El último día.

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Entró al bar siguiendo mis pasos.

No fue necesario verlo, el tiempo que estuvo enclaustrado en mí, fue suficiente para saber que con escuchar sus silencios... me basta.

Se sentó frente a mí, como si el tiempo no hubiera pasado, como si nada hubiera ocurrido. Como si todo continuara igual.

Sentía sus ojos oscuros estudiando mis movimientos. En un momento, su mirada se concentró en mis labios. Chasqueó su lengua como ignorando lo que hablaba.

Levantó su gran mano hacia mí y rozó mis labios.

Me quedé inmóvil, esperando lo que vendría; no sabía qué, pero algo debía suceder.

 —Siempre amaré tus labios... — Me dijo como si seis semanas de olvido no fueran nada.

Sentí un calor invadir mi cuerpo... ese maldito efecto que siempre conseguía desde el día que nos conocimos. Continuamos en silencio, como un viejo matrimonio eterno que solo se comunica en monosílabos y extrañas afonías.

—Vamos.— Me dijo terminando la charla en la que nada existió. En su voz ronca, la sumisión de mis actos eran inevitables.

Anduvo guiándome a la salida, podía ver su gran espalda, sus hombros contorneados, sus brazos fuertes, de los cuales asomaron las plumas de un soberbio Ave Fénix, bendita Ave que resucitó mis noches de glorias.

Siempre amé sus reservas, mientras yo desbordaba palabras, podía entenderlo con mirarlo. La cicatriz en su ceja derecha intensifica su mirada.

Abrió la puerta, me cedió el paso, mientras su mano diseñó en mi espalda una marca. Sabía que el Destino nuevamente obró con malicia... era la silente huella de que estaba bajo sus sigilosos dominios.

La habitación estaba levemente iluminada en algunas partes. Las penumbras invadían casi todo... un suave aroma a lavanda relajaba mis tensionados músculos. Tenía los ojos cerrados. Sabía que en algún momento esa falsa calma se quebraría ante las potestades de sus pocas palabras.

Su aliento tibio, cerca de mi nuca, disparó la adrenalina de mi cuerpo.

—Ponete cómoda...— Me dijo susurrándome al oído.

No pude hacer más que sentarme al borde de la cama.

Desde la lejanía su voz me llamaba. Lo vi , desnudo delante de un gran espejo, sin mediar más palabras, me despojó de mis ropas entre besos y caricias. En un momento vi nuestros cuerpos desiertos reflejados caprichosamente ante el imperturbable espejo.

Podía ver como sus brazos se enredaban en mis senos y me sujetaban por la cintura. Sentirlo en toda su dimensión, custodiando mi espalda, empequeñeciendo mi cuerpo. A través de mis cabellos podía ver sus ojos agazapados, esperando un movimiento, un estilo natural.

Sin dudar, relajé las caderas, mientras lentamente, su sonrisa invadía la habitación...

Pude volver a sentir aquello que tenía olvidado, el contoneo frenético de dos plenos desbordados al calor de la pasión de un amor olvidado. Cerré los ojos, mientras percibía , como nuevamente era parte de una historia repetida; de otra vida, de otro tiempo, de otro cuerpo. Nuestros reflejos en el espejo, diseñan una danza perfecta, acompasados, como si la oportunidad no fuera dueña de nada.

Con un gemido deje escapar la última veta del amor... Rendida caí a sus brazos.

Sereno, me llevó hasta la cama, mis ojos cerrados, podía sentir la intensidad de su mirada.

—¿Cómo se olvida al amor?— le pregunté ridículamente.

Abrí mis ojos. Sus pupilas repletas de fuego, me estaban estudiando. Sentía el ardor en mi piel.

—No te preocupes. El amor te olvidará primero — susurró mientras una mueca hecha sonrisa, me seducía por última vez...

TAB: Todo Antes BrillabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora