Des-personalización

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"El virus cambió al mundo" dijo el Presidente.

No, sólo nos volvimos más rebeldes.


Luego de 8 meses de encierro, salí a la calle.

Nunca fui muy aficionada al contacto humano. Con todos los recaudos correspondientes, me fui a cumplir con un turno en el juzgado.

El micro centro de Buenos Aires, levemente frío como siempre, me obligó a cubrir mi cuello con esa vieja chalina de color bordó. Mi frágil garganta había vuelto a aparecer desde que retomé el viejo hábito del cigarrillo.

Las personas andaban cubiertas con sus barbijos; los ojos asomaban, algunos inquietos, otros vacíos, otros ocupados en el andar.

Analizaba las miradas perdidas y pienso en cómo la cuarentena nos despersonaliza haciéndonos iguales, escondiéndonos tras una tela. Aquellos más atrevidos optan por barbijos coloridos.

Ellos tienen los ojos vivaces, reflejan el alma rebelde.

Mientras veo cómo aumentan los números en el panel de ascensor que sube, extraigo la botellita de alcohol en gel de mi cartera; la puerta se abre y salgo.

Con el barbijo puesto sonrío al funcionario de la mesa de entrada.

Hay ciertos hábitos que el encierro no modificó en mi. Le aclaro que hablo más alto para que me escuche y por sus ojos achinados me doy cuenta que sonríe.

Salí del edificio y el viento del Río de la Plata se hizo sentir. Los árboles se balancean suavemente a lo largo de la mítica "Avenida 9 de Julio" y veo cómo el Obelisco, ese símbolo fálico natural de los argentinos, atraviesa el azul brillante del cielo.

Vuelvo a sonreír, entonces escucho que una niña de unos 5 años aproximadamente me habla:

— ¡Qué linda es tu bolsa de los "Sinsons"*!— susurra, mientras con su manita jala la solapa de mi bolso. 

Pensé fugazmente en la artista que creó este bolso maravilloso, repleto de mis locuras y desvaríos. Una amiga que se hizo hermana.

 Una amiga que se hizo hermana

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Vuelvo a sonreir. Pero ella no puede verlo. Su cubrebocas tenía el diseño de Barbie.

—¡Y a mí me gusta tu barbijo!—le digo entusiasmada.

Desde una fila cercana, una mujer la llama:

— Vení Flor, no te acerques a la gente, tenemos que cuidarnos.

Saco de mi bolsillo el alcohol en gel y coloco una cantidad en la mano de la nena.

—Tocaste mi bolso, por las dudas, te cuido—le respondí mientras observaba cómo se frotaba las manos. Se notaba el aprendizaje del nuevo hábito.

Se fue cantando "Cumpleaños Feliz" mientras esparcía el alcohol entre sus dedos.

—¡Gracias!— me grita la mujer desde la fila.

Levanto mi mano saludando.

Me siento en el café que siempre visitaba antes de que se declare la cuarentena total. Me retiro del barbijo, previo todo el protocolo... disfruto de la vista.

Algunas personas me miran al pasar con cara de disgusto, puedo notarlo porque en sus ojos el brillo y las pupilas dilatadas expresan la tensión. Muchos no estaban de acuerdo en la abertura de los bares, aún con todas las recomendaciones del Ministerio de Salud.

"El miedo jamás se disimula. Los ojos hablan, no importa cuanto nos des-personalicemos... los ojos no mienten" me digo a mí misma.

La cajera de la cafetería, Faby, me contaba su alegría de volver a trabajar.

—Volveré al sueldo completo, señora Gaete— me dijo arrugando sus ojitos oscuros—me estaba costando aguantar las deudas.

Me despedí con la promesa de volver. En el cofre de "tips" para los turistas, dejé un billete.

Descarto todo los utensilios en el basurero. Me alejo caminando lentamente y veo cómo el Obelisco parece engrandecerse a mis ojos.

Ando varias cuadras, perdida entre los laberintos de mis pensamientos; la tarde comenzaba a marcar sus dominios y no estaba entre mis intenciones volver a encerrarme, al menos, no esta tarde.

Todavía tengo mas ojos que ver, detrás de barbijos; ellos me hablan de que las libertades nunca pueden ser enclaustradas.

*Sinsons: Simpsons... Se refiere  a la serie animada "The Simpsons".

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