Capitulo 6

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Este capitulo va dedicado a una lectora que espera mis capitulos @Sammmmmm 🥰

Exactamente a las cinco y cuarto,
Sarah se paseaba por el salón de su casa mientras
se le hundía el corazón. Él nunca llegaba tarde, y tenía la sensación de que no iba a
aparecer. «Te lo mereces. Tienes que ser cauta con los hombres, ya lo sabes, pero ahí
estás, entregándole el corazón, pasando la noche en su casa y diciéndole que sí cada
vez que te pide quedar».
No quería llamarle. De repente, España parecía estar muy lejos. Y el tiempo que
había pasado con él era insignificante ante el sufrimiento de este momento. No lo
conocía, no de verdad. Sabía lo que el resto del país sabía.
Santino Orlando era una estrella de la televisión, un símbolo sexual, el propietario
de una corporación de empresas, pero realmente no lo conocían. A lo mejor él
simplemente pensaba que ella era fácil y eso le había disuadido. Debería haberle
mantenido a cierta distancia.
Ella suspiró y se dejó caer en el sofá. Estaba claro que no iba a venir.
El rechazo la consumía todo el cuerpo, pero se obligó a no sentir. Era una
profesional en eso, en reprimir los sentimientos y no decirlos en voz alta. Su infancia la
había condicionado en eso. No había sido fácil crecer sola, en una familia que
supuestamente era la tuya pero que en realidad no lo era. Cuando nadie te apoyaba, te
acostumbrabas a ocultar los sentimientos. No merecía la pena tener que lidiar con el
drama que conllevaba.
Cuando sonó el timbre, saltó y se dirigió lentamente hacia la puerta mientras el
corazón le daba un vuelco traicionero cuando vio su cara a través de la mirilla. Abrió
la puerta con el ceño fruncido al ver su preciosa cara llena de culpa mientras él estaba
de pie en el pasillo.
—Lo siento muchísimo, Sarah.
Sarah no sabía qué decir. No se iba a quejar. Nunca se quejaba a nadie. Sus
problemas eran solo suyos. Hacía mucho tiempo que había abandonado la idea de que a
alguien le importaran sus sentimientos.
—¿Qué ha pasado?
Él suspiró, clavándole la mirada en la cara.
—Estaba de camino, iba a llegar pronto pero me he encontrado un gatito al que
acababa de atropellar un coche y no podía no llevarlo al veterinario.
Sarah lo miró boquiabierta, se le paralizó el cerebro, los engranajes se esforzaban
por moverse mientras todo se detenía. Qué excusa tan jodidamente ridícula.
—¿Me estás vacilando?
—¡No! —Él se acercó y la agarró por la parte superior de los brazos—. Sé que
todavía no confías en mí. Lo puedo ver en tu cara. Odio esa mirada. —Le acarició las
mejillas con las dos manos hasta que ella se relajó visiblemente—. Quería que esta cita
fuera especial y lo he fastidiado por completo.
Sarah era claramente consciente del deseo ardiente y frenético que le retorcía las entrañas. Sentía un hormigueo en las mejillas allá donde él tocaba. Sus pechos
anhelaban la suavidad de sus manos. Su mente eligió ese preciso momento para
recordarle la forma en la que sus dulces manos se transformaban en la cama,
manoseándola, dominándola, sacudiéndola por encima y por debajo de él y
mantentiendo sus muñecas presas cuando él la controlaba por completo.
Su cordura aumentó con una ráfaga de emociones y agitó la cabeza.
—No pasa nada, supongo. Pensaba que no ibas a venir.
—Claro que iba a venir. Me moría por verte. —Él se rio con evidente incredulidad.
Ella asintió y atravesó el salón para coger su abrigo beige.
Santino aprovechó el momento para mirarla detalladamente. Llevaba un pantalón de
traje, un pantalón negro, y una camiseta gris que contrastaba con su piel y con su pelo
oscuro.
—Por cierto, estás preciosa.
Sarah sonrió mientras su corazón seguía acelerado por la agitación. La media hora
de espera la había hecho pensar en muchas cosas que había dejado a un lado. En cosas
que no quería pensar. De alguna manera, ese hombre era capaz de hacer que se sintiera
eufóricamente feliz y terriblemente molesta.
No estaba segura de que le gustara la idea.
Él deslizó el brazo alrededor de su cintura en el ascensor y la besó en la cabeza.
—Siento haber estropeado tu noche.
Ella no era capaz de mirarlo. Lo único que podía hacer era permitir que su cuerpo
se quedara paralizado para no sentir nada más.
Cuando él abrió la puerta lateral del pasajero de su Bentley para ella, murmuró:
—Sarah, sé que no estás de muy buen humor ahora mismo y que yo soy el culpable,
pero ¿te puedo pedir un favor?
—¿Hmm? —Ella intentó animarse, pero solo conseguía fingirlo.
—¿Podemos parar en el veterinario para ver cómo está el gato?
A Sarah le dio un vuelco el corazón al ver la nostalgia en su cara. ¿Cómo era
posible que un hombre que desprendía poder en oleadas palpables pudiera tener un
aspecto tan tremendamente aniñado y adorable al hablar de un gato herido? La súplica
le hizo añicos y, al instante, ella le creyó. No estaba poniendo una excusa. Estaba
diciendo la verdad. No era el tipo de hombre que caería así de bajo, y ella se reprochó
mentalmente el haberle juzgado mal.
—Vale, claro. —Y, cuando ella sonrió esta vez, lo hizo desde el corazón.
El gato resultó ser un adorable y sucio gatito callejero, pero tenía la espalda
fracturada y el veterinario estaba trabajando en ello. Sarah acarició al gato inconsciente
y vio que Santino la estaba mirando. Una amplia sonrisa se dibujó en la cara de ella y
deslizó la mano alrededor de su cintura.
—Creo que no me gustas mucho —bromeó ella.
La mirada de Santino se llenó de lo que ella solo podía describir como adoración,  algo que ella pensaba que solo vería en películas.
Él presionó los labios con fuerza sobre un lado de su cabeza y le susurró al oído:
—Y yo creo que me gustas demasiado para mi propio bien.
Sarah se mordió el labio y se acercó a él mientras volvía con ella al coche. Su
interior estaba lleno de felicidad. Era la primera cosa que había dicho él para mostrar
que estaba realmente interesado en lo que fuera que estaban haciendo. La primera noche
que habían salido juntos había perdido el control. Las manos de él sobre su cuerpo
mientras bailaban habían sido demasiado inquietantes para sus frágiles sentidos, y ella
había sucumbido a sus impulsos pensando que no le dolería satisfacer sus propios
caprichos.
Pero Santino era maravilloso y ella no era capaz de decidir si sería estúpida por
confiar en él completamente o si sería realmente inteligente.
Santino deslizó la mano entre sus dedos y aparcó enfrente de lo que ella creía que
era una pista de patinaje sobre hielo.
—¿Qué hacemos aquí? ¿Rescatar a un niño cojo esta vez? —bromeó ella.
Él sonrió y le puso el brazo sobre el hombro. Sarah por fin se dio cuenta de lo
diferente que estaba. No llevaba traje, y era la primera vez. Con una camisa negra y
unos pantalones a juego, él parecía un pecado peligroso y cautivador al que ella
sucumbiría mil veces sin miedo a las repercusiones. Era la criatura más atractiva que
ella había visto jamás.
—Vamos a patinar sobre hielo.
—¿Me estás vacilando? Es una idea terrible.
—Será divertido.
Ella se detuvo fuera de la pista, donde unos adultos se deslizaban airosamente sobre
el hielo, y ella entrecerró los ojos.
—Yo no puedo hacer eso. Me romperé la espalda si lo intento.
Santino la cogió por los brazos y la giró hacia él, haciendo que su pecho golpeara
sobre el suyo. Respirando hondo, le puso un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Estoy aquí. Cuidaré de tu espalda si te caes.
A Sarah se le cortó la respiración y el corazón le golpeó locamente. «No, no, no,
no. Son solo palabras. No les hagas demasiado caso». Pero no podía negar que había
estado pensando en eso en el salón mientras esperaba que él apareciera, y ahora él
había dicho esas mismas palabras. Bueno, no exactamente con el mismo significado,
pero aun así. Tenía la sensación de que podía contar con él, pero sabía que en realidad
era tan seguro como caminar sobre brasas ardiendo.
Aun así, ella sonrió cuando él agachó la cabeza para besarla. Entonces ella se
liberó y empezó a ponerse los patines.
—Vamos a hacerlo.
Santino se rio ante su entusiasmo y la ayudó a ponerse los patines. Ese hombre
magnánimo arrodillado a sus pies y poniéndole las tiras y las hebillas hizo que su corazón se retorciera de deseo. Mordiéndose el labio, ella lo miró con deseo.
Cuando él le dijo que estuviera quieta sobre el hielo mientras ella se agarraba a la
barandilla, ella respiró hondo y el aire salió rápidamente de sus pulmones.
—Deberías saber… —dijo ella mientras él se deslizaba a su lado como si estuviera
caminando sobre hierba en vez de sobre hielo y ella temblaba sobre unas rodillas
inestables— que esto es lo más arriesgado que he hecho desde quinto de primaria,
cuando ayudé a mi amiga a coger su rana.
Santino se rio en bajo mientras sus ojos centelleaban al imaginarse la situación.
Ella se rio con él y el momento se alargó más de lo que debía. Como había pasado en
España, se miraron el uno al otro en silencio dejando que el momento durase.
Justo cuando ella pensaba que él se había inclinado para darle un beso en la boca,
ella se cayó de culo con un quejido.
—¡Vaya! —Santino la levantó otra vez en dos segundos—. ¿Estás bien? —preguntó
él con una leve risa.
—Eso creo. —Ella se ajustó el casco, alegrándose de que estuviera obligada a
llevarlo. Y entonces se cayó de culo otra vez.
—Por el amor de Dios, mujer, ponte las pilas —bromeó él y la levantó, sujetándola
con firmeza esta vez mientras la ayudaba a moverse por el hielo—. Creo que cuando
has dicho que te romperías la espalda querías decir que te romperías el culo.
Sarah se estaba riendo cuando él la besó bruscamente en la boca, con prisa,
rápidamente, y el calor le atravesó los huesos durante la siguiente hora mientras él no la
dejaba caer de nuevo. Porque no la soltaba. Cuando finalmente se cayó, él interrumpió
la caída deslizándose por debajo de ella. Sarah le odiaba por ello; le odiaba por cuidar
de ella. La estaba confundiendo, y unas sensaciones despreciables y abruptas le
arañaron el corazón.
Cuando por fin salieron de la pista, Sarah lanzó los brazos alrededor de su cuello y
le atrapó la boca en un beso. Deslizó los labios sobre los suyos lentamente y después
apresuradamente. Él le rodeó la cintura con los brazos como un tornillo de acero y le
empujó la cabeza hacia atrás con la fuerza de su boca. Mientras sus lenguas se
enredaban, Sarah gemía en su boca y ralentizaba los movimientos de sus labios,
dejando que él tuviera el control.
Él deslizó las manos por la parte frontal de su cuerpo, le cogió la cara con las
manos e interrumpió el beso. Él clavó la mirada en su cara levantada y agitó la cabeza.
—Me estás haciendo perder la cabeza.



Bueno aqui les dejo otro capitulo mas espero que les guste 👉❤️👈❤️🥰😊

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora