XXXIV

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La próxima vez que vió el rostro de su madre fue en el velorio y el niño sabía que sería la última.

Se sintió raro verla en el ataúd, podría jurar que solo dormía, que podía ver su pecho moverse respirando. Su rostro era pálido, pero ya se había acostumbrado a ese color, no se veía muy diferente muerta a como la vió ayer en el hospital, la única diferencia es que no lleva la bata del hospital y que la habitación en vez de oler a desinfectante, está lleno del aroma de montones de rosas blancas. Por mucho tiempo amó los rosas blancas, pero justo ahora un desprecio hacia ellas empezó a germinar en su estómago.

Volvió a observar el rostro de su madre, no cerró los ojos pues no quería que esa imagen se grabará en su inconsciente, no quería que cada vez que recuerde a su mamá apareciera la imagen de esta mujer tan ajena. Él quería recordar sus mejillas rosas y sus voz amable. Sus caricias suaves y sonrisas dulces. Quería recordar sus ojos con ese brillo que perdió en vida, pero que siempre regresaba cuando el acariciaba sus cabellos, quería recordar cómo lo consolaba en las noches de pesadillas, sus cuentos e incluso sus regaños. No reconocía a esta persona extraña, pero sabía que no podía hacer nada. Lo único que podía hacer era rendirse. Cada segundo enfrente de ella le traían a la memoria horas felices, fecundas y hermosas, aumentando más y más su dolor y tristeza. Finalmente no pudo resistir más y se fué.

Los familiares pasos lo siguieron de cerca, no había necesidad de voltear. Desde aquel día él siempre estuvo a su lado, no había razón para cambiar eso.

 Desde aquel día él siempre estuvo a su lado, no había razón para cambiar eso

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La noticia llegó en la madrugada, de todas formas, Sebastián no iba a dormir.
Encerrado en su habitación, con el cenicero llenó de colillas y media botella de whisky escosés vacía su celular hizo vibrar el escritorio, con desgana encendió la pantalla solo para leer lo que acabó por derrumbar su voluntad. Ni siquiera lo creyó, es más; ni siquiera se sentía como si está fuera su vida, se veía en tercera persona, como si estuviera leyendo una tragedia griega.
No podía creer todo lo que le pasó en una sola noche.
Solo bastaron unas horas para que su mundo se fuera bajo con la facilidad en la que derrumba una casa de naipes.

¿Qué hará ahora? ¿Qué diablos se supone que hará ahora? ¿Cuando su vida se volvió tan ridículamente complicada? Hace menos de un año su único problema era no contraer una ITS y la resaca del día siguiente. Camino con pasos torpes hasta el pasillo y su mirada cayó en la puerta cerrada.
«ah, claro...» recordó.
Sus problemas tienen nombre y apellido.

Se encontró tentado tentado a abrir la puerta, su mano se detuvo inmediatamente, sin embargo aún borracho y con la consciencia nublada no se atreví a girar la perilla. Toda su vida se considero un hombre valiente, el mismo y todos los que le redeaban. Pero ahora parece que lo ha olvidado. Tenía miedo. Tenía miedo de lo que podía encontrar en esos ojos azules que tanto adora. Tenía miedo de si mismo, de lo que era capaz de hacer, tenía tanto miedo que quería arrancarme los dedos con los dientes, así no podría lastimarlo. Tenía miedo de que esos mismo demonios que tentaron a Vincent ahora estén detrás de él. Susurrando en sus oídos y martillado en su nuca. Tenía miedo de no volver a ser capaz de mirar al niño como antes. Que tonto es. Se quiere golpear la cabeza contra la pared. En el momento que se acercó más de lo necesario, en dónde lo miro como nunca debió verlo, en ese momento todo se fue a la mierda. Él mismo cerró el grillete en su cuello.

Daddy IssuesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora