6: Lluvia

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CAPÍTULO SEIS.

4 de Enero.

Llovía.

Llovía demasiado, pero ni eso me frenaba de visitar a mi mejor amiga. Por alguna razón el día me entristecía todavía más. Al menos la lluvia era una triste acompañante que comprendía mi dolor y mis penas.

Estaba sentada al frente de la placa cuando lo escuché. Un llanto desgarrador se escuchaba cerca. Mi corazón se agitó sin siquiera saber de quién se trababa. Me levanté con el paraguas sobre la cabeza y miré a mi alrededor hasta que noté un cuerpo hecho un bollito sobre una banca un poco lejos desde donde yo me encontraba.

La distancia no fue impedimento y caminé con rapidez.

El cementerio estaba vacío, quizá por la lluvia, quizá por la tormenta que se avecinaba o quizá porque el día ya era demasiado triste de por sí. Así que no fue difícil escucharlo. A medida que me acercaba y notaba de quién se trataba, mi corazón golpeteaba con más fuerza, pensando lo peor...

—¡Rafa! —exclamé, asustada mientras dejaba caer el paraguas al suelo y comenzaba a correr en dirección al castaño—. ¡¡Rafa!!

Cuando llegué a su lado, todo Rafa era puros sollozos desgarradores y gritos doloridos. Lo sacudí para que me mirara, porque al parecer ni siquiera había notado mi presencia. Cuando sus ojos se posaron sobre los míos, noté que estaban completamente rojos. Su rostro estaba bañado en lágrimas y desde su cabello caían interminables gotas de lluvia. Estaba empapado de pies a cabeza. Su estado era lamentable.

Busqué signos de algún dolor físico, pero él estaba completo.

—Maite... —susurró en un hilo de voz.

No me dejó responder, en cambio, se lanzó a mis brazos y me apretujó con fuerza contra él, sin parar de sollozar. No me alejé, en cambio, lo envolví en mis brazos y cerré los ojos con fuerza. No hacía falta saber qué le pasaba con palabras al sentir lo rápido que latía su corazón. No era dolor físico, era más que eso... era dolor del alma.

—Ya no recuerdo... —susurró, entre hipidos. Se alejó lo suficiente para mirarme a los ojos y entre más lágrimas confesó—: ya no puedo recordar su voz, Maite. No puedo, ¿qué hice mal?

Su dolor me partió en dos. No, en miles de pedacitos. Volvió a esconder su rostro entre el hueco de mi cuello y yo le acaricié la espalda inútilmente. Lo dejé llorar por horas mientras la lluvia nos empapaba de pie a cabeza y los truenos caían cada vez más estruendosos.

Al cabo de un rato largo, Rafa dejó de llorar, pero no se alejó y yo tampoco me quejé.

Entendía su dolor. Lo entendía mucho. Y es que yo no me había puesto a pensar en eso, porque no quería asumir que poco faltaba para no recordar nada de ella si no fuera gracias a una fotografía. Pero, que sea gracias a ello que no me olvidaba del color de sus ojos, de sus facciones o de lo hermosa que era su sonrisa, se sentía como una traición, o como algo peor: como el olvido.

Nos quedamos abrazados, y aunque temblábamos del frío, no nos movíamos ni un centímetro.

—La extraño demasiado —susurró de pronto. Tenía la voz quebrada, rota y probablemente la garganta lastimada—. La extraño cada día más y siento que el dolor no se va a acabar nunca. Siento que voy a vivir el resto de mi vida así, que jamás voy a poder superarlo. Ya ni siquiera recuerdo la suavidad de su pelo... o la sensación de su mano enredada con la mía, ni siquiera puedo recordar cuando me llamaba por mi nombre... ¿Cómo pude olvidar todo eso de ella que era lo que más me hacía feliz? ¿Cómo pude...?

—Sh, Rafa —consolé en voz baja—. El dolor insoportable algún día se va a ir, te lo prometo —prometí, pero sin tener la certeza de que fuera cierto—. Ahora sólo... sólo cierra los ojos un poco.

Dear DaysiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora