12.

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Sílfide Penosa. 
Moira.

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“Cambió el pintor sus musas, desatendió la escamada cola, y retrató una cruda realidad”. 









Época invernal, caían las pequeñas gotas de lluvia en la ciudad luego del otoño acabar. Recorría las calles contemplando el melancólico paisaje que lo transportaba a esa antaña infancia, cuando llegaba su madre con un pastel en las manos, y para la cena lo comían bebiendo leche y café caliente mientras fuera de las persianas llovía en desconsuelo. La mente del pequeño Eren siempre fue la de un artista, y en efecto, siempre vio a la lluvia como algo más que un aguacero, unas gotas de agua que caían hacia la tierra y regaban las calles, para él la lluvia significó un signo de afluencia, lágrimas fértiles que ayudarían al mundo, lágrimas de un Dios misericordioso, y lágrimas para entibiar un corazón artístico como el suyo. Hasta en la actualidad continuaba experimentando la misma sensación cuando había días lluviosos, y por ello salió a recorrer las calles con un paraguas en mano. Poca gente merodeaba en lluvia, por ende las avenidas, las aceras y la alameda perduraban vacías, induciendo con mayor grado el sentimiento de melancolía y tristeza. No era alguien que se quejaba y lamentaba de la tristeza, le gustaba sentirla porque en sus palabras lo acercaba a ese lado humano que en estos tiempos se olvidaba. Una lluvia era un soplo de aliento fresco, una alcalinización de la polución cotidiana.

Para él la lluvia era todo. 

Fue en ese paseo que la vio. 

Apoyada contra el mural de un almacén, una muchacha se cubría de la lluvia ocultándose bajo el techo del local. Temblaba de frío, pues llevaba una simple chaqueta de cuerina delgada, y unas calzas finas. La contempló solitaria intentando combatir el frío con el mejor de sus esfuerzos, y su corazón trastornado por la ambientación de la lluvia, se apiadó. Se acercó parsimonioso hacia ella, mientras la chica no apartaba la mirada de las rendijas del acueducto en la calzada. Al llegar y obtener su atención, Eren le ofreció una sonrisa modesta, la mujer se la devolvió como pudo. 

—¿Puedo ayudarte? —preguntó sin intenciones de ofender, y haciendo uso por completo de su humildad. 

La muchacha le miró por un corto rato, y sin dudarlo respondió. 

—Necesito dinero. 

—¿Cuánto? —preguntó dispuesto a entregarle una ayuda económica si ella le indicaba el monto. 

—Lo que alcance un jugo o un pan  —mencionó. 

—Está bien, permíteme ver —dijo y se aventuró a buscar en los bolsillos de su chaqueta la billetera. Tanteando la encontró, y la sacó. Revisó el interior mientras la chica observaba con ojos grandes pero alargados en las comisuras. Extrajo el dinero en formato de billete, y lo extendió a la mujer. Algo remeció su pecho cuando le vio a los ojos. ¿Era producto del invierno y la lluvia?—. Ten. 

—Gracias —aceptó complacida, tomó el dinero que el hombre desconocido y generoso le ofreció. Rozó sus dedos con los dedos foráneos. Se miraron en complicidad. Luego guardó los billetes en el bolsillo de su chaqueta de cuerina. 

—No las des, encantado —mencionó Eren, brindando una floreciente y radiante sonrisa. 

La incomodidad asomó, y terminando con su buena labor del día de ayudar a la muchacha, Eren se dispuso a marchar. Pero algo incognoscible, como todo en esta vida, aguardando un misterio invisible a la esencia humana, le obligó a detenerse. Estaba a punto de girarse cuando miró de vuelta a la muchacha, y un ímpetu acalorado le indujo a proponer: 

Pequeños One-shots Eremika. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora