4.

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Almas de Cristal. 

Moi.










Chica solitaria. 


Rondando las calles del barrio, como evadiendo el destino, ella navega por la alameda. La gente a su alrededor pasea sin darse cuenta de su gacha mirada, ni de sus lentos pasos. Desahuciada, desea prolongar el camino, para alargar su hado. Camina sin alzar la vista, inmiscuido en el piso pedregoso, caminando casi sin rumbo. En sus manos, una bolsa con cajetillas de cigarrillos, en la otra, una bolsa con la mitad de un pan dentro. 

Sin notarlo, una melosa sinfonía de notas, se desliza a sus oídos. Los ecos de una melodía etérea, endulzan sus sentidos, y por un momento, se traslada a una fantasía. No es ella quien surca la alameda, ni ella quien lleva cajetillas de cigarrillo y un pequeño pan que será incapaz de saciar su apetito. No es ella, pues ella está en el paraíso. ¿Es aquella, la sinfonía de la paz, la melodía de los cielos? Un dulce piano, las notas danzando en el aire, las minúsculas moléculas vibrando al compás del instrumento. 

Es lo más bello que he escuchado. 

Ella, un poco ensimismada, un tanto anonadada por la hermosura del sonido, alza la vista con cuidado. Una persona no acostumbrada a la belleza, a la cual se le ha mencionado no digna de la dulzura de la vida, siente cierta vergüenza, pudor, al presenciar lo bonito. Así que eleva un poco su vista, para divisar su alrededor. 

En la calzada, la gente se detiene para contemplar con admiración a la figura que toca. Un rostro oscilando entre la madurez de un hombre y la juventud de un adolescente. Sus rasgos finos, su quijada definida acentúa su apariencia masculina y atractiva, pero sus ojos grandes y un tanto ovalados, verde oscuros, reflejan su corta edad. Su contextura no parece la de un hombre mayor, no es tan alto, pero sí más que ella. Sus hombros anchos destacan en su camiseta corta verde oliva. Una llave reposa en el centro de su pecho, y su cabello descansa, largo y sedoso, marrón oscuro, sobre el comienzo de su músculo trapecio. Sus dedos ágiles se deslizan rápidos sobre las teclas de un piano acorde a su pulcra apariencia. Como un felino, prístino y embadurnado en un negro mate, el piano acompaña a su figura. Ambos lucen como inseparables amigos. 

En la esquina se cruza con una mujer alta, que cruza apresurada la alameda para alcanzar al joven que toca. Ansiosa, como loca, alcanza al joven y prácticamente lo arrastra hacia atrás cuando toma su mano. La gente alrededor no hace nada. La apariencia de la mujer es la misma que la del joven. Su quijada, sus facciones, sus ojos, su cabello, su altura, o tal vez es un efecto visual. Es su madre, quizá su madre, y nadie interviene. 

El joven mantiene la mirada gacha, hombros rendidos, y se deja arrastrar por las fuerzas de la mujer que son más que las suyas. Lo empuja, lo aleja del instrumento que tan bien rima con su apariencia, lo separa de un amigo. Sin importarle su hijo, lo lleva, y lo aparta. 

En el maltrato ignorado, silencioso, ella ve un poco de sí. 

El escándalo termina, la gente continúa sus vidas, retoma su camino, y ella no es la excepción. Desearía serlo. Por un momento escapar de la rutina y ser una niña normal. Sus pies se deslizan por el piso con memoria, se arrastran con suplicio. En el horizonte se va aclarando la figura de su casa, su hogar entre muchas comillas. Avista de lejos, la puerta de madera cerrada. La bolsa en su agarre comienza a emitir ruidos pequeños, ahogados, por los espasmos de sus trémulas manos. Se arma de valor, suspira, y con su mano derecha pequeña golpea la puerta. Desde el fondo se escucha el eco de los zapatos desgastados de su padre, desde el fondo, en disonancias hasta sus oídos, se va escuchando al monstruo. La puerta se abre, un padre que no es un padre, sino un monstruo de seis cabezas, brazos como espadas, y una cola bestial. Sí, es un humano, pero para ella una bestia. La recibe con desagrado, con el mismo de siempre. De un tirón arrebata de sus manos la bolsa con los cigarrillos, y la empuja hacia dentro. Le dice que pase, que la comida aún no está servida. No lo estará, ella sabe que no lo estará, pues se alimentan si ella cocina, y ella no ha cocinado. Su padre no es un padre. Obedece, y se entra. 

Pequeños One-shots Eremika. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora