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Un Primer Baile.
Moira.

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Las miradas hablaban mucho, las miradas muchas veces nos delataban. Hacía ya un rato que Eren no le apartaba la mirada, y ella se lucía presuntuosa delante. El vestido largo con mangas de farol y cuello con cordón, burdeo mate, moldeaba sus singulares curvas. La melena caía en mechones por sus hombros, y descansaba plácido un collar de perlas blancas en el centro de sus clavículas. De sus orejas colgaban pendientes igualmente blancos. Sus labios estaban balsamados por un rojo mate, y sus mejillas eran rojas como una cereza.

Hacía un rato que Eren no le apartaba la mirada.

Y ella lo sabía.

Se levantó del asiento en que descansaba, y se apresuró a merodear su espacio. Modeló con sus piernas desnudas por todo el departamento, haciéndoles creer a los invitados, que buscaba un trago para beber. Pero su objetivo era otro. Así, paseó por el mini bar privado en el departamento, y luego por el balcón, donde se detuvo a contemplar el cielo iluminado por las luces artificiales de la ciudad. Era espeluznante, desde aquella altura podía avistar una amplia variedad de casas y rascacielos. Imaginó el sentimiento en una persona con complejo de Dios, y sintió un escalofrío recorrer su espalda baja. ¿Qué sentirían ellos?

Eren, por su parte, reposaba en el diván negro frente al balcón.

-Me gusta la vista, te da una rara sensación de poder -comenzó Mikasa mientras una ráfaga de viento enloquecía sus cabellos y enfriaba sus piernas y brazos desnudos.

-¿Eso crees? -repercutió él en una pregunta algo tosca.

-¿Quién no podría pensarlo? Estás en lo alto, ves las casas de otras personas, los autos andando. Te hace pensar que tienes un botón a tu lado para apagar toda luz del paisaje.

Eren permaneció en silencio, no respondió de inmediato como Mikasa hubiese querido. Había comenzado una conversación para continuarla, no quedar estancados. Optó por un mal tema, supuso.

La música cambió como el viento. Se detuvo. La sala permaneció en un incómodo sosiego hasta que alguien reanudó la canción que se había estado tocando, pero para Mikasa parecía como un ruido externo poco interesante. Hubiera preferido permanecer en mutez, pues se escuchaba el abrumador grito del silencio, el minúsculo ruido de los automóviles, el aleteo de las moscas. Disfrutaba el silencio.

-¿Por qué no participas? Estás apartado del resto, esta es tu residencia, disfruta un poco de la fiesta.

Nuevamente no obtuvo una respuesta como quería, y por vez primera detestó la incomodidad del silencio. Quiso volver a hablar, o intentar con otra pregunta, y sin embargo, tras creer que se vería ridícula, deshechó la idea, y volvió a mirar el manto oscuro de la noche. Estaba dispuesta a irse y abandonar sus antañas intenciones de pasear y lucirse delante de él. Como la miraba, creyó que tendría interés en ella, empero, él no mostraba interés alguno. Así, se apartó del balcón y caminó al mini bar, esta vez, para pedir verdaderamente una copa de vino.

Había guardado una esperanza en la raíz de su pecho, de que Eren tomara su mano o interrumpiera su ida. Pero nada pasó. Eren continuó mirando hacia más allá, en el paisaje, incluso, parecía que Mikasa le había interrumpido la vista y ahora se alegraba.

Pero cómo saberlo si en su rostro no había expresión alguna.

Las horas transcurrieron con nada interesante. Estaba aburrida, los demás rostros en la fiesta no la divertían. Ella quería bailar, moverse al compás del alcohol en su sangre, pero no había alguien de su interés con quien hacerlo. Si era honesta consigo misma, había aceptado venir a la fiesta mero por Eren. Hacía ya un tiempo que le gustaba, y había decidido conquistarlo con estas pequeñas juntas entre amigos, demostrando que podía ser una mujer para él, no tan solo una amiga a la cual confiar problemas. Pero se estaba hartando, ya no toleraría más la triste situación en la que vivía.

Pequeños One-shots Eremika. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora