Capitulo 20

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Llegó a casa diez minutos antes de las tres horas a las que se había comprometido, y
sonrió cuando el rostro de Sarah se iluminó al verlo.
—Hola. —Observó el gran ramo de rosas rojas que llevaba en la mano—. Imagino
que eso es para mí.
Se inclinó hacia ella, la besó dos veces en la mejilla y le tendió las flores.
—Te quiero —le susurró con pasión al oído.
—Sabes que yo también te quiero, ¿verdad?
Santino tragó saliva.
—Sí.
—Bueno... —Tomó aire, sobrecogida por la emoción—. ¿Qué tal tu reunión?
—Aburrida y larga. ¿Has tenido alguna visita?
—No.
—Perfecto.
Sarah le dirigió una sonrisa de lado.
—¿Por qué? ¿Debería haber tenido visita?
Santino suspiró y le cogió la mano, llevándola al sofá y haciendo que se sentara.
—La señora Montgomery ha ido hoy a mi oficina. —No conseguía utilizar la
palabra «madre».
A Sarah se le descompuso el rostro.
—Vaya. ¿Por qué?
—Ya sabes, por esa inversión que querían... en el negocio ese.
Sarah lo miró boquiabierta.
—Joder, ¿me estás vacilando?
—No digas palabrotas. Las niñas lo oirán y lo aprenderán. —Intentó bromear—.
No ha funcionado.
—¿Quieres decirme que de verdad quieren pelear por el dinero?
—Yo no diría pelear, pero sí, están muy insistentes con que son familia.
Sarah resopló.
—¿Quién lo dice?
—Sarah, de verdad. —Se le frunció el ceño cuando se dio cuenta de que estaba
avergonzada por lo que estaban haciendo sus padres—. Cariño, no tienes que estar
avergonzada por nada de lo que hagan. Ellos no lo sé, pero tú y yo sin duda somos una
familia. Y en todo caso, no puedes avergonzarte de ellos delante de mí.
Sarah respiró hondo.
—Están intentando sacarte dinero solo porque eres mi prometido. Es tan patético...
Es demasiado rastrero incluso para ellos.
—No pasa nada, de verdad. Y tengo que admitir que... les dije que no invierto en
proyectos fuera de mi cooperativa y que podían pedirte el dinero a ti.
—¿Y por qué has hecho eso?
—Porque pensé que... a lo mejor querías darles dinero.
—¡Pero yo no tengo dinero! —gritó.
Santino negó con la cabeza.
—Ya has dicho eso hoy. No vuelvas a decirlo. Nunca. Por favor —añadió para
restarle importancia a la orden—. Además, pensé que como ellos te criaron, a lo mejor
querrías...
—No. No quiero darles nada, y que quede claro: prácticamente me crie yo sola
encogiéndome de miedo en los rincones. —Las lágrimas le rodaron por las mejillas al
recordar esos horribles momentos. Santino la obligó a acercarse a él, pero ella se
resistió, limpiándose las lágrimas con furia—. No puedo ocuparme de ellos mientras
me ocupo del resto de líos que hay en mi vida. Solo quiero que se vayan.
Ella se levantó lentamente del sofá. Aunque Santino notó que quería ser rápida, su
peso extra y su gigantesca barriga hacía que todo fuera muy limitado, así que la ayudó a
ponerse de pie.
Ella murmuró un «gracias» y caminó hacia el frigorífico para coger agua.
No era difícil sacar a la pareja de la vida de Sarah. Lo único que tenía que hacer
era darles el dinero y obligarles a firmar un acuerdo por el que aceptaban no volver a
presentarse delante de Sarah y dejarían de ser unos parásitos. Los despreciaba y no era
ningún secreto que Sarah sentía lo mismo. Hacer que desaparecieran sería sencillo,
solo supondría cinco millones de su riqueza. Eso era algo que podía arreglar.
Pero al mirar a la preciosa y orgullosa chica, supo que eso no le gustaría. Ya estaba
avergonzada por cómo su supuesta familia estaba actuando, denigrándose a sí mismos.
Se levantó y puso las manos en el mostrador de la cocina.
—¿Qué hay de comer?
—La señora Craddock ha hecho guisado.
Santino asintió, en realidad poco preocupado por la comida.
—Sarah, si simplemente les diera el maldito dinero...
—¡No! —dijo Sarah súbitamente, como si ya hubiera esperado que dijera eso.
—Escúchame.
—No, y no a lo que sea que te quedaba por decir —rebatió con cabezonería.
—Si les doy el dinero, simplemente saldrán de tu vida.
—No —repitió Sarah con énfasis, mirándolo a los ojos con enfado.
Santino tragó saliva y se frotó las sienes. Era evidente que esto significaba mucho
para ella. Tenía la sensación de que se trataba de una forma de castigo por su infancia
perdida. No sentía ningún tipo de vínculo con los Montgomery.
—Quieras lo que quieras, cariño, no actuaré a tus espaldas ni haré nada que no
apruebes. Tenemos un trato.
—Vale. —Golpeó el plato contra la encimera de modo infantil.
Santino respiró hondo y reprimió una sonrisa.
—Por cierto, ¿te cambiarás el apellido cuando nos casemos?
Sarah se encogió de hombros.
—Por supuesto que sí. Es el único motivo por el que acepté casarme contigo, para
deshacerme del apellido Montgomery.
***
Al día siguiente se encontró a los Montgomery discutiendo con sus guardas de
seguridad en la verja de su propiedad cuando se iba al trabajo. Furioso, pasó con el
coche por su lado y supo que Sarah no oiría sus voces.
Esa noche le dijo que se sentara y se lo contó.
Sarah pareció pensar durante mucho tiempo, en silencio y, cuando por fin habló, sus
solemnes palabras estaban llenas de convicción.
—Consigue una orden de alejamiento.
Santino se sorprendió por la vehemencia con la que habló.
—Solo son cinco millones de dólares, Sarah. No los vamos a echar en falta.
—No.
—Vale. —No dijo nada más y llamó a su abogado.
Santino había dado por hecho que Sarah estaría un poco disgustada por la orden de
alejamiento una vez estuviera emitida, pero en todo caso parecía aliviada. No solo eso,
sino que incluso sugirió que lo celebraran. Pensaron en cómo hacerlo, ya que el
champán no era una opción a menos que Santino quisiera beber solo, y no era así. Así
que a Santino se le ocurrió una idea.
La metió en el coche y la llevó de compras a ver vestidos de novia. Funcionó, y la
pequeña niña que había en Sarah sonrió cuando entraban de tienda en tienda y luego se
sentaban en el sofá mientras las dependientas se apresuraban a rodearla.
Sarah estaba sonriendo de oreja a oreja cuando finalmente la llevó a casa.
—Estoy intentando no pensar en cómo me estás chantajeando emocionalmente.
Él se rio.
—No estás pensando en ello ahora mismo, pero espero que sepas que pretendo
casarme contigo en cuanto tengamos a los bebés. Tienes que estar preparada para tener
una boda con pocas semanas de aviso.
Sarah lo miró como si estuviera loco.
—No puedo planear una boda en pocas semanas.
—Te conseguiré al mejor organizador de bodas del país.
Sarah puso los ojos en blanco bromeando.
—Qué fanfarrón eres.
Santino se rio. Pero la felicidad de su relación había cogido el constante hábito de
ser temporal y voluble, porque la alegría solo duró durante la noche.

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora