Ryû

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Estaba atareada llevando los últimos libros al contador.

Ese día había optado por un traje formal para la oficina. Me arrepentí porque la falda me ceñía; sí, lo sé, subí de peso, pero no iba a modificar mi mal humor del día, recalcar ese detalle.

El chofer de la empresa me dejó ante la oficina del contador, subí las escaleras con los brazos cargados de libros más mi bolso.

Entré al vestíbulo bajé mi bolso en la mesa de recepción y Tania siempre "atenta" me dijo:

— Por favor, deja los libros en la oficina y vete—.

Veía el rictus amargo en su boca. Preferí ignorarla. Ya era viernes, mi jornada laboral terminaba y no tenía ganas de discutir.

Agarré mi bolso y seguí de largo.

Le avisé al chofer que iría a almorzar y por mi cuenta volvería a la oficina. Se encogió de hombros y se fue.

Me senté en el bar y realicé el pedido. Como siempre, en los últimos meses almorzaba sola. Hacía ya dos años que me había alejado de toda relación y mi vida deambulaba entre mis cuadros, mis escritos y alguna que otra cerveza. Nunca fui muy sociable. Me dispuse a mirar al celular y no lo encontré en mi bolso.

Comencé un rotero en mi mente para intentar revelar dónde pude haberlo dejado.

Decidí no darle mucha atención ya que lo más probable era que estuviera en la oficina, sobre mi escritorio.

Volví a la oficina y encontré a un hombre de edad indescifrable esperándome. Digo indescifrable porque era oriental y su piel lozana, mas sus vivaces ojos negros parecian atemporales.

Se inclinó levemente y educado me dijo:

—Buenas tardes. ¿Es usted la señorita Mónica Lancero?.

Estaba por lanzar una carcajada al escuchar el "señorita" pero me contuve.

—Buenas tardes. Sí, soy yo.

Me sonrió amablemente y entonces de su bolsillo extrajo mi celular. Me lo extendió.

—Disculpe que tuve que revisarlo para encontrar al propietario. Su tarjeta de presentación tenía esta dirección como lugar de trabajo. Lo dejó olvidado en el estudio contable.

Me quedé mirándolo serenamente. Su español no era fluido pero se dejaba interpretar cabalmente. No podía creer que encontrara mi celular y me lo devolviera.

Tomé el teléfono y por instinto hice una reverencia. Tuve la oportunidad de contactarme con orientales por cuestiones laborales y sabía de sus costumbres.

—Muchas gracias— le dije tomando el celular— ¿Cómo podría compensarlo por la molestia?—le pregunté agradecida.

El hombre abrió los ojos y sonrió.

—No, no, era mi obligación—me dijo ofendido ante mi oferta.

Me sentí incómoda.

—Perdone, usted entenderá que no es común en mi cultura que estas cosas sucedan. Es más, ya daba por perdido el teléfono —excusé intentando explicarle.

El hombre me sonrió.

—Sí, sí, entiendo. Para mí su cultura también es nueva. Aún aprendo.—me dijo llevando sus manos al pecho mientras sonreía, haciendo una leve reverencia.

—Pues espero aprenda lo bueno— le dije sonriendo. —Agradezco esto que hizo por mí, lo valoro mucho.

Estrechamos nuestras manos. Se dirigió a la salida del salón, caminando elegante y firme. Cuando estaba por abrir la puerta de vidrio, se detuvo y volvió. Alto y elegante con su pantalón de vestir negro y su camisa gris, la palidez de su cuerpo se hacia mas intensa.Tenía el pelo un poco largo y algunos mechones lacios y negros caían sobre su rostro. No podría darle gestos definitorios precisos ya que para mí los orientales fueron siempre iguales. 

TAB: Todo Antes BrillabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora