista.
El sonido la dejaba más sensual de lo que esperaba. Se contoneaba soberbia, luminosa en su marcado vestido rojo, mientras a la par, sus cabellos largos y negros se movían como serpientes... en algunos instantes sus ojos se perdían en los míos, mientras yo intentaba imitar los pasos de los jóvenes de mi alrededor. Entonces podía ver toda la perdición en sus hermosos ojos claros... temía que en algún momento me convirtiera en alguna estatua de piedra, y fuera confinado al olvido.
En un momento, en un acto impulsivo, la sujeté por la cintura, atrayéndola fuertemente hacia mi, elevándola suavemente del piso. En un impulso descontrolado la besé perdidamente... sujeté sus hermosos cabellos negros, que serpenteaban entre mis dedos.
Su aroma a femme fatal, me demostraba que aun continuaba vivo, allí donde la rutina me neutralizo. Nuevamente me sentí ese joven, de 25 años, que luchaba por sus ideales y podía sentir que dominaba el mundo, con solo un par de libros bajo el brazo.
Un grito conocido me sacó de mi momento cumbre...
—¡Viejo! ¿¿QUÉ HACES ACÁ??—
Mi hijo, Joel de 19 años, con el rostro desencajado me observaba estupefacto. Solté a Milena y cayó firme al suelo. Parada observaba la escena conmovida.
—¿Qué carajo estás haciendo con ella?— me dijo mi hijo. – ¡Es la hermana de Santiago!
Algunos de sus amigos, a los cuales conocía de las visitas a casa, se reían sin parar. Santiago, un incipiente boxeador, me miraba repleto de furia.
—Eeehhh, o sea, ella es una amiga— dije tartamudeando. Me sentía ridículo dando explicaciones a mi hijo y en especial a la mole humana, amigo de él: Santiago.
No sé en qué momento pasó, pero solo atiné a sentir un gran golpe en mi cara. Y la sangre comenzó a brotar copiosamente.
Me sentí mareado, solo se que me arrastraron afuera del local, mientras los gritos de Santiago se apagaban con los sonidos de la música.
Tirado frente al local, mi camisa manchada de sangre, evidenciaba mi impotencia ante la situación. Me senté un largo rato al borde de la vereda del lugar. Siento que alguien se sienta a mi lado. Era Santiago.
—Perdone don Carlos— me dijo ya más tranquilo.— Pero a mi hermanita nadie la toca...
Cuando abrí la boca para responderle, dos dientes cayeron al pavimento proyectados por mis palabras.
—No hay problema Santiaguito...— le dije balbuceando—me pasa por creer que puedo recuperar el tiempo perdido.
Subí al auto y me dirigí al hospital más cercano, para intentar borrar las últimas marcas de la humillación.
Nota de la autora.
*Boliche: discoteca para jóvenes
*Pibes: jóvenes.
Modismos propios de la Cuenca del Río de la Plata.
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TAB: Todo Antes Brillaba
Short StoryLa mente no se enferma. Pero el cerebro, sí. Y cuando éste adolece, la mente crea laberintos entre la genialidad y la depresión. Una paciente bipolar decide narrar en micro-cuentos musicalizados sus paseos en el parque inestable de las emociones...