Sarah veía a Santino Orlando desde su posición junto a las enormes columnas que
rodeaban la sala de fiestas. Su gracia natural y la seguridad total y absoluta estampada
sobre sus rasgos denotaban una vida pasada entre lujos. Ella reconoció esa mirada y
ese comportamiento porque no habían formado parte de su naturaleza en su vida hasta el
día en que había luchado por librarse de la maldición y por hacerse un nombre.
Estaba claro que el italiano alto de pelo oscuro y ojos marrón chocolate no había
pasado ni un día de su vida con necesidades o sin lujos. Santino Orlando era una fuerza
que había que tener en cuenta, y ella tenía planeado encontrarse con él exactamente en
media hora en una de las enormes salas de debate del local para lanzar un concepto
publicitario para su empresa de juguetes.
Este evento en España había reunido a propietarios de corporaciones y una
variedad de magnates, además de a los nombres más destacados en la industria de la
publicidad. Ella estaba ahí representando a su empresa, decidida a conseguir como
cliente a la empresa de juguetes BubFun de Santino Orlando.
La oportunidad era enorme y, probablemente, Santino Orlando era el mayor cliente
al que se dirigiría jamás. Asegurar el contrato significaría que el ascenso que había
estado esperando durante meses estaría a su alcance. Pero había un problema: no
esperaba que el hombre fuera un tío que estaba como un cañón.
Su minuciosa investigación sobre ese hombre le había mostrado el tipo de vida que
llevaba, sus gustos y sus preferencias y todo aquello sobre lo que la prensa informaba,
pero la cámara no le había hecho justicia. Su carismática aura le hacía parecer
invencible, poderoso e increíblemente feroz.
Ella se habría sentido intimidada, pero había un problema: a Sarah Montgomery no
la intimidaba nadie. No importaba lo que él hiciera o si ganaba millones o el hecho de
que probablemente él gastara más en unas vacaciones de lo que ella ganaba en un año
entero. Nada la afectaba. Estaba segura de su último concepto; la creatividad en su
publicidad estaba llena de todo lo que ella sabía que él no podría rechazar, y su
confianza le había servido de mucho en el pasado.
Ella pasó la mirada por sus amplios hombros y por el traje gris pizarra que se
adhería a su cuerpo contorneado y musculoso. Tenía las manos fuertes y con sus dedos
largos se ajustó la corbata. Aunque estaba al menos a nueve metros de distancia, ella
podía sentir el aura de su autoridad golpeándola en oleadas. Se convenció a sí misma
de que solo lo miraba porque quería conocer a su cliente antes de que él fuera a la sala
de presentación donde todo estaba preparado esperando su llegada.
Tenía una nariz prominente, ligeramente levantada en el centro, los labios
cincelados y la línea de la mandíbula tan marcada que era terriblemente agradable a la
vista. Y, justo cuando ella se movió ligeramente para apoyarse sobre la columna y
mirarlo con mayor comodidad, él levantó la mirada y se cruzó con la de ella.
A ella le latió el corazón sin control cuando él posó su mirada castaña y cálida.Se quedó helada, incapaz de moverse y, para mayor horror, se dio cuenta de
que ese hombre no solo desprendía poder. También había muchísimo atractivo, tan
denso y concentrado que hizo que le temblaran las piernas y que sus rodillas empezaran
a flaquear. El cuerpo le respondió de forma traicionera, se le agitó el estómago y el
calor invadió el espacio entre sus piernas. Él entrecerró los ojos al ver que ella no
apartaba la mirada, pero la paralizaba la debilidad. El momento fue intenso y quedó
grabado en su memoria para siempre. Era incapaz de negarles a sus sentidos el placer
de mantenerle la mirada a ese hombre. Y, justo cuando pensaba que moriría por la
inoportuna lujuria que le corría por las venas, él sonrió.
Él suavizó la mirada y el hombre que ella había juzgado de distante, frío e
inaccesible se transformó delante de ella. La fachada de magnate frío y despiadado se
desvaneció. Sintió que lo conocía desde hacía mucho tiempo.
Justo cuando ella se convenció de que el contacto de sus miradas podía
interpretarse como un coqueteo y de que era una cosa horrible que hacer minutos antes
de conocerlo, una mujer se movió entre ellos y rompió el momento.
Sarah se dio la vuelta, deslizando la espalda sobre la columna circular y
acoplándose a ella. Su respiración era fuerte y apretó los ojos, haciendo un esfuerzo
por entender lo que la acababa de superar.
—¡En serio! —se susurró a sí misma con enfado—. No puede ser.
Había ocurrido lo impensable. Estaba nerviosa. Nerviosa por conocerlo, nerviosa
por volver a mirar sus ojos magnéticos e intensos, y nerviosa por poder derrumbarse de
placer si volvía a sonreírle.
***
Sarah miró hacia la puerta de la sala de conferencias. Por suerte, mientras estaba
junto a la pantalla del proyector y revisaba sus notas, había conseguido calmar sus
nervios por completo. Con un gran aplomo esperaba ahora a que Santino apareciera. Se
convenció enérgicamente de que estaba bien y de que la increíble aura de un hombre, y
aún más su increíble sonrisa, no eran suficiente para agitar sus nervios.
Pero cuando el hombre entró sigilosamente en la sala sin siquiera mirarla, a ella se
le hundió el estómago hasta el suelo. Le pareció que sus sentidos la habían traicionado
y que esa conexión física nunca había existido. «No seas estúpida, Sarah. Esto son
negocios».
Ella comenzó su presentación cuidadosamente ensayada con un saludo para romper
el hielo.
—Buenas tardes, Sr. Orlando.
Él alzó la mirada hacia ella, sonriendo lentamente al tiempo que sus ojos se
iluminaban. Mientras se acomodaba en su silla detrás de la enorme mesa, él dijo
«Hola».
—Uhh… hola. —Ella no pudo evitar reírse entre dientes. La mezcla de nervios,
atracción y confusión la hicieron reírse con nervios.—Me alegro de verla otra vez. —Él sonrió.
Sarah no podía contenerse. Ignorando a los cuatro ocupantes de la sala, se rio de
nuevo.
—Sí, me alegro mucho de volver a verlo, Sr. Orlando.
Él se reclinó en su asiento. Su mirada era cálida, cercana y de un decadente marrón
chocolate.
—Por favor, llámame Santino.
Un silencio invadió la sala y lo único que ella podía oír era el latido de su propio
corazón.
—Claro, Santino. Soy Sarah Montgomery.
—¿Puedo llamarte Sarah?
Sarah torció los labios al ver el coqueteo aniñado en sus ojos. Estaba jugando con
ella e ignorando deliberadamente a las personas que estaban a su alrededor. Como si ni
siquiera le importara que fueran espectadores de su no demasiado sutil coqueteo. «No
es coqueteo. Solo está siendo simpático».
—Puedes.
—Estupendo. ¿Y qué tienes para mí hoy, Sarah?
—Ehh… —Sarah volvió a la realidad con un ruido sordo y, por un momento, se
quedó completamente en blanco mientras miraba fijamente la pantalla del ordenador,
preguntándose en qué idioma estaba escrita, a pesar de que había creado toda la
presentación ella sola. Entonces se le despejó la mente. «Céntrate. Céntrate. Esto es
importante». Él podía pensar que era divertido coquetear en medio de un negocio, pero
ese hombre se iba a ir a otra agencia dentro de una hora y ella tenía que asegurar ese
contrato.
De esa forma, Sarah se recompuso y siguió adelante con la presentación. Su voz era
fuerte, sus palabras eran elocuentes, y demostraba que creía en su discurso publicitario
con toda su alma. El hombre divertido, valiente y guapo se transformó en un profesional
de los negocios, su sonrisa insinuante se evaporó y quedó reemplazada por algo más
intenso que ardía en sus ojos, y ella se alegró de que Santino Orlando se tomara en
serio sus negocios.
***
Santino nunca había visto algo igual a Sarah Montgomery. Algo de ella le hablaba a
otro nivel. Esa mujer guapa era tan fuerte que con su voz ponía a todos en trance. Tan
segura, tan confiada como si se viera preparada para conquistar el mundo y estuviera
segura de conseguirlo. Él recorrió su cara con su mirada, deleitándose con la forma en
que se movían sus labios suaves y voluptuosos. Eran gruesos, tenía la nariz pequeña y
recta y la cara con forma de corazón enmarcada por un pelo abundante y oscuro que
descansaba sobre sus hombros.
Aun así, eran sus ojos los que le fascinaban. Tenían un color extraño, ni marrón ni
verde, y quería poder pararla un momento, agarrarle la cara y mirarla fijamente hasta descubrirlo.
No estaba escuchando el discurso. En absoluto. No era porque no quisiera. Él
quería hacerlo desesperadamente. Después de todo, se esperaba que diera su punto de
vista al respecto, hacer preguntas y aprobar o rechazar el concepto que ella estaba
explicando apasionadamente. Solo era… que no era capaz de hacerlo. «¿De qué color
son sus ojos?».
La chaqueta negra del traje de ella estaba recogida en la cintura. No estaba
orgulloso de admitirlo, pero cuando ella se giró hacia un lado, él fijó sus ojos con
regocijo en sus voluptuosas caderas. Sus pechos eran perfectamente proporcionados y
llenaban la chaqueta del traje de forma agradable. La camisa era morada oscura,
destacando su perfecta tez pálida.
Fue un discurso corto, de quince minutos; ese era el tiempo que les había asignado a
las agencias que querían conocerlo para conseguir el contrato con su empresa de
juguetes. Y demasiado pronto, ella había terminado. Haciendo una pausa con una
sonrisa, ella esperó a que él empezara a interrogarla.
Pero él no tenía ninguna pregunta. Prácticamente no había escuchado su discurso.
Había estado tan absorto con su forma de presentar que no se había concentrado en lo
que estaba diciendo. Y se odiaba por ello. Ojalá no la hubiera visto mirándolo en la
sala de fiestas; ojalá no la hubiera visto en la distancia y no hubiera pensado que era
preciosa. Había pensado en buscarla después del discurso y, como él era afortunado en
todos los cometidos de su vida, el destino la había llevado hasta él.
—¿Tiene alguna pregunta? ¿Comentarios? —Sarah parecía tener pánico.
Él parecía estar en blanco. Estaba en las nubes, como pensando «de qué coño
estabas hablando». Ella seguramente pensó que sus quince minutos habían sido un
desperdicio y que él ni siquiera tenía intención de responder. Empezó a apagar el
ordenador.
—Gracias por su tiempo, Sr. Orlando.
—En realidad sí que tengo una pregunta. —Se enderezó en la silla, sintiendo que
todos los ojos alrededor de la mesa lo miraban mientras ella esperaba su valiosa
opinión.
—¿Sí?
Él sonrió de medio lado, se aclaró la garganta y entrecerró los ojos mientras ella le
mantenía la mirada.
—¿Qué haces esta noche?
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"El bebé del multimillonario"
RomanceQue pasa si por casualida te acuestas con un multimillonario y a los dias descubres que estas embarazada de el Con todos los derechos reservados